Me temo que este discurso, que tanto está haciendo por Obama, y tan poco por el control de armas en los Estados Unidos, tendrá un éxito fenomenal y más de uno al verlo se sentirá empapado hasta la médula por la empatía derramada tan generosamente ante el mundo por el hombre más poderoso del planeta. Pero a mi esto me parece un claro ejemplo de lo peor de la política, porque muestra el inmenso poder democrático de la emoción, o, mejor dicho, de la sustitución del argumento por la emoción, es decir, de la falacia. Este es el triunfo de la sofística hecho posible por algo que ya vio con toda claridad Montesquieu: para la emoción, todo el mundo vale.
Sobre política y lágrimas, un vídeo instructivo
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