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Seguimos hoy con otro de los ejemplos puestos en clase a partir de los mecanismos de renuncia a la libertad de Erich Fromm. Uno de ellos es la destructividad: en opinión del psicólogo alemán, ciertos comportamientos violentos son sólo consecuencia de una renuncia a la libertad. El mecanismo es relativamente sencillo de explicar: ante el abismo de tener que elegir, ante la necesidad de hacernos a nosotros mismos, optamos por una vía de escape alternativa, destruyendo agresivamente cuanto se haya a nuestro alrededor y convirtiendo la violencia en nuestra forma de “expresar” nuestra libertad. Seguramente algo de esto podría explicarnos por qué ciertos grupos necesitan el enfrentamiento físico y la agresión, cuando no el vandalismo, como forma de vida y autoafirmación. Pero salía en clase un ejemplo totalmente distinto y muy sugerente: hasta qué punto esta destrucción no podía estar dirigida hacia uno mismo, y las conductas autodestructivas podrían entonces explicarse por medio de esta teoría de Fromm. Machacarse la vida sería una forma de lanzar un grito de auxilio ante la incapacidad de hacernos dueños de la misma, de decidir qué queremos hacer con ella.
Los ejemplos los ponían los propios alumnos: en ocasiones las formas autodestructivas de ocio pueden ser también la expresión de una incapacidad, de una carencia. La de no saber qué demonios hacer con la propia vida, que empieza a exigirnos decisiones que no somos capaces de afrontar. Desde el alcohol a las drogas, pasando por las conductas obsesivas: quienes se pasan el día enchufados a la videoconsola, el balón o, por qué no, un libro. Escapadas todas ellas, caminos alternativos a la carga que supondría la necesidad de elegir y de llevar las riendas de la propia vida. En definitiva: una forma de engañarnos como otra cualquiera. Evidentemente, el problema no está en el inicio de este camino a ninguna parte, sino precisamente en su final. Llegar a ningún sitio y darse cuenta de que el camino no mereció la pena, porque consistió solo en una huida o, en las versiones más extremas, en una constante destrucción del cuerpo, en una pérdida de tiempo en el sentido más literal y dramático de la expresión.
¿Estaba pensando Fromm en este tipo de conductas cuando señaló la destructividad como uno de los mecanismos de renuncia a la libertad? Probablemente no. Sus trabajos nacen precisamente de la experiencia del totalitarismo, y de cómo para muchos jóvenes alemanes tomar la vía de la violencia era un camino fácil, mucho más que el tener que pensar por si mismos y tomar decisiones que además podrían ser muy difíciles e incluso arriesgadas en un tiempo de la historia en el que la vida humana no valía demasiado. Una experiencia, por cierto, que quizás nos pueda servir para comprender un poco mejor por qué un joven se puede integrar en un grupo terrorista o en una asociación juvenil violenta. Sin embargo, respetando el contexto histórico en el que nace el planteamiento de Erich Fromm, no creo que sea muy errado el ampliar su reflexión tal y como hicieron los alumnos de 4º de E.S.O. la semana pasada. La violencia no solo se puede canalizar hacia afuera, sino que puede tener al propio individuo como objetivo último de la misma. Y las conductas autodestructivas de la más variada clase podrían interpretarse entonces como llamadas de ayuda y casi desesperación ante una vida que no se comprende, y que tampoco se es capaz de orientar en la dirección adecuada. La autodestrucción como respuesta al dolor de la libertad: ¿Qué valor le damos a esta tesis de chavales de 15-16 años?