Me había pasado inadvertido, pero me lo recordó, el otro día, un perspicaz compañero: la jornada reivindicativa de la escuela concertada del pasado miércoles fue lo más parecido que se pueda ver por aquí a las típicas demostraciones de adhesión incondicional a una idea o un líder. Se interrumpieron las clases, se hizo formar a los alumnos en el patio – la mayoría de uniforme y con globos blancos – y, tras la lectura del consabido manifiesto, se ordenó a los niños soltar los globos mientras restallaban los flashes de la prensa y los aplausos. Una coreografía perfecta. Y una muestra, no menos acabada, de falta de escrúpulos e impotencia por parte de los promotores de la protesta.
Digo falta de escrúpulos porque se precisa de mucha relajación moral para instrumentalizar a 25.000 niños de primaria y secundaria en defensa de tus intereses o/y tu ideología, y sacarlos al patio a exhibirlos junto a las pancartas que previamente les has hecho escribir. Y esto va tanto por los directivos y equipos docentes como por los padres que lo permiten. Y, por supuesto, por todo aquel que manipula a los niños y adolescentes, sea por la causa que sea, para intentar legitimar con la más abyecta demagogia sus particulares reivindicaciones...
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