… autores como el experto en inteligencia artificial
Hans Moravec, el ingeniero de Google
Ray Kurzweil y el filósofo
David Chalmers sostienen que los avances realmente interesantes en materia de aumento de la esperanza de vida no se van a alcanzar a través de la manipulación de la biología humana. El verdadero desafío no es, a su juicio, actuar sobre los dinamismos naturales de la vida y mejorarlos, sino, lisa y llanamente, prescindir de ellos. Alargar la existencia pero ya no en un cuerpo biológico.
De acuerdo con la clásica exposición de
Chalmers, si se entiende la relación mente-cerebro en el marco de la teoría funcionalista, en principio, no sería inconcebible la posibilidad de transferir la mente humana (
mind uploading) a un sustrato material más robusto. La clave de este proceso residiría en identificar la estructura formal e informacional que subyace a los estados mentales, para poder luego abstraerla, codificarla y «subirla» a un soporte distinto del cerebro original, de un modo análogo a como un
software puede operar en distintos tipos de
hardware. Ello podría lograrse de dos formas: mediante el reemplazo de los componentes materiales del cerebro por otros artificiales o mediante la construcción de un modelo de inteligencia artificial equivalente. Este programa informático, funcionalmente isomorfo a la mente del sujeto, podría animar luego una suerte de avatar y desarrollarse en una existencia virtual, o podría incluso descargarse en un cuerpo sintético y continuar su «vida» en el mundo material.
Como es natural, una posición tan antiintuitiva y ambiciosa como la de
Chalmers ha suscitado una gran controversia. Se ha señalado, en primer lugar, que su énfasis en la autonomía de lo mental implica un peligroso acercamiento al dualismo ontológico de
Descartes o de
Platón, y aunque desde un punto de vista lógico esto no constituye per se una falsación, en el contexto científico y filosófico contemporáneo ciertamente resta credibilidad. También se ha objetado que esta deriva hacia el dualismo no resulta consonante con otros supuestos en los que esta propuesta parece apoyarse, sobre todo los relativos al neurodeterminismo, al funcionalismo y a la tesis de la inteligencia artificial fuerte (según la cual las máquinas serán capaces de igualar, e incluso superar, la inteligencia humana en su conjunto).
Pero más allá de las dificultades teóricas y fácticas que plantea la transferencia mental, cabe hacerse otra pregunta de tipo existencial. ¿Puede esta resolver satisfactoriamente el problema del que sabe que va a morir? Como es lógico, la respuesta depende las expectativas individuales. Por mi parte, una inmortalidad interesante no es la que se plantea responder a la cuestión genérica de «la» muerte, sino al problema particularísimo de «mi» muerte. Es decir, que es no-equívoca y suficiente. El carácter no-equívoco implica que debe asegurar la sobrevida del sujeto que muere, no de otro —no importa cuán fiel pueda llegar a ser una réplica, un continuador de mi vida es un continuador, pero no soy yo—. Que sea suficiente significa que pueda asegurar la permanencia consciente de aquello que a mí me hace ser yo. En tal sentido, y sin adentrarme demasiado en los sinuosos pasillos de la metafísica de la identidad personal, ni el cuerpo ni la mente, tomados por separado, me parecen buenos candidatos para lograr la inmortalidad que anhelo.
En el caso del cuerpo, su continuidad puede ser entendida como un signo fidedigno de permanencia de la identidad, por lo que nadie duda de que una persona dormida sigue siendo quien es. Sin embargo, esa permanencia sola, desnuda de toda consciencia, no representa el horizonte de inmortalidad más promisorio. La mente, por su parte, resulta esencial a la identidad humana y especialmente a la autopercepción de esa identidad, pero tampoco me parece que pueda asegurarla de suyo. Una mera existencia mental desprovista de todo correlato biológico (
disembodied), alejada del marco espaciotemporal y de las contingencias del entorno (
disembedded) tampoco se parece mucho a mi vida humana.
En definitiva, hoy en día, la vida de los hombres sigue siendo un proceso atravesado por la temporalidad y la contingencia, un proceso unidireccional, irreversible y limitado. Sin embargo, quizá sean precisamente su escasez y precariedad las que le confieren su carácter, al mismo tiempo, fascinante y dramático
Mariano Asla,
Yo, mi cerebro y mi otro yo (digital), Investigación y Ciencia, nº 506, noviembre 2018