Reseña de
Republicanismo sin república. Filosofía, política y democraciaJordi RibaEdicions Bellaterra, 2015
El libro que nos ocupa es una auténtico trabajo de filosofía política, una problematización de los conceptos fundamentales que circulan hoy tanto en los discursos como en la práctica política.
Democracia, ciudadanía, patriotismo está en todas las bocas. Pero el significante
democracia, igual que el de
república tiene unas connotaciones especiales entre los que predican la emancipación. El libro de Jordi Riba oscila entre el lenguaje de la filosofía mundana y el de la académica. Mundanos son los problemas que plantea y también intentan serlo las argumentaciones, priorizando siempre la claridad sobre cualquier tecnicismo. Pero las referencias y las citas constantes le dan al escrito un cierto aire académico, que por la exigencia del rigor es inevitable. El libro es el resultado de la articulación de diferentes artículos y comunicados de Jordi Riba, profesor de Filosofia de la Universidad Autónoma de Barcelona. Articulación muy bien tejida, por cierto, ya que el autor mantiene una línea muy coherente que le da un hilo conductor muy claro. Se evita muy bien el riesgo de dispersión del libro como recapitulación de artículos.El primer capítulo me parece, de todas maneras, excesivamente abstracto y no acaba de centra bien todas las interesantes cuestiones que irán apareciendo. Pero son pocas páginas y al entrar en el segundo capítulo ya da un giro que multiplica su interés .Lo hace a través de Jean-Marie Guyau, un inclasificable y sugerente filósofo francés del siglo XVIII y de Claude Lefort, uno de los más interesantes filósofos políticos de la segunda mitad del siglo XX. Plantea la necesidad de hacer del poder un lugar vacío y de asumir el riesgo de la incertidumbte, de la crisis de fundamentos de la que hablaba en el primer capítulo. Entra luego en escena Miguel Abensour, uno de los grandes filósofos políticos del presente, que tanta influencia ha tenido sobre el autor del libro. A través de Abensour se plantearán las cuestiones más importantes que aborda el libro. Por una parte la concepción de
la democracia como una comunidad política sin dominación. Es decir, una democracia contra el Estado. Aquí viene la influencia del antropólogo francés Pierre Clastres. Democracia instituida pero no como Estado, sino contra el Estado. Democracia entendida así como instituciones vivas de autogestión que tienen más fuerza que las leyes. Democracia insurgente, dirá Abensour, porque los ciudadanos autoorganizados deben ser capaces de rebelarse cuando las leyes quieren dominarles. Hay también referencias a otro filósofo francés actual, el gran Jacques Rancière, para el que democracia, política y emancipación significan lo mismo. Pero también a los clásicos, como Saint Simon o el mismo Marx. Otra cuestión en la que entra Riba es en la del significado de la
república, como señala el mismo título.
República no como forma de gobierno sino como una forma de autogobierno activa de los ciudadanos. El autor recoge una división entre tres maneras de entender la ciudadanía ( que procede del contrato social, de los derechos humanos o de las leyes ) que confunde más que aclara la cuestión. Como también lo hace la cuarta que introduce Jordi Riba, que es la de la ciudadanía inconclusa que debe acabarse con la educación, sobre todo la filosófica. Me parece que una noción adecuada de
ciudadanía ha de articular, más que contraponer, las nociones de
derecho,
ley y
contrato social. Y ha de encontrar en la formación crítica un elemento fundamental, por supuesto.
A mí me parece que el problema que liga l
a democracia,
la república y
la ciudadanía es solo uno. Este problema es el de sí los ciudadanos son anteriores o posteriores al Estado, es decir a las leyes. Dicho de otra manera ¿ Es justificable que el poder último lo tenga esta comunidad de ciudadanos que llamamos democracia o república ? Esta parece ser la postura de Miguel Abensour y de Jordi Riba. Las leyes proceden del Estado, pero por encima de ella está estaría una comunidad política de ciudadanos. La otra postura es la que considera que los ciudadanos están creados por el Estado de Derecho. Es decir, que es el Estado de Derecho el que genera ciudadanos con derechos universales a través de las leyes. En este sentido el poder último no lo tendría la comunidad política sino los derechos universales. Es decir, que las leyes y el Estado como aquel que debe garantizar los derechos universales tienen el máximo poder y no puede ser cuestionado en la medida en que cumpla con su propósito. ¿ Cuales son estos derechos ? Me parece que la
Declaración Universal de Derechos Humanos, que no aparece en el libro, es una buena referencia. La democracia no sería entonces insurgente. Los ciudadanos lo serían en la medida en que el estado no les garantizará sus derechos. Derechos que, no lo olvidemos, no son únicamente individuales, políticos o jurídicos sino también sociales.Otra cuestión fundamental que plantea Jordi Riba es la cuestión de patriotismo. Señala muy bien su genealogía, en el sentido que se inicia con la la Revolución francesa pero que rápidamente es utilizado por los gobiernos nacionales al servicio de su intereses. Plantea la validez de un patriotismo entendido en sentido
republicano, muy ligado al cosmopolitismo, en el sentido de la idea reguladora de
una república universal tal como lo entendía Kant. Aunque más allá de este sujeto universal de derechos, Riba apunta a la necesidad de que el ciudadano sea un sujeto político activo, que participe activamente en la
res pública.
Res pública que liga perfectamente con la idea de república que nos transmite el autor. Hay aquí cuestiones más complejas, de todas maneras. Está la cuestión de el único que puede garantizar la ciudadanía es el estado, por lo cual si la ciudadanía es universal y no depende de la nacionalidad debería existir un Estado mundial capaz de garantizarla. Jordi Riba apunta otro tema interesante cuando dice que el universalismo cosmopolita debe partir de las lenguas y tradiciones particulares. Aquí me pierdo, porque aunque todas las lenguas son necesarias y respetables, no creo que una lengua implique una concepción del mundo que haya que incorporar. Las tradiciones no son otra cosa que continuidades de costumbres, valores, normas, creencias. En principio, como ya señaló Cornelius Castoriadis, la radicalidad democrática consiste en la capacidad que tiene una sociedad de replantearse su imaginario ( creencias, valores) y sus prácticas. Aprovecho este comentario para señalar aquí a Castoriadis como un filósofo al que hay que reller, conjuntamente con los que nos invita Jordi Riba, para seguir profundizando en el tema. También me parece que vale la pena hacerlo con otro filósofo francés, Michel Foucault, sobre todo con sus dos últimos cursos sobre
El gobierno de sí y de los otros, en los que su conceptualización de la
parresíaentendida como
coraje de decir la verdadtambién nos da nuevas pistas muy sugerentes para abordar el tema. Finalmente abría que contratar todo lo que hablamos