Escrito por Luis Roca Jusmet
Al final de la película de Ridley Scott “Blade Runner” el policía que van dejando pajaritas de papel por los lugares por donde pasa le hace a Harrison Ford un enigmático comentario en forma interrogativa : “Pero al final, ¿ Quién vive ? “. La pregunta es aquí extraordinariamente ambigua por los múltiples significados que abre. ¿Viven los humanos, que parecen zombies en un mundo devastado, o simplemente sobreviven? ¿Viven los replicantes en una vida que como dice el que se convierte en su líder, Roger Dahuer, es tan corta como intensa? ¿Vive él, que no sabemos si es humano o un replicante? ¿Vive su nada o ya está muerto? La pregunta, por cierto, tiene también un origen ambiguo. Es la pregunta que le hace a Hamlet en un escenario en que apareceb vivos y muertos. Entro film más reciente de Isabel Coixet, “Mi vida sin mí” se formula en otro contexto y con otro estilo la misma pregunta. ¿Estoy viviendo yo, que a los veinte y pocos años ya tengo un destino marcado de rutinas? ¿Está viviendo mi marido, cuyo horizonte es no tener ninguno? ¿Está viviendo mi madre, que solo hace que quejarse y odiar? ¿Está viviendo su compañera de trabajo cuando solo piensa en las dietas ? Cunado va a ver a su padre en la cárcel, después de diez años sin contactos, lo encuentra absolutamente derrumbado. Pero lo dice que no podía vivir como hubiera querido su madre, que él no podía hacerlo. Podemos atisbar que quiso rebelarse contra esta manera rutinaria, pobre, convencional de vida y ello le llevó, en su fracaso, donde está. En todo caso, ella, a punto de morir, con pocas semanas de vida, quiere vivir. Quiere vivir realmente, con intensidad. Quiere vivir lo que no ha vivido, pero tampoco renuncia a lo que vive, al amor de su marido y sus hijos. La visión de esta película me hizo pensar en el ejercicio espiritual que hace esta chica. Digo ejercicio espiritual porque me remitió a este término, utilizado por un filósofo francés contemporáneo, muerto hace pocos años, que es Pierre Hadot. Lo que reivindicaba este filósofo era una frase famosa de Platón, que decía que filosofar era “aprender a morir. Generalmente se interpreta esta frase en el sentido que Nietzsche le critica : Platón odiaba la vida y por esto se inventó un mundo eterno como falsa promesa. Pero Hadot le da el sentido inverso: “Aprender a morir quiere decir aprender a vivir”. Esto es lo que le ocurre a esta chica : al preparase de manera cruda, implacable, hacia una muerte inminente e inesperada aprende a vivir con intensidad. La presencia de la muerte debe ser así la manera de recuperar la vida. Porque la película no expone un drama sino una tragedia. La diferencia entre drama y tragedia la veo como entre la impotencia y la imposibilidad. El drama parece moderno y quizás lo podríamos remitir al mismo Hamlet : Ser o no ser, esta es la cuestión. El hombre enfrentado a la duda, a la impotencia. Pero la vida y la muerte no son una elección. Son lo que hay. O mejor dicho la vida es lo que hay.. La chica dice, en un momento, mi vida sin mí ya no es mi vida, porque yo no estaré. Es la misma reflexión de Epicuro cuando dice que no debemos temer la meurte porque no nos morimos. Ni siquiera morir es un acto. El acto es vivir. Podríamos remitirnos al viejo Aristóteles con su teoría de la potencia y el acto. La vida es la potencia que se va actualizando hasta el momento de vivir. Hay muchas cuestiones filosóificas que aquí me aparecen pero me gustaría citarlas. Son los planteamientos de dos grandes filósofos del siglo XVII : Spinoza y Leibnitz. Spinoza con su visión de una Substancia única, llámese Dios o naturaleza, donde pasa lo que debe pasar, donde lo necesario y lo contingente, lo real y lo posible son lo mismo. Spinoza habla poco de la vida cuando dice que los atributos de este Ser son el pensamiento y la extensión. Pero hay en toda su filosofía un vitalismo implícito que hace vibrar más allá de su forma matemática. El bien como alegría, como potencia de vivir. Y Leibnitz me llama la atención en su formulación de los individuos, de cada uno de nosotros, como Mónadas, substancias únicas que encajan unas con otras como un puzzle. Así cada uno de nosotros tiene como propiedad todas las cosas que le pasan, como a mí ser un sujeto que el día de hoy, en la hora y el minuto actual está escribiendo esto en un ordenador y no podía ser de otra forma. La duración finita de nuestra vida no es un drama pero ¿Es una tragedia ? Nietzsche quiso dar su respuesta con su afirmación trágica de la vida. Vale la pena vivir- decía- esta es mi apuesta, pero la vida es trágica porque vamos a sufrir y vamos a morir. Lo sabemos. Otro filósofo contemporáneo y también fallecido, Giorgio Colli, decía que Schopenhauer y Nietzsche eran los únicos que habían planteado el problema del dolor como centro de su filosofía. Pero lo plantearon de manera inversa. El dolor de existir, decía Schopenhauer. Y llegamos así a un punto interesante que es la pregunta por la vida que vuelve en esta Europa cansada del siglo XIX. ¿Cansada? Cansada para algunos, no por supuesto para el optimista Hegel o el optimista Comte. Cansada, terriblemente cansada para Schopenhauer y para Nietzssche. Pero el primera era el viejo iracundo que aceptaba con amargura este cansancio. Porque para él no era el cansancio de una época sino la de una condición, que era la humana. El hombre como aquel estúpido animal que oscila entre el deseo ilusorio y el aburrimiento de la satisfacción. Solo algunos remedios, algunos paliativos, como el arte o la vieja sabiduría de la India tradicional pueden permitirnos superar este dolor de existir. Porque la vida, pensaba, es mala, es una fuerza ciega que se alimenta de sí misma sin sentido ni finalidad. Pero contra el viejo Schopenhauer se rebelaba el joven Nietzsche, cuando proponía su transvaloración. El eterno retorno, la capacidad de vivir cada instante con el deseo de vivirlo infinitas veces. Porque la única vida posible es la que vivimos y si no queremos vivir esta no queremos vivir ninguna. Porque la vida es esto, la que tenemos y no otra. Pero frente a este lúcido asentamiento Nietzsche se vuelve a un sueño del mañana, a una promesa. El hombre como puente entre el mono y el superhombre. Este camello capaz de soportarlo todo, que se transformará en el fiero y libre león para acabar con un niño que vivirá en la inocencia de la vida como un juego.
Un siglo después, el pesimista Cioran se reirá de lo que considera el profetismo optimista e ingenuo de Nietzsche. En su
Breviario de podredumbre) escribe
: Polvo prendado de fantasmas, tal es el hombre: su imagen absoluta, de parecido real, se encarnaría en un Quijote visto por Esquilo..." El aforismo, genial y certero, me abre un horizonte reflexivo muy rico. El hombre no es "sino la quintaesencia del polvo" dice Hamlet a Rosencranz y a Guildnsteirn frente al esplendor del Universo, del cielo y de la tierra. El polvo no tiene ni la noble solidez de la roca ni el ligero fluir del agua. Es un materia que se disuelve, que se pierde sin eliminarse en un movimiento circular. Ciertamente la dura frase bíblica "Polvo eres y en polvo te convertirás" nos sugiere esta inconsistencia humana tomada en sí misma. Pero para Cioran no hay un Dios que nos redima ni un hombre que se va a trascender a sí mismo. Este sueño de Nietzsche, demoledor de ídolos, no es más que la construcción de una nueva quimera, la peor. Este maldito yo, por usar una certera expresión suya, no es nada. Ni siquiera es la Nada que los budistas nos ofrecen como un horizonte de salvación. Nadie nos salva ya, el mal está hecho: hemos nacido. Hasta el mismo Schopenhauer cayó en las redes de las falsas esperanzas de redención. Pobres humanos, nos dice Cioran. Ingenuos humanos, los que creen en la salvación. Lector riguroso de los Vedas o de los sutras budistas. Cioran no vio en ellos una hoja de ruta para la salvación. También Schopenhauer cayó en el espejismoSolo los humanos nacemos, solo nosotros morimos. Es el desgracia de nunca conciencia. Los animales aparecen y desaparecen en este polvo que ni se reconoce como tal. Pero nacer implica la idea de algo, de alguien, es la conciencia que se materializa. Nuestro sistema nervioso, hipersensible, genera esta conciencia que no es otra cosa que un suponerse separado, que un desarraigo radical con la Naturaleza. Nacer es ser diferente y es esta diferencia la que nos condena. Morir es la idea que nos atraviesa, es el horror que nos espera. Somos algo y esta es nuestra desgracia porque nacemos, primero biológica y después simbólicamente cuando nos hacen entrar en el orden del lenguaje y de la ley. Algunos ilusos hablan de contrato social cuando lo único que hay es un nacimiento y una socialización violenta. Ni más ni menos: el resto son palabras, consuelos, engaños que nos taponan
la idiotez de lo real Polvo quiere decir también que somos cuerpo. Más allá de la representación del cerebro es el cuerpo en su globalidad el real sujeto de la experiencia. Este fantasma no es un ser incorpóreo, aunque quizás sí una apariencia sin consistencia. Pero la falta de consistencia es ética, ya que no hay nada más allá de sus engaños. Es la fantasía, el señuelo que nos hace salir de la inercia del sobrevivir, del indiferentismo espectral. Cada fantasma, cada ilusión es un motor emocional que nos encamina hacia otro espejismo.. Mientras Cioran también se divierte mostrando el engaño, la mentira en que vivimos: es el goce de la lucidez. Él mismo sabía que él mismo también entraba en el juego. ¿ para que denunciar, para que hablar, para qué escribir ? De algo hay que vivir, finalmente. Cioran escribe así sin ilusiones, sin poder ni gloria, con sus pequeñas ocupaciones : leer, escribir, conversar y sobre todo escuchar música. También en esto coincide con Schopenhauer.Extraña es la expresión
una imagen absoluta. El registro imaginario parece referirse al señuelo, a las identificaciones, a las proyecciones...o quizás a la imagen perceptiva, la que nos llega al cerebro a través de los sentidos, que es siempre relativa a un sistema específico. Hablamos entonces de un recurso retórico, que muestra a la vez lo aparente de la imagen y la fuerza de lo real, como más tarde señala. El hombre, que es a la vez polvo y fantasía, como antes hemos señalado, puede dibujarse en una metáfora expresiva, que es la que ahora planteará. Lo imaginario parece absoluto pero se mueve en el terreno de la superficie, de lo mimético, de la ilusión. Cioran quiere mostrar esta paradoja : lo más parecido al hombre es lo más aparente. Es que el hombre es pura apariencia, es la construcción imaginaria que teje de sí mismo. Recordemos a Nietzsche cuando dice que la verdad es la invención del ridículo habitante de un punto ínfimo del Universo hinchado de vanidad. Esto es el hombre, la realidad de la apariencia. Hemos vivido siglos hechizados por la promesa de Platón de la posibilidad de ver la Luz. ¿Salir de la caverna? La caverna es lo real ¿ Qué representa el Quijote para ser esta imagen absoluta ? El Quijote es moderno, como lo son otros personajes literarios. Cioran admiraba a Cervantes, igual que a Shakespeare o a Dostoievski. Pero es el Quijote el que tiene más fuerza porque es la triste figura de la locura. Triste la figura de este caballero enjuto que tan bien representa el fantasma, la consistencia de la fantasía frente a la inconsistencia del polvo. La locura no es lo queda excluido por la razón. Descartes se equivoca totalmente cuando afirma que la razón se funda sobre la exclusión de la locura. La razón desemboca necesariamente en la locura, la razón es la locura. Cuando este primate desarrolla un sistema nervioso tan sensible, tan agudo y un cerebro inconscientemente se separa de la naturaleza, Se desarraiga totalmente, se vuelve loco y tiene que socializarse para construir un vínculo con lo natural. Lo hace con las palabras, que son la mediación a partir de la cual monta una realidad paralela, que es la del discurso. Razonar es ver la realidad a través de los conceptos, que como bien dijo Nietzsche, igualan lo desigual. Nuestra experiencia es totalmente singular como no lo es la de ningún otro animal. Pero esta singularidad es necesariamente sacrificada por la locura de la razón. Pero es la razón de la sociedad la que se impone sobre cualquier otra. Con el Quijote explota esta contradicción : su discurso no coincide con el de los otros. Pero él no quiere ceder, no renuncia a lo que ve. "La locura es más verdadera que la vida" dijo la emperatriz Sissi, nos recuerda irónicamente Cioran. "Todos los hombres deliran" afirmaban Lacan radicalizando la afirmación de Freud de que en todo delirio hay un núcleo de verdad. Pero la locura del Quijote es la locura de uno contra la locura de todos. Este es el destino terrible del hombre: renunciar a su locura para aceptar la de la sociedad o hundirse en el abismo. Hay un delirio que se impone, que circula y éste es el único que se admite. Pobre Quijote, hombre moderno que se cree el
sapere aude, la ilusión ilustrada de pensar por uno mismo y no obedecer. Kant fue más prudente : piensa por ti mismo pero obedece, actúa como te dicen la ley, el Gran Otro. Pero la miseria humana solo puede ser compensada por esta locura única, singular, del Quijote.
Esquilo es una referencia a la tragedia griega. Cioran es, desde luego, un trágico. Esto es lo que tiene de antiguo. La existencia humana para él no es dramática, es trágica. El drama es cristiano y es moderno, es el Crucificado, es Hamlet debatiéndose entre actuar o no actuar.. A Cioran no le gusta el cristianismo porque el drama que construye crea la ilusión del libre albedrío, de la redención. Le conmueve y le interesa Shakespeare, por supuesto, en su magnífica exposición de las pasiones humanas. Pero la duda no tiene sentido porque ya hemos perdido de entrada. Cioran, lúcido como Spinoza o como Nietzsche, es determinista. Somos lo que somos y no lo hemos elegido: nadie se libera de sí mismo. Pero hemos de cargar con nosotros mismos, con el maldito yo. Cioran no cree la alegría de Spinoza ni en la de Nietzsche. No hay Dios, esta Unidad de la que formamos parte, ni puede el hombre superarse a sí mismo. No hay futuro, no hay salida. La tragedia griega habla de
la Moira, de esta lógica implacable de las cosas contra la cual ni los dioses pueden rebelarse. Esquilo habla del dolor, de esta evidencia de la vida humana de la que los filósofos no quieren hablar. Solo Schopenhauer y Nietzsche lo hicieron, como algo esencial de la vida humana. Pero Cioran nos recuerda sólo desde el dolor es posible el conocimiento, aunque Nietzsche nos advertía que el dolor nos hace más profundos pero no mejores.Cioran es inclasificable. Trágico sin ser dramático. Entiende que el hombre no tiene sentido pero no hace una estética del absurdo. Tampoco se presenta como un profeta del nihilismo. Fiel a su estilo fragmentario, donde cada aforismo parece contener la totalidad de su pensamiento.Cioran,
rara avis dentro de una extraña especie, la humana, nos legó aforismos certeros que nos llegan a lo más profundo porque él mismo los escribe desde sus profundidades. No es una profundidad erudita, no es una profundidad metafísica. Es la que surge del abismo, de lo que escondemos pero a pesar de todo expresamos. El saber que no sabemos, por debajo de la superficie de la conciencia, de la razón. Tampoco es el inconsciente del que hablaban los psicoanalistas. Es la otra escena del yo, de la que nada podemos decir. Lo que escribe Cioran no procede del razonamiento, son explosiones de algo singular, de lo más propio que ni nosotros mismos conocemos. Pero si somos algo, somos esto. No la máscara del yo, esta pobre invención humana que cristaliza como un tótem que adoramos con nuestra estúpida vanidad.Pero estos fragmentos lo son de la experiencia, de una experiencia que no es gratuita. Nace del dolor, de una herida que nos impulsa, dice Cioran, a escribir, de una vitalidad misteriosa que nos empuja a expresarnos. Es como expulsar los demonios, como vaciarnos del veneno que nos corroe internamente. Pero ni tan sólo esto nos tranquiliza, porque el vacío de Cioran no es amable ni liberador. Solamente un deseo de lucidez, que ni siquiera nos consuela, nos conduce a leer a Cioran : cada aforismo es una flecha lanzada contra aquellas mentiras que nos ocultan la dureza de lo real. Cioran es uno de los filósofos que más me han impresionado. Quizás baste un sólo libro
Del inconveniente de haber nacido para entenderlo, como él mismo dice. Escribe con aforismos, que como él mismo dice son fogonazos de la experiencia. Su estilo es genial y sus descripciones y retratos ( cómo comprobamos en
Ejercicios de admiración) son fascinantes. Comparto con Cioran el escepticismo profundo, la incapacidad de creer en nada aunque soy incapaz de llega a su conclusión, que es que lo mejor es la pasividad. Necesito actuar aunque no sea un creyente en ningún sentido. Necesito una respuesta a la pregunta del valor de la vida. Aunque no tenga sentido hay que inventarlo. Cada cual tiene este trabajo. Algunos lo heredan de la tradición de la que forman parte. Otros hemos de hacerlo desde nuestra soledad compartida.