En un contexto cada vez más áspero y descarnado como el del capitalismo en su actual fase de destrucción de la vida política, probablemente uno de los desafíos centrales y más urgentes será el de dar a tales experiencias una dimensión pública y reconocimiento político, en otras palabras, una encarnación. ¿Por qué? Porque el despliegue práctico de este
ethos fraternal parece el único que puede garantizar la ciudadanía plena o activa en el marco de unas democracias cada vez más deterioradas y no limitarlas, como tan a menudo sucede, a un reconocimiento puramente abstracto y pasivo de derechos que día a día son vulnerados en las relaciones cotidianas económicas y laborales. Una sociedad fraternalista es una sociedad tejida de relacionalidad y respeto, una sociedad consciente de quiénes se quedan atrás, una sociedad que percibe el daño social y procura los medios efectivos para restañarlo.
Alicia García Ruiz,
Fraternidad: la fuerza de las fragilidades, ctxt 28/0772017
[ctxt.es]