La imaginación, para Charles Baudelaire, era “la reina de las facultades”. Y el cineasta y artista checo Jan Svankmajer –miembro del grupo surrealista de Praga— remacha: “Engels se equivocó cuando dijo que el trabajo hace humano al hombre: fue la imaginación. Eso es lo que nos diferencia de los animales…”[1]
Tal es también la tesis del historiador israelí Yuval Noah Harari: es la potencia de las ficciones compartidas que posibilita el lenguaje natural humano lo que nos hace capaces de cooperar intencionalmente en una escala que sobrepasa todo lo que han conocido otras especies en el planeta Tierra. “La característica realmente única de nuestro lenguaje no es la capacidad de transmitir información sobre los hombres y los leones. Más bien es la capacidad de transmitir información sobre cosas que no existen en absoluto. Hasta donde sabemos, sólo los sapiens pueden hablar acerca de tipos enteros de entidades que nunca han visto, tocado ni olido. Leyendas, mitos, dioses y religiones aparecieron por primera vez con la revolución cognitiva [hace unos 70.000 años]. Muchos animales y otras especies humanas podían decir previamente: ‘¡Cuidado! ¡Un león!’. Gracias a la revolución cognitiva, Homo sapiens adquirió la capacidad de decir: ‘El león es el espíritu guardián de nuestra tribu’. Esta capacidad de hablar sobre ficciones es la característica más singular del lenguaje de los sapiens.”[2]
Homo sapiens, Homo faber… Pero Harari tiene razón al insistir en otro rasgo esencial: somos humanos narradores de relatos, creadores de ficciones compartidas.
“La imaginación es más importante que el conocimiento”. No lo dice Yuval Noah Harari, lo dice Albert Einstein.
Jorge Riechmann, homo narrans, tratar de comprender, tratar de ayudar, 28/07/2015
[1] Babelia, 18 de octubre de 2014.
[2] Yuval Noah Harari, De animales a dioses, Debate, Barcelona 2014, p. 37. Véanse también p. 40-41 y 52.