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El Roto |
Los economistas emplean varios parámetros diferentes para medir ese incremento de bienes y servicios, entre los cuales el más común es, sin duda, el Producto Interior Bruto (PIB), que de alguna mide cuántos “bienes y servicios” se crean en una sociedad determinada o en todas las sociedades del mundo (en ese caso, PIB mundial).
Nos dicen que sin crecimiento económico, miles de millones de personas que viven sumidas en la pobreza extrema jamás lograrían salir de su situación o la verían agravada; no obstante, según la inmensa mayoría de las medidas, la cantidad mundial de pobres sigue en aumento. Para lograr sacar a esas personas de la pobreza y evitar una catástrofe climática mundial, lo que en realidad necesitamos es encoger nuestras economías. Pero ¿cómo lo logramos?
La mayoría de los puestos de trabajo que los políticos prometen crear son sin lugar a dudas espantosos. Para las personas que carecen de educación formal, los innumerables puestos de trabajo que cada partido asegura poder ofrecer son trabajos tediosos y empobrecedores en lugares como los centros de servicio al cliente de Amazon, con sueldos insuficientes para cubrir alquileres, atención de la salud, alimento, facturas telefónicas, guardería o un automóvil. Para quienes cuentan con estudios, se ofrecen puestos de trabajo mecánicos, en los que la única destreza necesaria consiste en dominar la jerga necia del negocio para lograr la apariencia de que se está haciendo útil.
Los antiguos griegos consideraban que cualquiera que tuviera que trabajar para ganarse la vida era un esclavo. En la sociedad moderna, casi todos trabajamos para ganarnos la vida porque todos debemos dinero a alguien o tenemos alguna factura próxima a vencer.
El crecimiento económico beneficia de manera desproporcionada a las personas que no necesitan trabajar, es decir, aquellos que nos otorgan nuestros créditos para estudiar, hipotecas, créditos para la compra de coches y tarjetas de crédito. Ese grupo de actores incluye corporaciones, políticos que sirven a los intereses de esas corporaciones, políticos que sirven a los intereses de esas corporaciones y, por supuesto, las personas que trabajan en el campo de las finanzas internacionales.
Tomemos en consideración, por ejemplo, la crisis de 2008. ¿Por qué se encontraron los bancos en condiciones de provocar tanta desgracia? Crearon dinero de la nada, se lo entregaron a solicitantes desafortunados de créditos y, luego, cuando esa gente dejó de devolver ese dinero inventado, los bancos obligaron al Estado a pagarles el dinero que ellos mismos habían “inventado”. Picaron la deuda en trozos microscópicos, reunieron algunos pedacitos al azar y negociaron esa deuda entre ellos, con el resultado de que crearon una red gigante e impenetrable de derivados financieros e intercambio de deudas en
default. ¿Por qué nadie anticipó esa crisis? Porque la gente dejó de creer en el fracaso: cuanto más creemos en la imposibilidad del fracaso, más probable es que sobrevenga. (…)
Deseo postular la afirmación radical de que nuestro sistema social se funda en la creencia mayoritaria en la necesidad fundamental del trabajo, un aumento marcado del ocio, el ausentismo, la haraganería y la no laboriosidad, podría ser l manera más eficaz de generar un cambio social y político positivo. (pàgs. 164-166)
Andrew J. Smart,
El arte y la ciencia de no hacer nada. El piloto automático del cerebro, Clave Intelectual, segunda edición 2015