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Los libros de autoayuda han ido logrando un lugar propio dentro del mundo editorial. En los anaqueles de las librerías aparecen incluso con etiqueta propia. Fenómeno simultáneo a otro hecho singular: que los pocos libros filosóficos que hay en algunos establecimientos estén en el lugar reservado a religión. No es de extrañar que haya por ahí algún despistado que salga de una biblioteca con un libro que no quiere leer, pero así son las cosas: vivimos el tiempo de la confusión. La propia expresión resulta tan paradójica como alguno de los relatos que incluyen estos libros: Autoayuda. Si es uno el que se ayuda a sí mismo, ¿qué necesidad hay del libro? Si este género ha de resultar de algún valor, deberían renunciar al “auto” y presentarse públicamente como libros de ayuda para circunstancias difíciles. Ayuda sin complejos: porque a veces a través de la literatura o la ficción, o simplemente de reflexiones psicológicas bien hiladas es más que posible mejorar gracias a los libros. La cuestión es: ¿existe alguna relación entre estos libros y la filosofía?
Hablando con las personas “expertas” en filosofía se encuentra una dobla actitud: rechazo y diálogo. La más extendida es, creo, la primera: el rechaza la autoayuda como un género filosófico, y se viene a defender que la filosofía estará siempre por encima de las fábulas o reflexiones psicológicas que nos presentan un mundo un tanto acrítico. Desde la filosofía se desprecia la autoayuda por ser demasiado pretenciosa, y también por irreflexiva: el lector debe en cierta manera “dejarse llevar” por las situaciones fantásticas que se le presentan, tratando de encontrar en ellas significados que no son nada ocultos y que nos dan las claves para una vida feliz, más humana. Una vida mejor. Es ridículo hacer una lectura crítica de un libro de autoayuda, porque entonces no estaríamos leyéndolo de la manera canónica. O crees en ello y te dejas iluminar o no. Algo que no ocurre nunca con la filosofía, cuya interpretación ha de aspirar en todo momento a la crítica. Esta postura, mayoritaria en el campo de la filosofía, tiende a tachar los libros de autoayuda de pseudofilosóficos o pseudopsicológicos. Literatura de la mala, por mucho que ocupe con mucha frecuencia los primeros puestos de las listas de ventas.
Esta visión del asunto es sólo una de las muchas posibles. Y es que si nos paramos a repasar, algunos de los textos filosóficos “clásicos” podrían ser los libros de autoayuda del pasado. Ciertos fragmentos de Séneca, Epicuro o Marco Aurelio tienen un aroma innegable a libro de autoayuda, y algunos géneros filosóficos como las sentencias parecen encaminarnos en esa dirección. ¿No eran Gracián y La Rochefoucauld los gurús de la personalidad de su tiempo? No sólo eso: aquellos filósofos que han criticado la filosofía por ser excesivamente abstracta y alejada de la realidad, parecen exigir un nuevo género, una manera alternativa de comprender la reflexión filosófica que de alguna manera entronque con la vida particular y concreta. O la filosofía “ayuda” a alquien a algo o mejor abandonarla. En este sentido, la filosofía sería la raíz de la que emana toda esta nueva corriente de la autoayuda y de la reflexión como una vía hacia el desarrollo personal. Lsa fronteras entre la filosofía y la autoayuda no son nada claras, y ahí está la corriente de la asesoría práctica para demostrarlo: quizás el filosofar sea el primer paso para alcanzar un mayor desarrollo personal.