Escrito por Luis Roca Jusmet
La tradición psicoanalítica proporciona un material fundamental y único para trabajar el tema del imaginario. Cornelius Castoriadis señala el papel paradójico de Freud respecto al tema. Éste no habla nunca del imaginario ni parece conceder ningún lugar a la imaginación en el aparato psíquico. Pero el concepto está presente de una forma implícita en toda su obra, sobre todo a partir del papel clave que atribuye a la fantasía. Freud se convierte así, para Castoriadis, en el descubridor vergonzante del imaginario : por una parte nos proporciona el material más valioso para entender esta realidad psíquica, aunque no lo nombra y lo presenta de una forma completamente dispersa. Castoriadis dice irónicamente que Freud reprime la palabra imaginario porque está dominado por el paradigma positivista, heredero de la metafísica realista tradicional aristotélica, que tiene como base la idea de identidad.
Es Jacques Lacan quien trata por primera vez el que elabora, dentro la tradición psicoanalítca, el tema de una manera explícita y muy rica. El psiquiatra y psicoanalista francés plantea, a partir de la conferencia que dio en París el año 1953, su teoría de los tres registros: lo simbólico, el imaginario y lo real Para decirlo rápido, lo que hace Lacan es considerar que el psiquismo humano se mueve en tres niveles diferentes, uno de los cuales corresponde a lo simbólico ( El lenguaje y la ley , lo que podemos decir y lo que tenemos prescrito hacer ), otro al imaginario ( lo que podemos representarnos a través de la imagen ) y otro a lo real, que viene a ser el residuo del proceso de simbolización ( que no es otro del de la socialización). El Lacan clásico (que es el de los Escritos y de los diez primeros seminarios) planteará diversos sentidos de la noción de imaginario, que por otra parte no se puede separar ni de sus concepciones de lo simbólico, ni de lo real ni de la fantasía. Lacan considera que el imaginario cumple una función clave en la formación de la noción de yo, teniendo en cuenta que este término (moi en francés) es diferente del de sujeto ( je en francés), ya que el primero se corresponde con el campo del imaginario y el segundo con el campo de lo simbólico. El imaginario tiene que ver con el yo en su doble aspecto de imagen corporal (a partir de la superficie reflejada en el espejo ) y del precipitado de identificaciones que se forman a partir de los rasgos de aquellas figuras que tienen una influencia sobre nosotros en la infancia. Lacan definirá precisamente el cuerpo como un organismo con una imagen, lo cual implica que sólo el ser vivo que se capta a sí mismo y puede desarrollar una imagen de sí es el que podemos decir que tiene un cuerpo. Y aquí digo tiene y no es porque si hablamos para Lacan lo hacemos como el sujeto del habla, de la enunciación y éste no es otro que un sujeto vacío. En este punto Lacan ya plantea una polémica evidente con Sartre al no aceptar su antagonismo entre el imaginario y la percepción. La unidad perceptiva de uno mismo se consigue a través de la imagen especular, que Lacan considera uno de los núcleos básicos del imaginario. Pero esta vinculación no sirve para entender el imaginario como algo capaz de abrirnos al conocimiento de nosotros mismos. Lo considera como un señuelo: es el engaño de la autoimagen que nos oculta nuestra propia división, nuestra escisión interna fundamental. El segundo sentido que da Lacan al imaginario tiene que ver con nuestra relación con el semejante, con el modo como el otro aparece como un rival con el que mantenemos una lucha por el prestigio. Se trata de dos sujetos que quieren ser reconocidos e imponer su deseo al otro. Lacan recicla toda la enseñanza de Alexander Kojève, que tanto influyó en su generación partir de su lectura de la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel. Esta relación dual es para Lacan un círculo vicioso que lleva a la destrucción. Necesita la intervención de una mediación que no es otra que la del lenguaje y que nos permite superar el imaginario y elevarnos a lo simbólico. Nuevamente volvemos a contraponer a Lacan con Sartre, ya que el horizonte de libertad del que hablaba éste último sólo es posible para Lacan desde el lenguaje (lo simbólico) que es el que nos permite una distancia que impide que nos dejemos atrapar por la identificación con una imagen idealizada de nosotros mismos (el imaginario).
Hay también otro sentido que Lacan planteará desde su tercer seminario que es el de vincular el registro imaginario con el significado de las palabras. Esto quiere decir que el lenguaje tiene una estructura formal basada en el significante y en sus leyes internas que nos remite a lo simbólico, mientras que el significado es algo volátil que se mantiene desde el imaginario. Pero desde el año 1963 Jacques Lacan va introduciendo matices que acabarán adquiriendo forma en la conferencia que pronunció el año 1974 en Roma llamada “La Tercera” en la que reformula su concepción los tres registros a través de su nueva teoría de los nudos ( representada por la figura de los tres anillos enlazados entrelazados entre sí, a la que le da el nombre de nudo borromeo) que les da una especie de consistencia ontológica ; lo simbólico es el significante, el imaginario es el yo corporal y lo real es el resto, lo que un puede ser dicho ni representado. Este real va adquiriendo para Lacan una importancia progresiva y casi obsesiva, que le conduce a una especulación casi esotérica relacionada con su topología del nudo borromeo, en la que no entraré porque desborda los planteamientos de este estudio.
Pero sí comentaré algunos aspectos tratados en el seminario que abre esta etapa y que es uno de los más importantes y difíciles de Lacan: el seminario 11, dictado en el año 1963-64, en el que critica a su amigo Merleau-Ponty cuando éste afirma que el sujeto de la percepción es el cuerpo. Lacan afirma , por el contrario, que la percepción no tiene sujeto, ya que no hay ninguna entidad que pueda unificarla. El yo es una ilusión y el cuerpo es una imagen, por lo que el único sujeto que somos es el que nos permite hablar, este sujeto vacío de la enunciación, que existe por y para el lenguaje y que tiene solo cuerpo y percepción en un sentido simbólico en el momento en que puede enunciarlas. Otra cuestión importante planteada en este seminario es de la mirada cómo intención siempre presente en lo que vemos, cómo una especie de mancha que proyectamos en el objeto percibido. Slavoj Žižek, un filósofo contemporáneo muy interesante y polémico, desarrollará desde esta intuición lacaniana toda su teoría epistemológica sobre lo que él llama la visión de paralaje.Los humanos, dice, siempre estamos en el cuadro de la percepción, por lo que la objetividad es imposible, ya que no nos incluye. No podemos ser nunca el Ojo que estaría fuera de la realidad que percibe y que sólo podría ser el de Dios, que es la ilusión de Descartes. La noción de mirada en Lacan tiene también otra dimensión, que para mí es la más certera, que es la que señala la incompletud de la imagen, en el sentido de que nuestra mirada está siempre distorsionada por algo invisible, por un agujero que es consecuencia de nuestra propia carencia básica una vez nos inscribimos en lo simbólico y perdemos la relación inmediata y natural con las cosas. Octave Mannoni, algo más tarde e influenciado por Lacan, formulará una teoría del imaginario en la que lo considerará como el espacio psíquico de la Otra escena, una especie de trastienda del psiquismo que condiciona de forma inconsciente nuestra relación con la realidad. Esta intuición me parece fundamental para entender el imaginario como una realidad psíquica clave que actúa desde la mente de forma oculta. Cornelius Castoriadis construirá la que quizás sea la teoría más elaborada sobre el imaginario, totalmente polémica con Lacan. Lo que plantea es que ell imaginario, que él adjetiva como radical, es ni más ni menos que la matriz constituyente a partir de la cual percibimos, pensamos y actuamos, tanto a nivel individual como social. Lo simbólico (vinculado por Lacan al lenguaje y a la ley) será una de sus manifestaciones (al igual que la fantasía) mientras que la noción lacaniana de lo real quedará eliminado de su apuesta teórica. La percepción será en cierta forma un efecto de este imaginario radical, ya que aparece como el que permite dar un sentido a lo visible y por tanto estructurarlo como tal. Hay así una configuración de la realidad externa a partir de un flujo de representaciones, ligados a afectos y deseos que es el que constituye justamente el imaginario. Castoriadis cuestionará radicalmente la contraposición entre percepción e imagen mental tal como la plantea la fenomenología, especdialmente Sartre en su libro "El imaginario", aunque aceptando su crítica tanto al empirismo como al racionalismo. Lo hará criticando una noción que considera que está en la base de todas estas concepciones erróneas que es la de representación. Éste término nos con engaña desde su etimología, ya que sugiere que re-presentar es volver a hacer presente alguna cosa que está ausente. Considera que lo que hay detrás de este planteamiento es un paradigma identitario que genera un fetichismo de la realidad, ya que se concibe a ésta como una entidad independiente y separada de la percepción. Cuestiona así que podamos separar totalmente lo que aparece como objeto exterior de lo que ponemos nosotros como sujetos. El mundo lo configuramos desde una subjetividad que posibilita darle un significado desde los conceptos a partir de los que reunimos y separamos los objetos. Son categorías mentales desde las que efectuamos una ordenación lógica de los conjuntos que clasifican los objetos percibidos. Este proceso es, por otra parte, consustancial al lenguaje. Éste es el presupuesto de la representación, ya que a partir de las palabras formulamos las representaciones. Pero el lenguaje es una convención y el concepto una elaboración abstracta que remite a algo más profundo, que es elimaginario radical (flujo de imágenes vinculados a afectos y a intenciones). El lenguaje es, por tanto, un código de significaciones pero la matriz de estas significaciones está en el imaginario radical. Éste es el magma de imágenes-afectos-intenciones que funciona como un haz indefinido de remisiones indeterminables que van de una a otra. Pero hay que dejar claro, dice Castoriadis, que las representaciones siempre designan algo que está fuera de ella, un objeto externo a nosotros y que es la referencia objetiva. Pero ésta sólo adquiere sentido a través de las nuestras interpretaciones. Con este último planteamiento se desmarca de cualquier deriva solipsista, que acabaría considerando la realidad como una creación de nuestra mente. Pero si la percepción humana es una imagen, es decir una representación que sólo puede formarse en y por la psique hay que saber de dónde saca los materiales externos de los que se nutre. La respuesta que da es que la psique es un proceso formativo y es necesario remontarse a la biografía del sujeto humano para entenderla. Hay en los orígenes una criatura biológica que se transforma en un ser humano a través de este imaginario radical que constituye lo más arcaico y profundo del psiquismo socializad. Es el flujo representativo/ afectivo/ intencional que funciona como una especie de magma primario desde donde aparecerán todas las formaciones mentales posteriores. La criatura humana es en sus inicios una monada psíquica aislada que se abre a los otros a través de un juego dialéctico de proyecciones e introyecciones. A través de ambas expulsamos imaginariamente algunas cosas hacia fuera e interiorizamos otras hacia adentro. Pero para entender este imaginario radical debemos contextualizarlo en una sociedad concreta y no entenderlo como un proceso individual. Hay un imaginario social funciona como un filtro incluso al nivel de la percepción. Hace posible que una percepción e imposibilita otra, por lo que hay que considerar que determina la percepción como una red instituida que determina como reales sólo determinadas entidades singulares. Hay que subrayar que este imaginario social tiene un carácter histórico, que es el que genera todas las condiciones del decir y del hacer que aparecen como posibles en una sociedad determinada. También genera las producciones sociales como las leyes, las instituciones, la ideología. Las significaciones imaginarias, tanto a nivel social como individual, son el haz de remisiones alrededor de las cuales cobra un sentido para nosotros una percepción y que nos permite figurar, organizar y dar sentido al mundo y a nuestra acción sobre él. La sociedad elabora su propio mundo y con él su propia representación. Cada sociedad discrimina lo que es real y lo que no lo es: lo que es información, lo que es ruido y lo que no es nada. Selecciona automáticamente cómo se elabora la información, cuál es el valor que tiene y cuál es la respuesta que le corresponde. Pero este imaginario social no es algo abstracto sino un universal concreto.
Para Castoriaids Lacan se equivoca al separar los tres registros. Lo que Lacan llama lo simbólico es para Castoriadis una de las dimensiones de lo imaginario, su parte normativo. La ley de la que habla Lacan como elemento clave de lo simbólico solo es la parte imperativa de lo imaginario. Por otra parte Castoriadis considera que Lacan da excesiva importancia al lenguaje ( el otro elemento de lo simbólico) y en realidad el lenguaje es un sistema de signos a través del cual expresamos lo imaginario.
El imaginario radical de Castoriadis existe y lo normativo puede incluirse en él, pero la lengua sí que es una estructura diferente, con sus reglas y sus significantes. Los significados, como dice Lacan, forman parte de lo imaginario. Podríamos llamarlo el imaginario lingüístico. Pero el cuerpo, aunque pueda ser imaginado o verbalizado, no pertenece nunca al imaginario. Me parece que Terry Eagleton tiene razón cuando entiende lo Real lacaniano, como lo biológico, como lo corporal en definitiva. Más allá de lo imaginario, más allá de lo simbólico, está el cuerpo. Cuerpo que nace, que goza, que sufre y que muere. Más allá de las diferencias culturales, simbólicas e imaginarias, es este real. Un tema, en todo caso, muy apasionante, en el cual las aportaciones de Castoriadis y Lacan son fundamentales.