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"Hacia las diez de la noche me separé de él en una calle céntrica. Me dio un vigoroso apretón de manos. Fue a ver a su hijo Vlady y no lo encontró (Vlady: excelente dibujante y pintor, cuya admiración por su padre crece con el tiempo). Se sintió desfallecer en medio de la calle; requirió un taxi, tomó asiento en el interior y no pudo ni tan solo dar una dirección: quedó muerto en el acto. El chofer llevó el cadáver del desconocido a un puesto de policía. Allí lo encontramos pasada la medianoche. En una estancia desnuda y miserable, de muros grises, estaba tendido, la espalda sobre una vieja mesa de operaciones mostrando las suelas agujeradas, una de ellas completamente gastada, una camisa de obrero...Una tira de tela cerraba su boca, esa boca a la que todas las tiranías del siglo no habían podido callar. Podría haber parecido un vagabundo recogido por caridad. ¿Acaso no había sido un eterno vagabundo de la vida y de un ideal? Su rostro aún tenía impresa una ironía amarga, una expresión de protesta, la última protesta de Víctor Serge, de un hombre que, durante toda su vida, había protestado contra las injusticias humanas
Guardo un recuerdo particularmente penoso; si lo apunto aquí es como demostración de la inmensa pobreza en medio de la cual murió Víctor Serge. Ante el cadáver, un amigo suyo manifestó el deseo de comunicarme algo importante. ¿Qué revelación quería hacerme? Lo llevé hacia el patio de la comisaría. "¿Quién me devolverá ciento cincuenta pesos que le presté a Víctor hace una semana?". Estuve tentado de abofetearle.
Trasladamos el cadáver al salón principal de una empresa de pompas fúnebres. Le elegimos un ataúd de cierto precio. Lo rodeamos de flores, Víctor Serge se lo merecía. Entre todos sus íntimos juntos no teníamos con qué enterrarlo. Pero Víctor Serge se lo merecía. Pedí prestados mil quinientos pesos: una fortuna. Al llenar la hoja para la inhumación y llegar a la nacionalidad le puse "apátrida". Lo que era. El director de la empresa funeraria empezó a gritar que no se le podía enterrar si no tenía una nacionalidad. ¿Cómo iba a enterrar él a un sin patria? Llamé a Vlady. "¿Qué nacionalidad hubiera elegido tu padre de poder elegir?". "La española", me dijo sin vacilar. El escritor ruso-belga-francés Víctor Serge está enterrado en México en el Panteón Francés con la nacionalidad española".
Julián Gorkin, "La muerte de Victor Serge", París, marzo de 1957