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IEn Sofista 241d, el Extranjero le pide a Teeteto que no lo mire como un parricida. - ¿Qué quieres decir? –le pregunta Teeteto.- Pues que nos será necesario –contesta el Extranjero- poner en cuestión la tesis de nuestro padre Parménides y establecer por la fuerza que el no ser es; y que el ser no es.
Resaltemos este “por la fuerza” porque Parménides aconsejaba al lector de su Poema: “Que nada te fuerce a aceptar el ser del no ser”.
IIPara mejor entender de qué va esto del parricidio, comencemos por el Fedón (74d-75e).
Sócrates desarrolla un análisis fenomenológico muy fino de la percepción de lo que está presente inmediatamente a los sentidos y es precisamente el rigor del análisis lo que le permite descubrir que la percepción no es la adscripción de una sensación a un instante, sino algo así como el esbozo de un relato del ser del fenómeno. Lo que se da en el mero instante está siempre impulsado por una tensión (boúletai) hacia el sentido, es decir, hacia otra cosa (la permanencia de sí) que no está presente en el instante. La tensión de lo dado (de manera evanescente en el presente) hacia el sentido es la tensión del fenómeno hacia su forma.
El concepto central de este pasaje es el de "boúlomai" que significa "querer", "preferir", "pretender", "aspirar". En este verbo está presente tanto la dirección hacia algo como la procedencia desde algo. Es decir en la tendencia del fenómeno hacia la forma se manifiesta también la carencia inherente a toda tendencia (que no es otra cosa que la voluntad de responder a una demanda de sentido, es decir, a una demanda de unidad). Toda percepción tiene lugar en el doble sentido de la aspiración y de la deficiencia. Lo que está presente es más deficiente que su sentido completo, dice Sócrates.
Una sensación que, estrictamente, se consumiera en el instante de su aparición, agotaría la totalidad de su sentido en su emergencia instantánea y, por eso mismo, sería inefable e incognoscible.
En definitiva: la comprensión del dado en el presente como presente, pide ser completado con un cierto sentido no presente, o, expresado de forma negativa, la captación de su deficiencia (endeestérôs: aquí ya está sugerida la "estéresis" aristotélica).
A esta remisión hacia la unidad, Sócrates le da el nombre de "reminiscencia" (o participación en su sentido positivo) y de “khorismos” (en el sentido negativo de la deficiencia). Esto quiere decir que conocer es responder a una demanda de sentido que nos precede. A esta respuesta Platón le da el nombre de "tomar parte" o "participar".
Platón ha descubierto la existencia de un profundo desequilibrio entre la deficiencia de contenido presente en el aparecer del fenómeno y la información complementaria que el alma demanda para hacer posible la comprensión. Esta conciencia es el corazón del platonismo. Si la comprensión siempre dice más que la sensación, es porque hay en el alma una demanda de estabilidad -de sentido- que no se satisface con el sentido presente en el fenómeno.
III
Volvamos ahora al parricidio.
El extranjero del Sofista sostiene que cuando hablamos del no-ser no nos estamos refiriendo en realidad a ninguna cosa opuesta al ser, sino más bien a algo que es ser de otro modo (a un heterónimo del ser). El “no” del no-ser no niega el ser, puesto que es portador de un cierto significado. Cuando afirmamos que algo es no-grande no negamos su ser, sino que lo afirmamos de otro modo.
Hay, pues, un ser del Ser, un ser del no ser y un ser de lo presente en la percepción. En el ser de esto último es donde se encuentran el ser y el no-ser. El no-ser nombra su deficiencia (aquello que le falta para alcanzar una forma) y es la marca de una cierta indefinición que acompaña siempre al fenómeno como lo “otro de la idea”. Es la materia, la “causa errante” del Timeo. El ser, por el contrario, nombra la promesa de la forma, que es lo que permite entender el conocimiento como zêtêsis (como un "echar de menos", como un "deseo para recuperar algo perdido").
El ser del fenómeno se presenta, pues, como una unión (koinonía) a la que Platón se suele referir con términos formados con prefijo "syn-". En el Filebo, por ejemplo, afirma abiertamente que la duplicidad es tan innata al fenómeno que éste ha de ser visto como sýmphyton (nacido con, natural, innato), symploké (entrelazado, entrecruzado), synekhés (íntimamente unido) o symmixis (unido, mezclado, fundido). Este último término refuerza el significado de "meixis" que significa tanto "unión" como "coito".
Los filósofos -resume Platón en el Sofista- han venido llevando a cabo una gigantomaquia sobre el ser ( 244b), enfrentándose quienes consideran que el ser del ser es puro movimiento y quienes lo tienen por algo estable y fijo. Platón no se declara explícitamente miembro de ningún bando. Más bien parece que quiere dirigir nuestra atención hacia el lugar de fricciones entre los dos grupos, dando a entender que la resolución de la cuestión consiste precisamente en romper con la unilateralidad de cada parte. Pero si afirma el ser del ser como symploké, ¿no está tomando partido por el movimiento, dada la inestabilidad inherente al “syn”?).
IV
Leemos en el Filebo (17 a) que lo que distingue la dialéctica de la erística es el respeto de la primera por las mixturas. En este diálogo el mundo entero, en su totalidad, es definido (16d) como una mixtura (metaxy) de lo indefinido y la unidad.
¿Qué es lo que nos permite captar la mixtura del ser. La respuesta de Platón es doble: la propia mixtura del lenguaje y del alma.
En el Sofista leemos que el logos es sym-pkoke y en el Teeteto que la esencia del discurso es una symploké de palabras. Por ello un elemento (stoikheîa) sin contexto relacional no encuentra lugar en el logos y carece de significado. Las cosas, entonces, sólo tienen sentido porque nos remiten a tras cosas, pero por ello mismo, en toda cosa hay una indefinición que resulta inherente a su ser.
Si con algo nos topamos una y otra vez en el corpus platónico es con dificultades para subsumir el fenómeno bajo una idea precisa. No es nada fácil delimitar la manera como las cosas participan de las ideas y la afirmación de la teoría de las ideas suscita necesariamente grandes dificultades en el momento en que se sostiene su existencia y la necesidad de delimitar cada idea como algo en sí. Es extraordinariamente difícil delimitar en el logos la idea del Bien, separándola del resto de ideas. Y, sobre todo, es muy delicado delimitar con precisión los asuntos humanos, pues desconocemos incluso si el alma actúa como una unidad o si tiene partes independientes. Son tan grandes las dificultades que en el Timeo encontramos una abierta confesión de pesimismo: Debido a nuestra naturaleza somos incapaces de delimitar con claridad las cosas. Las dificultades son tantas que, a veces nos sentimos "como si hubiéramos sido abandonados en un laberinto" (Eutidemo 291b). Por eso a menudo lo más prudente se conformarse con un límite (horos) suficiente. Pero, atención, esta prudencia es, precisamente, el corazón de la filosofía política. El extranjero del Sofista advierte que insistir en separar todo del todo es ignorar completamente las musas y la filosofía.