Estudiando el tema de Descartes con los alumnos de 2º de bachillerato les planteo una pregunta como actividad: ¿hay algo indudable en este mundo? El ejercicio no consiste sólo en responder a esta pregunta sino, a continuación, en tratar de cuestionar con algún argumento esa supuesta evidencia, porque filosofar implica poner en duda lo evidente..
Desde entonces no he podido quitarme "la pregunta de la cabeza". Y la respuesta más inmediata que encuentro coincide con la de la mayoría de los alumnos. Lo indudable para ellos es, en primer lugar, la muerte y en segundo lugar una verdad matemática como 1+1 = 2.
A continuación viene el problema porque hay que intentar poner en cuestión la supuesta evidencia de esas dos verdades. Pero ¿es posible? ¿Hay algún argumento capaz de cuestionar la evidencia de la muerte y de una suma sencilla como 1+1=2? Vamos a intentarlo empezando por la suma.
1+1= 2 es una verdad indudable en el ámbito de la aritmética, pero no en otros contextos. Si operamos con números binarios, 1+1=10. En el álgebra de Boole, 1+1=1. Si operamos con los números entendiéndolos como objetos, 1+1=11.
Por lo tanto, estos tres ejemplos nos enseñan que no podemos afirmar sin más lo indudable de 1+1=2. Hay que referir esta operación a un contexto determinado para que se cumpla o no su supuesta evidencia. En este caso, a la aritmética.
¿Ocurrirá lo mismo con la muerte? Hagamos la prueba.
Solemos afirmar lo indudable de la muerte y la entendemos como el cese de las actividades vitales de un individuo. Pero esa definición de "muerte" supone una definición previa de "vida" y no hay una única manera de definirla, sino al menos tres: como proceso físico-químico, como fenómeno espiritual y como realidad emergente.
Podemos entender la vida como un conjunto de procesos físico-químicos que permiten a un organismo independizarse de su medio y poseer un control específico sobre él. En este caso, la muerte, como cese de esa independencia y control, consiste en una disolución del individuo en el medio. Se trata de una concepción
monista para la cual la muerte es disolución.
Ahora bien, podemos entender los procesos vitales que permiten la autonomía del organismo respecto de su medio como procesos dependientes de su base físico-química pero irreductibles a ella. En este sentido, la vida está presente en la materia pero no coincide con ella debido a su carácter inmaterial o espiritual. Por lo tanto, la muerte consiste no en disolución, sino en separación entre la realidad espiritual y la material. Se trata de una concepción
dualista para la cual la muerte es separación.
En tercer lugar podemos comprender la vida como conjunto de propiedades de una realidad material inmersa en un proceso evolutivo cuyo dinamismo se articula en niveles diferentes –el elemental, el atómico, el molecular, el viviente, el inteligente- dotados de propiedades nuevas no reducibles a las propiedades de los estados anteriores. La evolución es producción de novedades. En este sentido, la muerte consiste en la diferenciación de un nivel de realidad respecto del precedente, que insiste sin embargo en él. Se trata de una concepción
emergentista para la cual la muerte es diferenciación.
Teniendo en cuenta lo anterior ¿en qué consiste la evidencia de la muerte? ¿En la disolución del individuo en su medio? ¿En la separación del alma y el cuerpo? ¿En distinguirse de lo que se ha sido para ser de otro modo?
Confesamos nuestra simpatía por la tercera respuesta, sin que le falten dificultades por resolver. No reduce los procesos vitales a su base físico-química, olvidando su peculiaridad, pero tampoco afirma una realidad más allá de lo material para explicarlos, sino que concibe a la realidad misma como capaz de "dar de si" nuevas realidades, es decir, como fecundidad. Además, en el seno de tal fecundidad, dejar de ser lo que se fue (morir) y comenzar a ser lo que será (nacer) se muestran como dos dimensiones inseparables de un mismo
devenir.