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Terminamos hoy con el comentario de las citas propuestas en la pasada Olimpiada Filosófica Internacional. Se trata en este caso de una cita de Confucio, autor que ha aparecido ya en alguna edición anterior, en un claro signo de apertura por parte de los organizadores hacia filosofías y pensamientos no occidentales, que valoro positivamente por cuanto se trata de un certamen de dimensióon internacional, y no únicamente “logocéntricas” u “occidentales”. La traducción (libre y personal, como siempre) podría ser la siguiente:
Zigong preguntó: ¿Hay una palabra que pueda servir como principio de conducta para toda la vida?
Confucio replicó: “No hagas a otros lo que no quieras que te hagan”.
¿En qué medida podría considerarse como un principio moral universal esta formulación de la regla de oro, que se puede encontrar en otras culturas a lo largo de la historia?
Es esta una cita que los organizadores de la IPO plantean de un modo peculiar: en este caso, no bastaría solo con comentar la cita de Confucio, sino que sería preciso contestar además a la pregunta que le sigue: ¿puede ser la regla de oro un principio moral universal? Así que los finalistas que escogieran esta cita podían “distraerse”, o bien fijándose solo en la cita o bien conformándose con contestar la pregunta. A ver si con el breve comentario que sigue podemos dar pistas en ambas direcciones.
“No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan”. Se trata, efectivamente, de un principio que aparece en muchas culturas. En las grandes religiones, las llamadas “del libro”, pero también en la tradición filosófica. Hay quien lo ha querido encontrar en algunos fragmentos de Platón, o en el modelo de prudente de Aristóteles. “Ama y haz lo que quieras”, decía San Agustín, y ya en la modernidad lo encontramos en la gran referencia filosófica al respecto: kant y su intento de fundamentar la ética en la razón. Su meta es, precisamente, encontrar una norma de acción válida universalmente por el hecho de estar basada en la razón. De manera que la propia filosofía kantiana daría una respuesta claramente afirmativa a la pregunta que acompaña a la cita de Confucio: por supuesto que la regla de oro nos sirve como fundamento de una ética universal, ya que la propia razón y la propia conciencia moral descubren el valor de esta norma. Pero quizás sea esta una expectativa demasiado optimista y debamos revisarla cuidadosamente, no vaya a ser que bajo la proclama ética de nuestra racionalidad se puedan tendencias totalmente irracionales.
Hay una clave, tanto en Confucio como en Kant, que no debemos pasar por alto: la voluntad. “Lo que no quieras que te hagan”, es esta la expresión del texto en el que reside toda la fuerza de la sentencia de Confucio. Y a la vez que la fuerza, también la debilidad: qué ocurre si alguien se encuentra en circunstancias en las que esa voluntad puede desear cualquer cosa para sí mismo. Prestemos atención, por un momento, a la moral de los señores de Nietzsche: el fuerte, el poderoso, no encuentra esta cortapisa moral. Impone su voluntad sobre el resto, sin atenerse a criterios teóricos, y esperando que los demás también puedan hacer lo mismo. El que vive más allá del bien y del mal, sabe que también los otros pueden vivir en idéntica condición, y su voluntad no tiene en cuenta lo que espera de los demás, sino que directamente trata de realizar sus deseos. También Schopenhauer nos pone un ejemplo crítico respecto a la sentencia: el acusado le diría al juez que no le condene, ya que tampoco al juez le gustaría ser condenado. Aceptar la condena por el delito cometido: ¿existen muchos, más allá de Sócrates, que aceptarían su pena por el hecho de que viene avalada por las leyes? O más bien es la voluntad una fiera desatada, que puede en ocasiones seguir el consejo de Confucio o el imperativo kantiano, pero en otras rebelarse contra el mismo. No faltan los ejemplos históricos: la voluntad del nazismo hacía a los demás lo que esperaría de ellos, si acaso existiera un pueblo superior al alemán. En defnitiva: el “no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan” descansa sobre una excesiva confianza en la voluntad humana, que se ha visto desmentida por la realidad en más de una ocasión.