Este artículo fue publicado originalmente por el autor en el Correo Extremadura.Ahora que han pasado las elecciones es cuando conviene hacer una jornada de reflexión. O varias, dado lo complejo del resultado. Una reflexión es útil cuando es crítica, es decir, cuando sirve para discriminar lo malo de lo bueno. Y es más útil aún cuando es autocrítica. Vamos a ello.
La derecha (PP, Ciudadanos, DL, PNV) admite pocas críticas que no sean ideológicas. En general, ha sido consecuente con sus principios. El PP, por ejemplo, ha aprovechado estos cuatro años para liberalizar todo lo se iba pudiendo liberalizar sin demasiadas protestas (contra las que ha creado, además, una ley especial – la llamada “ley mordaza” – ). Además, lo ha hecho “ejemplarmente”, poniéndose a sí mismo como ejemplo de partido político convertido en empresa, esto es: orientado al beneficio privado de sus dirigentes, y sujeto, como muchas otras empresas, a una doble contabilidad. El único error ha sido permitir que otros (desde el sector díscolo de la empresa) hicieran públicas todas estas habilidades empresariales bajo el título de “corrupción”, en lugar de bajo otro más constructivo, tipo “ejercicio exitoso de administración”, o “emprendimiento e innovación contable”. Pero, hay que reconocerlo, tampoco esto de la
corrupción le ha venido del todo mal al PP. Ha servido para ocultar lo importante. Mientras la plebe y sus periódicos y tertulianos favoritos ardían en indignación por los sobres de Bárcenas o la calderilla de las tarjetas black, el PP ponía en marcha la política económica (y el aparato legal concomitante) que ha hecho el doble de ricos a los
suyos (y no me refiero necesariamente a sus votantes) y que, además, ha sabido vender como “la necesaria –aunque dolorosa – toma de medidas que ha sacado a España de la crisis”.
¡Chapeau!Por supuesto, y pese a recortes y titulares de prensa, han ganado.
Ciudadanos también muy bien. Ante el increíble avance de Podemos, y en un alarde prodigioso de astucia, se propuso como un Podemos liberal, en el que todo era igual que el Podemos original (el mismo líder joven, bien formado, con las manos limpias...) pero sin el aura de radicalismo de Pablo Iglesias y con una ideología
económicamente correcta. No ha ganado. Pero tampoco hacía mucha falta. Ha frenado el crecimiento de Podemos y ha generado incertidumbre (que siempre viene bien a los partidos conservadores), y además se queda en el Congreso, como un PP que espera en el banquillo (por lo que pudiera pasar). Los partidos nacionalistas tradicionales (DL, PNV) tampoco han cometido errores sustanciales. Siguen consagrados al servicio de las élites que sacan tajada de los privilegios fiscales, las prebendas autonómicas, y la confrontación con Madrid. En Cataluña, esa confrontación se ha llevado al límite (con la ayuda de esos atrevidos –pero en el fondo buenos – muchachos de la CUP), con el resultado, como mínimo, de asegurar un gobierno liberal – y al que poder seguir enfrentándose – en la capital (el PP no hubiera ganado sin la amenaza independentista catalana), y la opción, más abierta y prometedora que nunca, de aumentar los privilegios y las prebendas.
En cuanto a la izquierda, la cosa ha sido más lamentable. En principio, tanto el PSOE como IU, a remolque de Podemos, han renovado y rejuvenecido a sus cuadros más visibles, han hecho exhibiciones de democracia interna (en el caso de IU, también de batalla campal), y han “fichado” a gente valiosa e independiente (por aquello de no parecer “casta”). El PSOE no ha ofrecido más que lo que se esperaba: propuestas socialdemócratas moderadas y un joven líder destinado al sacrificio. En cuanto a Podemos – no solo un partido político, sino un fenómeno y un movimiento social –, ha sido el protagonista indiscutible de estas elecciones. Tras una campaña novedosa y, de nuevo, ilusionante, y la mezcla – explosiva – de idealismo y populismo que es marca de la casa, ha logrado colocar a la izquierda a las puertas del poder, por vez primera desde que estamos en democracia. Lo más lamentable ha sido, sin duda, la falta de acuerdo con IU. El dato de los catorce escaños de más que hubiera obtenido Podemos compartiendo candidatura con Izquierda Unida es, no por previsible, menos indignante. Hubiera podido, incluso, dar un vuelco a la situación de parálisis, y de probable repetición de las elecciones, que atenaza al país. Que Izquierda Unida y Podemos no hayan resuelto sus diferencias, que no eran programáticas (sus programas son sustancialmente idénticos), sino, supongo, estratégicas y personales, es realmente obsceno. La estrategia, en particular de Izquierda Unida, se ha revelado absolutamente errónea, para ellos y para la causa, en general, de la izquierda. Claro que esto último no sé si lo entienden. De hecho, no sé si mucha gente en la izquierda realmente entiende que
las personalidades y las siglas no son, no deben ser, nada más que vehículos más o menos adecuados para el triunfo de los ideales que representan. Y a este respecto no caben ansias de protagonismo, ni apegos sentimentales, ni fidelidad a siglas, ni historias de abueletes luchadores, ni niño muerto. Miren que claro lo tiene la derecha. No van a perder unas elecciones por cambiar a un Rajoy por una Soraya. ¿Qué más da? Lo que importa es lo que importa. Ahora bien, ¿es que ha de estar más claro el valor de la libertad de mercado o de los caudales financieros, que el de los ideales de justicia que identifican a la izquierda? Pues parece que sí. Y si no es el caso, que desde esa misma izquierda rectifiquen de inmediato (más aún en previsión de unas elecciones anticipadas).
Izquierda Unida tendría que haberse integrado ya, y todavía puede y tiene que hacerlo, en Podemos, sacrificando siglas y liderazgo (la dimisión del máximo responsable de IU está más que justificada).
Por la simple y contundente razón de que Podemos representa, hoy por hoy, la primera posibilidad real que tiene la izquierda de llegar efectivamente al poder. A ver si ahora lo entienden.