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Es más que probable que esté ante la última vez en la que presento en las clases de 4º de ESO conceptos tan básicos como el de moral, ética y política. Con este último estábamos hace unos días, hablando sobre la conveniencia de que un político mienta o no a la población. Intuitivamente, todos daríamos la misma respuesta: un político no debe mentir, y de hecho debería sancionarse el engaño en caso de producirse. A veces dar clase de filosofía es ponerse en la piel del diablo: ¿qué pasa si la mentira es algo obligatorio y necesario en cualquier democracia? Tenemos ejemplos de unos y otros: pensemos por un momento en aquellas elecciones de 2008 en las que el presidente y todo su partido logró engañar a la sociedad española. Por entonces estaba prohibido pronunciar esa palabra maldita: crisis. Era algo que nunca iba a llegar a nuestro país. Se nos vendió el país de las maravillas y la cosa coló. Gracias a una mentira masiva, auspiciada por ciertos medios, el partido del gobierno logró conservar el poder. Y el ejemplo de 2015 no es muy distinto: la palabra crisis sigue siendo maldita, o en todo caso ha de pronunciarse como un asunto del pasado. Ahora toca hablar de recuperación. La maquinaria de la propaganda ya está en marcha, y la cuestión a dirimir a inicios de la navidad, pocos días antes del sorteo de la lotería, es si los españoles comulgan, o no, con la rueda de molino de la recuperación.
Mentían unos y, si nos atenemos a los números, mienten ahora los otros. Parece ser que la misma crisis que ha barrido gobiernos de todos los colores en los países de nuestro entorno ha venido para quedarse. Se pueden leer por ahí análisis de quienes no tienen compromisos con partido alguno, y que afirman que la mejora económica va a ser tan pequeña y tan lenta que tendremos la sensación de que la crisis dura para siempre. Recuperación, sí, pero a ritmo de caracol. Crecimientos de décimas, descensos del paro de apenas unos miles de trabajadores en cuatro años. Es lo que toca en estos tiempos, y parece que la acción de los gobiernos tampoco puede cambiar mucho en este sentido. El capitán del barco que se presenta a sí mismo como un maestro de la navegación en aguas tranquilas es un embaucador. Y aquel otro al que le toca navegar en medio de tempestades tampoco es responsable de cuantos daños sufra el barco. Hablaba Maquiavelo de que para gobernar hace falta el concurso de la fortuna y parece ser que les ha faltado a los líderes de medio mundo en los últimos ocho años y que les seguirá faltando al menos otros ocho. La cuestión entonces ante la campaña electoral es la siguiente: ¿Podría un partido político, el que sea, presentarse con un mensaje pesimista, anunciando otra década de crisis, de crecimientos pírricos y de descensos del paro prácticamente insignificantes, con un aumento de la pobreza y una mayor desigualdad? ¿Cuántos votos tendría un partido que nos pinte este panorama?
Enfrentados a esta situación la mayoría tendremos a responder de una forma tan intuitiva como aquella con la que negábamos la mentira en política: no se puede vender cenicismo y mal rollo a la sociedad. Cada cual en su registro tiene que vender progreso económico, igualdad creciente, mayores ayudas sociales. En el mercado de los votos ningún puesto soporta el realismo. Pintemos pues la realidad de mil colores. Vendamos nuestros productos a quien consideremos el mejor cliente: el empresario del IBEX, el currito o el funcionario. Vendamos operaciones, servicios públicos y prometamos lo que haga falta a cambio de cada voto. Ya Zapatero, cuando no pensaba ser presidente, prometió un portátil a cada profesor y debo ser de los pocos que no recibió el suyo. Votar entonces antes de la lotería es la mejor de las coincidencias posibles: comprando un boleto de lotería tiramos 20 euros a la basura con una probabilidad cercana a uno. Votando a tal o cual partido tiramos nuestro voto a la basura a cambio de una ilusión de cambio que no se verá confirmada por la realidad. Las elecciones son el tiempo de la ilusión, de la sonrisa ante un cambio. Otra cosa es lo que pase después del sorteo, después de las elecciones. Tras la ilusión de comprar el boleto, llega el desengaño porque no toca. Y siempre queda, nos dicen, el consuelo de la salud y de seguir jugando al próximo año. Votar a tal o cual partido es lo mismo que jugar a la lotería: depositamos la ilusión en una papeleta y cuando llega el desengaño, que no suele tardar 100 días, nos queda el consuelo de la salud y de volver a jugar. Nos llamarán de nuevo a las urnas, para vendernos optimismo, dentro de cuatro años. ¡Viva la democracia!
Hoy es el Día Mundial Contra el Cáncer de Mama y numerosas organizaciones están lanzando iniciativas y campañas de sensibilización específicas. En realidad se trata de un movimiento social que promueve pensar en la enfermedad antes de padecerla y pensar en quienes la padecen de una manera solidaria.
Afortunadamente, la sociedad fomenta cada vez más el enfoque preventivo y constructivo de las enfermedades y se aleja de posturas descuidadas y pesimistas. La sanidad ya no es solo una cuestión de los profesionales de la salud sino una responsabilidad de la persona, que debe acostumbrarse a cuidar de su salud, empezando por hacer caso de las campañas de prevención. “Nunca pensé que me iba a tocar a mí” ya no es un argumento lógico, cuando existe tanta información que invita a prevenir esta y otras enfermedades.
Por otra parte, el enfermo ha pasado de ser un sufridor del que nos compadecemos a ser un luchador al que apoyamos. Su postura activa ante la enfermedad es también un paso adelante en el concepto de paciente, si bien es cierto que solo la actitud no ayuda a vencer la enfermedad.
En cualquier caso, nunca está de más:
1. Informarse bien, a través de fuentes fiables.
2. Seguir controles de forma regular para descartarlo o asegurar su detección precoz.
3.Buscar apoyo para afrontarlo mejor.