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Rémi Brague (París, 1947) es uno de los filósofos más relevantes de la actualidad. Ejerce como profesor de filosofía musulmana en la Universidad de la Sorbona, de historia del cristianismo europeo en la Ludwig-Maximiliän Universität de Munich, donde ocupa la cátedra Romano Guardini, y dirige el centro de investigación Tradición del Pensamiento Clásico de la Sorbona. Domina el griego, el latín, el árabe, el hebreo y varias lenguas modernas, entre ellas el español. Pero sus intereses filosóficos desbordan su posición académica. Es un fino lector de Baudelaire, Nietzsche, Heidegger o Leo Strauss.
Entre sus obras podemos resaltar Europe la voie romaine, editado en catalán por Barcelonesa d'Edicions (Europa, la via romana, 1992) y en castellano por Gredos (Europa la vía romana, 1995); La sagesse du monde (La sabiduría del mundo, Encuentro, 2008); La Loi de Dieu (La ley de Dios, Encuentro, 2011); Au Moyen du Moyen-Age (En medio de la Edad Media, Encuentro, 2013); Le propre de l’homme (2013) y Les ancres dans le ciel (2013). Esta última obra amplía un seminario que impartió en la Fundació Joan Maragall y que fue posteriormente publicado por Cruïlla con el título de La infraestructura metafísica (2010).
La cuestión central que recorre toda la obra de Brague la podemos formular así: ¿Por qué nos resulta tan difícil, a nosotros, que somos la primera generación que cree haber sobrevivido a sus dioses, ser nihilistas a tiempo completo? Una vez muerto Dios debiera haber desaparecido el miedo, pero sospechamos que el diablo aún sigue vivo y notamos que la fe siempre tiene hambre. Ya no creemos en el hombre, pero nos asusta el antihumanismo; no nos entendemos como herederos de la Ilustración, pero sospechamos que la antiilustración puede ser una forma de barbarie; no queremos ser santos, pero no podemos vivir sin considerarnos portadores de valor. Como no podemos ser buenos por convicción, intentamos serlo por defecto, abrazados a nuestra última virtud, la tolerancia, que es una virtud que nos impide matar… pero que no nos garantiza el anhelo de vivir.
No hay manera de celebrar la muerte de Dios, porque no hay manera de librarnos de la sujeción a la ley. Cuando creemos librarnos de leyes superiores, nos descubrimos encadenados a leyes inferiores.
Rémi Brague, siguiendo en su proyecto a Leo Strauss, busca las claves de la comprensión de lo que nos pasa remontándose más allá del moderno proyecto ilustrado, hasta la ilustración medieval. Por eso no es estrictamente hablando un medievalista. Lo que a él le interesa es el presente y, más en concreto, el presente de una Europa dispépsica que está viendo desaparecer a los cristianos… aunque bastante menos rápidamente que a los europeos.
Y ahora un comentario sobre el texto en la edición catalana de Culturas. Como es bien sabido, los primeros en declararse independientes en Cataluña han sido los traductores automáticos de los diarios bilingües. Hoy por hoy no hay nadie más soberano que ellos en Cataluña. En cuanto se les antoja, te montan un estado de excepción. En este caso al traductor no le ha dado la gana de aceptar el nombre de "Barcelonesa d'Edicions" y lo ha corregido como "Barcelonina d'Edicions. Pero lo que más me ha sorprendido es que tampoco ha querido respetar el título francés de una obra de Rémi Brague, "La sagesse du monde" y, vete a saber por qué ocultos, pero en todo caso autónomos motivos, lo ha transcrito por "La sagesse du peli". ¿Por qué? Esta es la pregunta que nunca debe uno dirigirle a un soberano.Quienes conozcan a Brague, no necesitarán argumentos para leer En Medio de la Edad Media. Quienes quieran conocerlo encontrarán en esta obra –incluyendo la oportuna entrevista inicial-, una magnífica vía de acceso al pensamiento de un católico sin complejos, que posee “un gusto inmoderado por la provocación”.
Kristol began with an anecdote. He said that a recent conversation with a friend, a prominent rabbi, had reminded him of the distinction between the "prophetic" tradition in Judaism and the "rabbinic" one. The former are the rebels against the law, the critics of society's failure to live to the highest and strictest ethical standards; the latter are the followers of the law. The two tendencies, Kristol went on, are present in all of the world's major religions. "I assume the tension between the prophetic and the rabbinic — or the orthodox and the gnostic — to be eternal."
To a gnostic, the world is a very bad place. Horrible things happen to innocent creatures. There is no satisfactory explanation for the problem of evil. Society is unequal. It does not live up to our high expectations. Laws are unjust or ignored; institutions are archaic and corrupt. Human beings fail to realize their potential. These unsatisfactory conditions of life provoke a revolt. "The gnostic...tends to say that the proper and truly authentic human response to a world of multiplicity, division, conflict, suffering, and death is some kind of indignant metaphysical rebellion, a rebellion that will liberate us from the prison of this world."
Such a rebellion is directed at both the religious and civil law. "These gnostic movements tend to be antinomian — that is, they tend to be hostile to all existing laws, and to all existing institutions," Kristol said. "They tend to engender a millenarian temper — that is, to insist that this hell in which we live, this 'unfair' world, can be radically corrected."The orthodox view is different. Whereas the gnostic sees the world as unholy and corrupt, the orthodox sees it as benign, as blessed by God, as something to be sanctified through the law or through the imitation of Jesus and the saints. Whereas the gnostic sees human beings as innately good and society or the world as evil, the orthodox sees human beings as innately sinful and society and the world as natural and morally neutral. The orthodox obey the commandment to be fruitful and multiply, to marry, have children, and keep a home. In gnostic sexuality, by contrast, a woman might participate in an orgy, but it would be "obscene" if she became pregnant as a result.
Christianity, Kristol said, emerged out of a gnostic rebellion against Judaism. Christians rejected the Mosaic law and embraced Jesus as the messiah. But for Christianity to become successful, for it to last, for it to spread beyond the Eastern Mediterranean, the Church fathers had to manage the transition from gnostic movement to orthodox faith. "They had to convert it into a doctrine for the daily living of people, into something by which an institution could spiritually govern the people." This they were able to do, in part, Kristol noted, by appropriating the Hebrew Bible as the "Old Testament."
Plató |