Entre los evangelios canónicos sólo el de Mateo nos habla de unos magos que, procedentes de Oriente, llegaron a Jerusalén en tiempos de Herodes, preguntando por el rey de los judíos, que acababa de nacer. "Al ver su estrella en el oriente, hemos venido para adorarle". Tras permanecer un tiempo en Jerusalén, retomaron su viaje "y la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra". Mateo sitúa la acción claramente en una casa (oikía).
¿Quienes son estos magos?
Si los evangelios canónicos son parcos hablando de ellos, los llamados evangelios apócrifos (escritos entre los siglos III y IV, pero que recogen narraciones orales más antiguas) ofrecen detalles complementarios de gran interés para poder reconstruir su historia -legendaria o no.
El Protoevangelio de Santiago asegura que los magos le contaron a Herodes que habían visto en Oriente "una estrella muy grande que brillaba entre las otras estrellas y las eclipsaba, haciéndolas desaparecer". Curiosamente, mientras están en Jerusalén esta estrella desaparece y solo reaparece cuando vuelven a ponerse en camino, para indicarles cómo se va a Belén. "Volvió de nuevo a guiarlos hasta que llegaron a la cueva (spelaion) y se puso sobre ella. Entonces los magos vieron al niño con su madre María, y sacaron los dones de sus cofres".
El Evangelio del Pseudo-Mateo dice que llegaron a Jerusalén cuando el niño Jesús ya tenía dos años. Coincide con el de Santiago en asegurar que desapareció la estrella que los guiaba cuando entraron en esta ciudad, por lo que se tuvieron que orientar preguntando: "¿Dónde está el rey que os ha nacido? Pues vimos su estrella en Oriente y venimos a adorarlo". Al ponerse de nuevo en camino (in vía) "brilló de nuevo la estrella y al verla, los magos se llenaron de júbilo. Iba delante de ellos, sirviéndoles de guía hasta que llegaron al lugar donde se encontraba el niño, una casa (domus) donde lo encontraron sentado en el regazo de su madre. Entonces abrieron sus cofres y dieron a José y a María cuantiosos regalos. A continuación cada uno de ellos ofreció al niño una moneda de oro. Finalmente, el primero le presentó una ofrenda de oro, el segundo, una de incienso, y el tercero, una de mirra."
En el Liber de Infantia Salvatori, José ve llegar a los magos desde lejos y sale a su encuentro. Sospecha que son adivinos (augures), porque observan todo con interés y discuten entre ellos el sentido de lo que ven. José deduce que son forasteros porque "su vestimenta es diferente de la nuestra: su vestido es amplísimo y de color oscuro. Llevan birretes en la cabeza y pantalones muy amplios". Cuando llegaron, no se detuvieron a saludar a José, sino que entraron directamente en la cueva (spelunca). José, sorprendido, se interesó por sus intenciones: "¿Quiénes sois para dirigiros así a mi albergue (hospitium)". Ellos le contestaron que la estrella que los conducía había entrado en la cueva. Era una estrella singular, pues "no giraba en el centro del cielo, como suelen hacerlo las estrellas fijas y también los planetas".
El Evangelio siro-árabe de la infancia (siglo V) quiere que los magos se pongan en camino siguiendo una predicción de Zaratustra.
El Evangelio armenio de la infancia (siglo VI) nos da los nombres de los magos. "Eran tres hermanos: Melk, el primero, que reinaba sobre los persas, después, Baltasar, que reinaba sobre los indios, y el tercero, Gaspar, que tenía en posesión el país de los árabes."
Otros dos textos antiguos nos hablan sobre los magos, La leyenda de Afrodisiano y La revelación de los reyes magos.
La leyenda de Afrodisiano un un texto agnóstico apócrifo del siglo III que comienza contando que en un templo pagano de Persia las estatuas se pudieron de repente a cantar y a bailar anunciando que la diosa Hera ha quedado embarazada de Zeus. En ese mismo momento aparece una estrella sobre la estatua de Hera mientras se escucha una voz del cielo, y las estatuas que estaban bailando caen al suelo. Los sabios de la corte interpretan estos hechos como el anuncio de que un rey debe nacer en Judea. Esa misma noche el dios Dioniso les confirma esta interpretación. A consecuencia de esto, el rey envía a los magos a Judea con regalos. La estrella va indicándoles el camino. Llegan así a Jerusalén, donde se encuentran con el rey de los judíos y, finalmente, dan con Belén. Cuando regresan a Persia, llevan con ellos un retrato de Jesús y María que guardan en el templo donde la estrella apareció por primera vez.
La revelación de los reyes magos es del siglo V. Los magos vivían en la tierra de Shir, en el Lejano Oriente, donde residen los descendientes de Set, el tercer hijo de Adán y Eva, que transmitió a su pueblo una profecía que había recibido de su padre Adán, según la cual un día una estrella increíblemente brillante anunciaría el nacimiento de Dios en forma humana. Cada año, los magos de Shir ascendían a una montaña en la que se encontraba una cueva donde se conservaban la sabiduría de Seth y los tesoros de Adán. Es aquí donde se les aparece la estrella prometida, más brillante que el sol, en la forma de un radiante y diminuto ser humano, que les dice que se pongan en camino hacia Belén. La estrella los precede eliminando los obstáculos que se les presentan. Una vez que llegan a Belén, María les acusa de querer robar al niño, pero ellos le informan que es el salvador del mundo.