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Un antropólogo en Marte, de Oliver Sacks
He terminado la lectura de Un antropólogo en Marte, de Oliver Sacks, ed. Anagrama, Barcelona, 2015. Ya había leído hace unos meses el libro Despertares, en el que conocí el estilo de escritor y científico neurólogo de este famoso autor, cuya autobiografía tengo también en lista de espera para leerla. Este libro en particular, es menos pormenorizado que Despertares y abarca además siete casos diferentes de vidas profundamente afectadas por la enfermedad. En el estudio y relato que Sacks lleva a cabo de cada una se perfila un principio que resulta toda una lección para el lector. Este principio consiste en la idea de que la enfermedad, aun siendo un grave hándicap en los sujetos, en la medida que merma algunas cualidades necesarias para la supervivencia presentes en las personas sanas, no deja de ser una forma concreta y singular de experiencia humana, de forma de ser. Gracias a las anomalías, los enfermos tienen acceso a vivencias únicas en torno a las cuales reordenan sus vidas.
Son, desde luego, casos sorprendentes. El último de ello, por ejemplo, es una joya porque se trata de una mujer autista, pero con un tipo de autismo que no resulta totalmente inhabilitante y sobre el cual puede ella observar, reflexionar y aportar teorías. Es una profesora universitaria de zoología que a ojos de los demás puede parecer “rara”, pero cuya experiencia vital y sobre todo su autoanálisis son verdaderamente dignos de ser conocidos. Ella nos enseña a sí misma y a nosotros cómo es ella y cómo somos nosotros los “normales”. Ella ha pasado la vida estudiándose a sí misma y a las personas "normales". Se sabe limitada emocionalmente, pues es incapaz, dice, de comprender las emociones y sentimientos ligados a experiencias complejas, como las sociales, estéticas, poéticas. Sabe que carece de la capacidad de asombro de los demás. Por ejemplo, aun siendo una gran científica no llega a sentir la conmoción por la naturaleza de los demás biólogos o por los paisajes, o la curiosidad y la devoción sagrada por la vida como acicate de la ciencia y la biología. A los paisajes los ve simplemente "bonitos", pero reconoce que no puede siquiera imaginar nada más, ni por supuesto sentir una experiencia de tipo religioso. Puede deducir la existencia de algo parecido al Dios del que hablamos, pero no se vincular de manera religiosa con el mismo. No la emociona.
Conoce a los demás por deducir y registrar empíricamente sus comportamientos, se hace una idea, pero no empatiza. Cree entender cómo son a partir de los datos empíricos que observa en ellos. Llega a imaginar y a echar en falta esa capacidad de conmoverse, propia de las personas "normales", por ejemplo enamorarse (ella no entiende qué pueda ser ni es capaz de mantener una relación afectiva-sexual con ninguna pareja, como parte de su limitación sentimental). Se hace una idea de cómo somos, pero no lo siente.
Sin embargo, el cálculo, el estudio y el trabajo bien organizado, las operaciones útiles, las clasificaciones, las listas y enumeraciones de la ciencia son ideales para ella. Es capaz de vivir trabajando todo el tiempo y de mantener una gran creatividad y nivel en su labor de investigadora y profesora de zoología. Vive focalizada en ello, pues su trabajo es parte natural de sí. De hecho, el ámbito académico es ideal para ella, el estudio y la ciencia, desenvolviéndose con gran comodidad en esta dimensión laboral y científica de su vida. Es como si tuviera muy desarrollado el cálculo y la razón operativa, pero no pudiera implicarse ni vibrar con la conmoción que late tras la ciencia. Ser así la convierte en un sujeto único e interesantísimo, con una perspectiva vital tan extraña como admirable. Ha logrado vivir, o sobrevivir, de su trabajo y disponer de una vida propia, aunque su relación e interpretación de la realidad se halla profundamente filtrada. Para ella significa una aventura intelectual tratar de discernir cómo somos los demás, a lo que ve tan raros como nosotros la veríamos a ella. En definitiva, un caso que supone un extraordinario viaje para ambos. No obstante, Sacks sí descubre y deja entrever una básica emoción en ella, una soterrada capacidad de conmoverse con algunas cosas, incluso con ella misma.
Del mismo modo, otros casos presentados por Sacks manifiestan este desafío intelectual, filosófico y antropológico. El primero es un pintor que por un accidente pierde la visión del color. Se da el agravante de que era un gran pintor que se basaba en su excelente conocimiento del color, en el dominio y perfección que manifestaba en el uso de los colores en la pintura. Cuando todo parece darse la vuelta al ser solo capaz de ver en blanco y negro, tras un periodo traumático y desconcertante, se reinventa como pintor en blanco y negro, llegando a una mirada artística antes inexistente para él y para sus admiradores. Cambia su sensibilidad y su expresión, sin dejar de ser pintor.
Otro caso tiene que ver con la incapacidad de recordar a corto plazo de un joven que llega a olvidarse incluso de que está ciego. Es quizás el caso más brutal y conmovedor, del que uno aprende, no sabe si triste o alegremente, que a su manera, el joven anclado en recuerdos de su época hippie en los sesenta, vive con una cierta felicidad y llega a logros precarios y limitados que Sacks relata y valora con pormenor.
No menos espectacular es la experiencia de un ciego de nacimiento, prácticamente, que recupera la vista. El caso que me lleva fascinando desde niño, es decir, imaginar cómo se puede sentir alguien que jamás haya tenido vista al ver por primera vez. Pero lo que parece una bendición, se torna una experiencia sofocante. El joven ciego no es capaz de desenvolverse en un mundo visual y va regresando poco a poco a una ceguera, de origen neurológico y psicológico, o sea, a su mundo de siempre, en el que el tiempo y la duración, junto a la dimesión táctil, son la realidad, frente al mundo de espacios, formas y dimensiones más allá de lo que el tacto aporta propios de los videntes. No acaba de comprender las distancias, la luz, las dimensiones, los colores. No encaja el mundo canalizado por al vista. Todo su yo peligra al ser despojado de su condición de ciego, en la que se hallaba cómodo y feliz. Quiere seguir siendo ciego y lo consigue. Tremendo.
Hay otro impactante caso del cirujano y piloto de aeroplano que salvo en esos ámbitos y operaciones que requieren sangre fría, sufre de grotescos e inhabilitantes tics involuntarios. Un mundo también singular, entre gente que se va acostumbrando a su rasgo patológico y admirando su finura, increíble, en las situaciones que justo requieren un mayor control del propio cuerpo y el pulso.
Además, hay algún otro autista, mucho más inhabilitado que la mujer a la que nos hemos referido, que no acaba de sobrevivir solo, pero cuya profunda patología lo torna asombroso. Este, y quizás otro caso de alguien que gana una capacidad fabulosa de formar y almacenar recuerdos, son casi los más extravagantes. Uno es un pintor que se halla anclado en el pueblo de su infancia, anterior a la Segunda Guerra Mundial. Dedica su vida a hacer dibujos y cuadros de sus rincones con un estilo muy detallado, como los denominadas “idiotas sabios” que desarrollan espectacularmente una cualidad, acaso una impresionante memoria fotográfica capaz de recordar lo más nimio de un paisaje o monumento con solo mirar entre uno y tres segundos. Pero en el resto carecen de la mínima capacidad, sobre todo, la de síntesis y control desde un yo generalista y abstracto. Recuerdan todo porque no filtran la experiencia sensible. El desafío de estos “cerebros” es precisamente su funcionamiento, su modo de operar y mostrar el mundo al enfermo. Suelen ser cualidades un tanto mecánicas y desprovistas de apego sentimental, en el caso de muchos autistas. Sus proezas son para nosotros admirables (memoria, cálculo, observación), pero Sacks sugiere que fallan precisamente por no incorporar en la observación un componente afectivo y emocional. Cuenta el caso de un juez que pidió abandonar la judicatura al perder justamente la capacidad de empatizar con sus "objetos" de análisis. Es decir, no podía ser buen calibrador objetivo de los demás sin tener un mínimo de comprensión y empatía con ellos.
En definitiva, el libro de Sacks presenta estos casos en un intento de comprensión más allá de lo objetivo, buceando lleno de amor y admiración en las “limitaciones” de sus pacientes. Sí hay por último que resaltar algo que a menudo se olvida en un mundo lleno de buenas intenciones y ganas de ayudar a los discapacitados: la anómala y dura realidad en sí que significa la discapacidad, el modo de ser como víctima de una patología cuya realidad y crudeza no debe ocultarse. La discapacidad es una experiencia humana que inhabilita para numerosas operaciones y circunstancias de la existencia, dificultando considerablemente la vida. Sin embargo, supone una oportunidad de oro para entender la vida, pues son un modo concreto de la existencia humana del que los demás "sanos" o "normales" no podemos hacernos idea. En cualquier caso, el modo de canalizar sus limitaciones y tornarlas productivas por parte de las personas protagonistas de este libro resulta admirable y alentador, toda una lección.