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Ellos (los animales) viven solo en el presente; él vive también en el futuro y el pasado. Ellos satisfacen la necesidad momentánea; él, mediante instituciones artificiales, se preocupa de su futuro e incluso de épocas que no podrá vivir. Ellos caen totalmente bajo la impresión del instante, bajo el efecto del motivo intuitivo; a él los conceptos abstractos le determinan con independencia del presente. De ahí que lleve a cabo planes proyectados y actúe conforme a máximas, sin tomar en consideración el entorno ni las contingentes impresiones del presente; por eso puede, por ejemplo, disponer con serenidad los preparativos de su propia muerte, disimular hasta ser insondable y llevarse su secreto a la tumba, y de ahí también que posea una elección real entre varios motivos: pues solo in abstracto pueden estos presentarse juntos a la conciencia y llevar consigo el conocimiento de que uno excluye el otro, midiendo así su respectivo poder sobre la voluntad; conforme a lo cual el motivo preponderante, al hacer inclinar la balanza, constituye una decisión reflexiva de la voluntad y un signo seguro que manifiesta su naturaleza. El animal, en cambio, es determinado por la impresión presente: solo el temor a la violencia presente puede contener sus deseos, hasta que finalmente ese temor se convierte en costumbre y a partir de entonces lo determina como tal: eso es el adiestramiento. El animal siente e intuye; el hombre, además, piensa y sabe: ambos quieren. El animal comunica su sensación y su ánimo con gestos y gritos: el hombre comunica los pensamientos a los demás mediante el lenguaje, o bien encubre los pensamientos, también mediante el lenguaje.
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Arthur Schopenhauer,
El mundo como voluntad y representaciónI. § 8