Sin
Henry Hardy (Londres, 1949),
Isaiah Berlin no sería
Isaiah Berlin. O, mejor, sólo sería el autor de un puñado de libros. El propio
Hardy recordó alguna vez que
Berlin decía de sí mismo: “Soy como un taxi: me tienen que parar”. Era necesario forzarlo para que escribiera, y sus ensayos espondían a encargos concretos y no siempre llegaban a publicarse. Así que anduvieron mucho tiempo dispersos. Hasta que
Henry Hardy tomó el mando de la nave y se convirtió en el editor, coeditor, de los
18 volúmenes de ensayos de Berlin (Riga, 1909-Oxford, 1997) y de los cuatro que reúnen su correspondencia. Así que lo sabe
todo sobre el gran maestro del pensamiento liberal y uno de los historiadores de las ideas de mayor fuste y brillantez. Hardy pasó por Madrid para dar un seminario sobre
Berlin en la FAES y volvió sobre los asuntos que marcan una obra que, seguramente por su tolerancia y radical compromiso con la democracia, es hoy más necesaria que nunca.
El estilo. “Era un hombre conciliador, y le encantaba perderse en sus largas conversaciones. Cuando se le pedía su firma para defender algo en un periódico, se negaba, lo consideraba un gesto vacío. Prefería hablar con quienes sostenían una posición distinta a la suya para ver si los podía persuadir y que cambiaran de opinión. Disfrutaba con cualquier tarea intelectual. Su definición de intelectual es la de alguien que quiere hacer las ideas lo más interesantes posibles”.
Historiador de las ideas. “Un profesor de Harvard lo convenció de que la filosofía nunca progresa, que no sabes más al final de tu vida como filósofo de lo que sabías al principio. Como
Berlin quería saber algo más, la historia de las ideas le iba a dar esa oportunidad. Su principal interés era la gente, y la filosofía que se hacía en los años treinta era demasiado abstracta”.
Su biografía de Marx. “Uno de los grandes talentos de
Berlin era imaginarse dentro de la piel de otra persona, especialmente en la de aquellos con los que no coincidía en su manera de ver el mundo. Solía decir que sabía exactamente cómo pensaba
Marx, y eso que muchas de sus ideas tenían lo que a él menos le gustaba:
esa absoluta certeza sobre la marcha de la política, de la economía”.
La Revolución Rusa. “Tenía siete años y estaba caminando con su institutriz por Petrogrado cuando vio cómo una multitud se abalanzaba sobre un hombre de la policía zarista y lo arrastraba: lo iban a matar. Este episodio creó en él un radical rechazo de cualquier forma de violencia, y más de las que estaban inspiradas en certezas políticas. Cuando regresó en 1945 a la misma ciudad, que entonces era Leningrado, se encontró con Boris Pasternak y Anna Ajmátova, entre otros, y pudo comprobar de primera mano cómo el Estado soviético había machacado el espíritu de los intelectuales”.
Los ilustrados. “A
Berlin le resultaba aburrido leer a la gente con la que estaba de acuerdo, tenía más interés en conocer a aquellos con los que disentía. Estaba con los ilustrados en su batalla contra el oscurantismo, el autoritarismo, las fuerzas oscuras que esclavizan a una sociedad. Pero encontró que fueron muy lejos al considerar que las cuestiones humanas podían abordarse de la misma manera con que las ciencias tratan los fenómenos naturales. Ahí existía un grave malentendido. Las ciencias estudian lo general y buscan regularidades que puedan ser predecibles. Las humanidades pretenden entender lo que es único y particular, lo que ocurre de verdad con una persona en una situación concreta”.
Dos formas de libertad. “La negativa es aquella que te permite ser libre de algo, superar cualquier interferencia que quieran imponerte otros individuos o colectivos o el Estado: la libertad ‘de’. Tiene que ver con el número de puertas que puedes abrir para atravesarlas. La libertad positiva tiene que ver con la pregunta ¿quién está al frente? Y la respuesta correcta debería ser que mando yo: la libertad ‘para’.
Berlin quería que los hombres fueran los autores de sus propias vidas. Pero hay quienes consideran que esa libertad positiva podría obligar a ajustarse a la voluntad del Estado, y que al final sería una forma de esclavitud.
Berlin era muy crítico con
Hegel, que consideraba que toda persona racional querría hacer lo correcto, lo que se ajusta al Estado, pero esto no es más que retorcer la lógica de las cosas y por eso estaba radicalmente en contra del comunismo y el fascismo”.
Los rusos del XIX (Tolstói). “Le encantaban los juegos intelectuales. Sostenía que se podían tener dos temperamentos: los hay que están obsesionados, como el erizo, con una sola idea que los ayuda a explicar todo, y los que, como el zorro, cultivan la variedad y se fijan en casos concretos.
Tolstói fue un magnífico zorro en sus novelas, donde supo atrapar cada detalle de la condición humana, pero estaba obsesionado con entender la historia desde un único principio que lo organizara todo, como el erizo”.
Los rusos del XIX (Herzen). “Fue uno de sus grandes héroes, acaso el mayor. Su manera de ser era muy parecida a la de
Berlin. Fue un gran conversador. Lo más importante que tomó de Herzen era que jamás se puede tolerar hacer sufrir a nadie en el presente con la promesa de que eso servirá para conseguir algo mejor para la humanidad en el futuro”.
El pluralismo. “Los grandes principios son diferentes y reclaman compromisos distintos, y hay momentos en que chocan entre sí y tienes que elegir.
Berlin decía que no hay una fórmula a la que agarrarse para decidir cuál es mejor. Es lo que llama lo inconmensurable: no hay una manera única de decantarse. Y eso es lo trágico, que debemos elegir entre unos valores y otros cuando son incompatibles, y eso te desgarra”.
El Romanticismo. “Para
Berlin fue la mayor mutación que se produjo en la cultura en varios siglos. Se crearon nuevos valores que hasta antes no existían, como la sinceridad o la autenticidad. Hay una conexión entre aquellos valores de afirmación nacional con la pujanza de los populismos y los nacionalismos de hoy. El Romanticismo fue muy lejos, reforzando los rasgos particulares de cada cual, hasta el punto de cuestionar valores que podían ser universales. Y los más radicales defendían que, en política, el líder debía tratar a la sociedad como si fuera una obra de arte y moldearla a su gusto, sin restricción alguna.
Y eso me recuerda a Trump y el escenario de la posverdad. Se ha desentendido de los hechos para producir una realidad alternativa y además está su afán por generar un culto a su propia personalidad. Son dos gestos claramente románticos”.
El mundo de hoy. “Su radical oposición a quienes están convencidos de tener una respuesta para todo es hoy más relevante que nunca. Sobre todo si pensamos en las
posiciones extremas de los yihadistas del Estado Islámico. Lo hemos visto antes en la historia: con la Inquisición, las Cruzadas, el comunismo soviético. Pero quizá la versión del Estado Islámico sea de las más extremas que hemos conocido”.
José Andrés Rojo,
, El País 22/02/2017
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