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Marcos Santos Gómez
Sin conocerse en persona, los dos amigos habían contribuido a propagar por la Red el rumor de que algo esencial se estaba cociendo para el Viernes Santo; aunque la bola había crecido tanto que a esas alturas nadie en la comunidad de internautas, ni siquiera ellos, podía asegurar lo que iba a suceder. Se habían metido en este lío después que Bruno, hastiado y enfermo se enterara del evento al llegarle una invitación anónima con la clave para ingresar a una página web bastante peculiar. Aceptó porque, se dijo, no tenía mucho que perder. Incapacitado para trabajar, con brotes de dolor y malestar continuo, poco más podía hacer que entretenerse husmeando por Internet
El texto de la invitación, llegado por correo electrónico informaba de que para el Viernes Santo se proclamaría en Granada (escogida entre todas las ciudades del mundo) la nueva VERDAD. Le instaba a consultar en la página Web empleando la clave. La página on line tenía por título La mazmorra y a pesar de tener un nombre tan poco original, albergaba un contenido más que llamativo. Se decía en numerosos foros de Internet que ocultaba un mensaje en segunda línea. Se comentaba también que la clave de lo que había detrás podía estar del algún modo en el exaltado artículo firmado por un tal Mosca, que versaba sobre todos los demás artículos. El tono de Mosca tan pronto se elevaba a una sarta de palabras grandilocuentes, como tan pronto se rebajaba a una grotesca bacanal de maldiciones.
Lo que saltaba a primera vista en el sitio Web era la caótica colección de artículos en sí misma, abordando los temas más descabellados con las conclusiones más pintorescas. Todo parecía una burla que ocultaba algo. Pensándolo, los dos amigos (pues también Martin desde Irlanda logró una invitación para el extravagante club) se preguntaron si se trataba de una objeción en broma al empeño de justificar la verdad con argumentos. Martin, sentado a su mesita de trabajo, en su casa rural situada en medio de un apacible prado irlandés, en el condado de Galway del Oeste de la isla, fumaba su pipa de ébano. En la pequeña casa, que era casi una cabaña, había creado una atmósfera templada y confortable gracias al excelente fuego de un hogar alimentado con turba. Fuera, las ovejas se apelotonaban cerca de uno de los muros de piedras grises que dividían el paisaje. No muy lejos también, se alzaban unos enormes acantilados encarando insufribles atardeceres y brumas que hacían del cielo, el mar y la tierra una misma sustancia.
Tras observar el exterior por la ventanita, inmerso en una corta ensoñación, Martin escribió a Bruno para resaltar que las argumentaciones de la amalgama de artículos no podían ser más infalibles, el texto más riguroso ni los datos más evidentes. Sin embargo, señaló, todo apuntaba a una suerte de disparate. Podía leer los artículos en español gracias al español que había aprendido durante su estancia de investigación en Sinaloa, ciudad mexicana donde se había documentado sobre las formas de veneración a la muerte que se dan en las costumbres populares de la zona. En el trabajo de campo intentó describir la integración de lo macabro en el curso de la vida corriente y la convivencia entre vivos y muertos.
En cuanto a los contenidos de la Web, predominaban los artículos que de un modo u otro se oponían al “contubernio de la clase científica” que mermaría, venían a decir, el libre pensamiento y falseaban la VERDAD considerándola bajo la metáfora de la luz. De un modo u otro siempre desembocaban en esto. Era como si asumiendo las formas y métodos de la ciencia, quisieran derrumbar la ciencia. Como muestra de los ridículos asuntos abordados, podemos señalar aquí unos cuantos de ejemplo: un texto enfilaba la demostración de que Nueva York no existe y quienes creen vivir en ella o haberla conocido solo se refieren cándidamente a una pesadilla de prisa y furia. En otro se afirmaba que Yeltsin había sido un vampiro y que bebía la sangre guardada en los antiguos hospitales soviéticos y de ahí su constante borrachera. También se demostraba con datos y pruebas irrefutables que el hombre ha viajado seis veces a Marte donde ya existe una colonia humana capaz de mudar la piel como los lagartos. Por supuesto esto se oponía frontalmente a lo defendido por otra tanda de artículos ya muy manidos que versarían sobre la mentira de que el hombre haya pisado la luna. Uno de los más absurdos, pero de ilación impecable, concluía que el perro es una especie extraterrestre depositada en la cadena evolutiva de la Tierra para unirse a nosotros en simbiosis fatal y vigilarnos. Cualquiera conoce el gesto por el que nuestras mascotas nos tiran de los dobladillos de los pantalones impidiéndonos caminar libremente por el pasillo o cómo nos distraen ladrando y corriendo con frenesí entre butacas, sillas y mesas para Dios sabe qué propósitos terribles.
El más curioso de los artículos era el firmado por el tal Mosca, que instaba a participar de la VERDAD presente en todos los artículos pero no definida en ninguno en particular. Para Moscahabía algo profundo que subyacía en todos. Su artículo exploraba esto elevándose a un metanivel desde donde, como en una atalaya, se insistía en que sus temáticas y especulaciones se fundaban en esa VERDAD semioculta a la que cubrían con un velo no tanto para protegerla sino para crearla, señalarla y fundarla. Mosca insinuaba que el conjunto de los artículos subidos a La mazmorra componían esa conversación secreta en la que lo más importante era lo que se callaba, lo que no se decía o lo que solo se sugería. No había que creer en nada de lo que afirmaban, salvo en el hecho de que lo que decían era increíble.
Pero además comenzó a circular rápidamente que esa anti verdad, es decir, la VERDAD que se alza frente a la inverosímil verdad que se tuvo mucho tiempo por verdad, se revelaría en toda su gloria. La noticia la había difundido el propio Mosca al final de su artículo donde desvelaba que “toda luz es sombría” y que todo será no aclarado, sino oscurecido a partir del Viernes Santo, un Viernes Santo eterno que se avecinaba en la ciudad de Granada, cueva del Tronío, en el alto Sacromonte, al anochecer. Fue aquella frase la primera noticia que Bruno tuvo del evento, frase que le fue destacada por Martin en la conclusión del artículo de Mosca, pero que comenzó pronto a circular y resaltarse también por las redes sociales.
Los dos amigos habían acordado asistir juntos al evento, y así, conocerse en persona; pero no quedaba claroen qué consistiría realmente el evento. Se decía que se avecinaba un hundimiento o por lo menos una crisis de la verdad a favor de la VERDAD. Este personaje llamado Mosca parecía disponer de una panda de seguidores que llevaban meses proclamando el fin del mundo y tomando drogas de todo tipo. A veces el anuncio parecía una broma y en otros momentos se diría que se estaba cociendo algo terrible que debía tomarse muy en serio. Entre ambos polos habían oscilado los dos amigos, expectantes, sintiéndose bufones y a la vez sacerdotes de una horrenda herejía. En los foros se produjeron hilos de exaltados que desarrollaban problemas de álgebra desde el prisma de una matemática de lo sublime.
Bruno y Martin dieron trabajo a sus ordenadores en Galway y Granada para intentar enterarse de lo que había detrás de tal cúmulo de entusiastas. Sobre Mosca no se hallaba prácticamente nada ni en Internet ni fuera de Internet, aunque habían tratado de localizarlo, de hallar pistas en los foros; mas se cernía siempre una espesa niebla a su alrededor. Bruno era proclive a investigar, Martin reacio. Llegaron a dudar de su existencia, porque cuando se preguntaba a alguien que decía haberlo visto, siempre acababa confesando no haberlo conocido en persona, pero juraba que conocía a otra persona que sí lo había visto. No sacaron nada en claro. Finalmente, se lo imaginaron como un brujo con sombrero de cucurucho, túnica morada llena de pequeñas llamas pintadas y unas babuchas picudas.
Martin sugirió a Bruno que la VERDAD sublime que se anticipaba y prometía era de carácter evidentemente irracional y por tanto se trataba de algún tipo de éxtasis, tal como se venía anunciando. Un conocimiento pleno y más allá de lo racional, que habría de parecerse a la vivencia extática de los místicos. También podía afirmarse que las oblicuas alusiones a la VERDAD en términos entusiásticos la ubicaban en el terreno de una potente estética en la que lo bello domeñaba a lo lógico y a lo racional. Precisamente tanto Bruno como él habían tratado de definir en esos términos el éxtasis durante meses en una suerte de investigación que constituyó también una búsqueda espiritual. Martin sugirió a Bruno que este concepto informe que apuntaba a algo excelso y glorioso, santo y definitivo, se aproximaba al meollo del mensaje que se divulgaría sin rodeos el viernes. En algún pasaje de su artículo Moscaanunciaba que se encendería una sombra que humillaría toda luz. A una tenebrosa conclusión semejante habían llegado los dos amigos en sus investigaciones sobre la poesía.
Hallar la matemática exacta del éxtasis (que derribaría toda matemática) se había convertido meses atrás en la obsesión de ambos. Les pareció, aunque apenas habían leído poemas ni crítica literaria en toda su vida, al menos hasta este momento que estamos relatando, les pareció, decimos, que el arte sutil y lógicamente ilógico de la poesía había de ser el único camino en que podía definirse algo tan vago y excelso como el éxtasis. Por ello se propusieron analizar millones de poemas, empresa vana que solo los condujo a percatarse de que el éxtasis no se podía agotar en uno solo y único, por lo que el empeño de localizar el poema perfecto que expresara todo él resultaba vano e imposible. El éxtasis era poliédrico. La prueba era que nunca lograron discernir un poema de los poemas, lo que entendían como un primer poema.
Así que continuaron indagando durante un tiempo anterior a la irrupción de La Mazmorra y Mosca. Sus sospechas posteriores sobre la poesía y el sublime éxtasis llegaron al conocimiento de que lo que faltaba por decir en el poema era lo fundamental. El éxtasissería entonces como un pequeño gran salto. Es decir, era un metapoema no escrito, apenas sugerido por el propio poema con sus ausencias. El poema se limitaba a servir a ello anonadado y en medio de su impotencia.
Aun así, continuaron tratando de expresar el éxtasis por la vía humilde de señalarlo con dedo trémulo en su invisible plenitud. Habían vislumbrado que era justamente ese resto fantasmagórico donde habitaba aquello a lo que el poema se refería, como si su conclusión fuera que todo él no valiera y por tanto tuviera la necesidad de impugnarse a sí mismo. Algo así como si lo primero en importancia fuera lo último, pero por otro lado lo último fuera lo primero. A Bruno, adormecido por la morfina, se le ocurrió que así sucedía con The Doors, en especial con el tema Light my fire, en el que lo más importante, lo que de verdad emociona, lo sublime era el piano ácido de Ray Manzarek y no la propia canción interpretada por Jim Morrison. Este descubrimiento inició una cierta crisis y decadencia en ambos, que fueron cada vez adentrándose más en temas y lugares marginales.
En esta etapa, ya como socios de La mazmorra, Mosca comenzó adquiriendo una progresiva relevancia en la discusión sobre el éxtasis. En lo soterrado, lo entre líneas y lo marginal, como eran Mosca y su VERDAD, estaba la clave. El éxtasis empezó cada vez más a dejar de entenderse como algo luminoso para irse aproximando a una inquietante penumbra. Todo se iba vinculando con una sombría iluminación propia de un valle de lágrimas, dicho de otro modo, con un inacabable Viernes Santo.
Era ese lugar segundo de los ejércitos derrotados y de los perdedores en general el que poseía la llave del Reino de los Cielos, lo cual había sido anticipado por los Evangelios. Aunque para ellos esto fue interpretado según la idea de que en lo sucio estaba lo sublime y la de que en lo marginal residía un lirismo que se aproximaba a un éxtasis desencantado. Ahondaron más en sus pesquisas en torno a lo maldito y lo feo, tal como parecía ser Mosca. Maldito y feo.
Excavaron en el terreno de lo feo y el ripio, sugiriendo Martin a Bruno que tal vez todo poema estaba condenado a ser torcido vasallo no ya de la lucidez oscura, sino en un nivel de ausencia aun mayor, del sucio no decir, de un nivel soez como el de las tradiciones populares, las canciones, los romances de ciego y las letras de rap. No en la rima, ni en la prosa sino en el ripio residía lo fundamental. Ahí podía residir la clave, en lo grotesco de una literatura de la no literatura, en una anti literatura que abochornara a la literatura.
Enseguida sus estudios se centraron en algo perturbador. Creyeron en una cierta condición maligna del éxtasis. Éste residiría también en el untuoso mal, en la tiniebla. Bruno, con el acicate de Martin, se percató de que en el éxtasis había tanta luz como sombra, tanta perfección como imperfección; aún más, que había luz porque había tiniebla y que incluso en este sentido lo que hacía caminar al mundo era la sombra, la tiniebla que empezaban a vislumbrar como parte del éxtasis. Y aquí quedó en suspenso la larga disertación a dos voces.
Se emplazaron para conocerse en persona en la cueva El Tronio, del Sacromonte granadino. Tenían que encontrarse en aquello, inmersos fácticamente en la extática adoración que habría de crear y proclamar esa VERDAD en gran medida reñida con la razón, es decir, más cerca de pulsiones y oscuridades y más allá del placer y del dolor.
A Bruno le hubiera gustado reunirse antes del evento con Martin, pero este había cogido un vuelo de última hora y le propuso que quedaran directamente en los alrededores de El Tronío. Bruno había tomado una dosis de morfina para soportar el bullicio, el frío y su dolor; y allí lo vemos por fin, en el ansiado evento. Lo primero consistía en reunirse con Martin, quien le había indicado que lo vería fumando en una cara y elegante pipa de ébano.
Lo que se encontró Bruno no fue la tranquilidad reflexiva de Martin ni a Martin mismo, sino algo extraño. Nada más llegar, oyó gritar a una joven en medio de contorsiones: “El cruce de la vida con la muerte es el éxtasis y el éxtasis es la VERDAD”, clamó, y también que “Sólo importa el mundo, no nosotros”. Muchos exaltados como ella habían traído cruces de madera en las que se cruzaban las palabras “Vida- Muerte”. Llegó a gritar un joven tan aletargado como lleno de frenesí otra variante del lema (“todo es sexo y muerte”) acaso extraído de una película de Woody Allen, que ensalzaba también de manera provocativa el sexo y la muerte como lo único verdadero; pero que en realidad era una cita de Freud. Entre ardientes carcajadas un grupo ataviado con grotescas máscaras invocaban al corazón monstruoso del mundo, al ominoso dios deforme que babea en el centro de todo y que fabrica la sustancia del tiempo secretándola como un betún infame. Bruno, arrastrado por la corriente de lo que allí sucedía, urdía poemas sobre la noche, el dolor, la soledad y el extrarradio.
A El Tronío, encarnación física de La Mazmorra se presentaron muchos más de lo esperado, internautas llegados en furgones y hasta en varios autobuses y una multitud a pie en peregrinación, montando un escándalo de votos y ayes. Hay que aclarar para quien no lo sepa, que el Sacromonte es un barrio granadino que está en un monte donde se han excavado numerosas casas-cueva. Son lugares de dos o tres habitaciones. Algunas de las cuevas funcionan como bares e incluso se han convertido en discotecas y tablaos flamencos. El Tronío era una de ellas que había estado mucho tiempo cerrada hasta que apareció habitada de nuevo, convertida en un pub de morbosa atmósfera donde se decía que se desarrollaban ominosas bacanales.
Por supuesto, desde temprano, todos buscaban a Mosca. Mientras, muchos se besaban, otros sufrían espasmos y otros tantos sangraban por haberse fustigado las espaldas ejecutando una rara penitencia sin objeto alguno ni justificación. Por dar una idea del ambiente, dentro pero en gran parte fuera de la cueva, en los alrededores y casi por todo el monte ante el escándalo y el horror de los vecinos, podemos enumerar toda clase de "tribus": había góticos, siniestros, heavies, punkis pero sobre todo muchos individuos con bastante poco apego a la vida, y hasta gente peligrosa. Habían irrumpido también locos que deliraban sin saber ni siquiera quiénes eran ni sus propios nombres. Pero lo que predominaba era personas del montón, gente vulgar y corriente, que no llamaban la atención y se limitaban a esperar sus éxtasis en silencio y como alucinados. Otros imitaban a los giróvagos turcos dando vueltas sobre sí. Había muchos que también buscaron el éxtasis estallando con los más terribles palos del cante flamenco.
Así pues, Bruno fue el testigo absorto de la horrible encarnación de cuanto habían concluido a partir de sus investigaciones sobre éxtasis y verdad en la poesía. Allí se suponía que ocurría ese éxtasismismo, encarnado y visible, al que tanto habían aspirado. El colmo fue que en el clímax y el máximo arrebato, aparecieron personas desnudas y encadenadas, llenando todo de flores, sándalo e incienso en tal cantidad que hacía llorar los ojos.
Con el atardecer del Viernes de la muerte y del abandono se había ido apagando toda luz. Cuando el sol se puso definitivamente Bruno caminaba perdido, sin tener idea de en qué parte del monte se encontraba. Todo se hizo frío, penumbra y confusión de cuerpos en busca del calor de los cuerpos, formando montones dispersos de carne palpitante. En algún momento en la oscuridad se dio por vencido y descartó toda esperanza de encontrar a Martin. Tampoco aparecía el tal Mosca.
Ya bien entrados en la madrugada, se encendieron antorchas y se ejecutaron ululantes salmodias y mantras. En algún lugar, con la luz efímera de las antorchas se revelaron nuevas imágenes grotescas. Varios celebrantes empezaron a gritar que ellos eran Mosca y que la VERDAD era aquel mismo lugar, erigido en centro de todas las épocas. Los del cante flamenco seguían entonando un rumor de seguiriyas y antisaetas desesperadas.
Bruno no soportó más y decidió irse, lleno de hastío y asco.
Fue descendiendo de la cima, mirando el mundo que ya volvía a surgir en el amanecer. Todo era excelso, aunque falso. En el silencio y la plegaria, Bruno oyó una voz que le llamaba. Una voz de acento irlandés. Y al volverse vio que la persona dueña de esa voz plena y triste caminaba tras él, fumando una pipa de ébano. En cuanto Bruno se dio la vuelta reconoció a Martin. Ambos se abrazaron sin decir nada y, cuando apenas pudo pronunciar alguna palabra, Bruno balbuceó:
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- Me alegra verte, Martin.
Y Martin respondió pensativo:
- Muchos ignorarán que sus preciados días y placeres son conformados por un velo de dolor. Nuestro éxtasis vincula vida y muerte. Eso es todo.
- ¿Y Mosca?
- Cuando fumo tranquilamente mi pipa absorto en el paisaje de mis prados irlandeses y sus verdes colinas, soy Martin… pero si voy al meollo del asunto soy Mosca.