Hace poco hablaba de lo fácil que es dejarse llevar por la vida adulta, por los quehaceres propios del obrero que completa su día a partes de trabajo, obligaciones ineludibles y a partes de entretenimiento para olvidar la partes anteriores.
Ahora entramos en periodo de vacaciones, y es el momento en el que todos los años tengo el mismo pensamiento -lo poco que creo en las vacaciones-
En conclusión las vacaciones son un periodo (además de un derecho) en el que gastamos más dinero de lo normal intentando llevar la vida que nos gustaría llevar, incluso exagerándolo un poco para compensar que son menos días que los que se suele trabajar a lo largo del año, por lo que hay que concentrar más placeres, sensaciones, excesos y aventuras de lo normal.
Hay ocasiones que incluso percibo las vacaciones y su organización como uno de esos grandes proyectos irracionales que tenemos en nuestra vida de forma recurrente, pero me suelo olvidar de ello en septiembre, al regreso de vacaciones.
No obstante la duda siempre es la misma:
¿Necesitaríamos vacaciones (definidas como tal) si estuviéramos felices y a gusto con nuestra vida todo el tiempo?
Cuando hablo de grandes proyectos irracionales lo hago como contrario a la idea de este post, la defensa de las pequeñas cosas, y me explico.
Cuando somos niños las cargas y obligaciones son menores e inexistentes, por lo que somos felices con cualquier cosa, incluso sin cosas directamente, conforme vamos creciendo y adquiriendo responsabilidades y rutinas entramos en el ciclo de las “compensaciones proporcionales por el esfuerzo diario” que van poco a poco en aumento, hasta que llega un día que te encuentras inmerso en conversación tras conversación sobre un mismo tema, apuestas agresivas sobre un cambio de vida, me explico.
Las conversaciones sobre tener un detalle con tu pareja, jugar con tu hijo, hacer una excursión con tus perros ya no son importantes, en la vida adulta lo que se lleva son las grandes apuestas y proyectos titánicos para hacerte rico, para cambiar tu vida de arriba abajo, los grandes viajes, las grandes promesas de dinero, nombres, marcas y referencias a lo opulento, a lo exótico y a lo contrario a la vida de los que te rodean, todo ello como la opción antagónica a una vida cada vez más axfisiante, casi paradójicamente como una crítica a lo común con los demás para intentar desmarcarse.
Se hace necesario soñar grandes proyectos para contrarrestar grandes frustraciones.
Cuando gente corriente opta por hacerse notar en un grupo o una conversación a base de eclipsarlo hablando de grandes marcas, grandes promesas empresariales, gente con mucho dinero o estilos de vida inaccesibles para cualquier presente, no puedo evitar pensar “pobre, pobre pobre diablo”, seguramente mientras él piensa…. lo que sea que piense para salir con la autoestima reforzada y dispuesta para una próxima víctima.
Lo curioso es verse rodeado de gente que de credibilidad y en la que haya conseguido efecto con semejante fanfarronería.
Y ¿Qué hace diferente a la gente que no ve sorprendida, seducida o tentada por los grandes proyectos?
Es lo que me hace pensar, y sinceramente creo que son gente más feliz, cuando no tienes planeados grandes proyectos, cuando no tienes unas aspiraciones disparatadas es que sinceramente no tienes la necesidad de distanciarte con lo que eres en este momento, y sino tienes la necesidad de hacerlo es porque estas contento con ello.
De hecho creo que se puede usar como termómetro, las ganas de cambio y evasión, junto a la frecuencia en pensar en grandes proyectos disparatados y efímeros indican un decrecimiento de felicidad con la situación actual, algo así.
Me da asco que la gente pueda babear con los anuncios de loterías tipo “la libertad es el premio” o “no tenemos sueños baratos” en los que sale gente corriente soñando con cosas de ricos.
Y es que al final las pequeñas cosas que componen nuestra vida deberían ser pequeños tesoros que nos hagan ser enanitos felices, en vez de ser un gran troll maloliente en búsqueda constante de la promesa de un gran tesoro, y somos nosotros los que nos podemos encargar de ello, por un lado dando valor a lo que ya tenemos, y por otro lado tomando las decisiones necesarias para acercarnos a una vida más plena aunque sea a costa de no montar un negocio millonario o tener unas vacaciones de ensueño.
Saber si este tiempo te has dedicado a conseguir pequeños tesoros, o si la promesa del gordo te ha eclipsado podrá hacerte ver lo que valoras tu vida actual. O te has dedicado a cuidar y decorar tu vida, o prefieres no gastarte mucho en la reforma por si algún día viene un hada mágica y te saca de todo esto.
No se puede negar que necesitamos adornar nuestra vida con placeres, pero la medida del placer la ponemos nosotros, y cuando intentamos adornar nuestra vida con placeres que no podemos llegar a tocar, a sostener o a disfrutar frecuentemente estamos ante falsos placeres, humo, sueños de placeres, placeres para otros, y en definitiva una fuente de frustración que tendremos que compensar con el anhelo de un proyecto cada vez más grande y más irracional para poder, como hemos visto, contrarestarlo.