I 38 años cumple hoy mi primogénito. ¡38! ¡Ahí es nada! Ya lleva más de un tercio de siglo a sus espaldas. Yo aún veo en él, cuando lo tengo delante, a aquella criatura que fue que, por cierto, fue la más guapa criatura que en el mundo ha habido. Muy rubio, con el pelo suave, mirada dulce, cariñoso... y le gustaba tararear pasajes de la Carmen de Bizet. Y ahora va y me cumple 38 años. Estas cosas siempre nos pillan sin previo aviso. No es que me queje. Está muy bien que vaya haciendo su vida, pero es que no me explico dónde demonios se ha metido el tiempo intermedio, todo aquel tiempo que me falta entre aquel niño con el que yo salía a pasear cogidos de la mano y este señor adulto que, por cierto, me regala botellas de vino magnífico (no sé si para compensar que su propio hijo haga experimentos mezclando mi whisky -que también me regala él- con fairy).
II
A los padres no nos mata Edipo, sino el paso del tiempo, que es mucho más cruel y anónimo. Y no tiene ni conciencia ni sentido del perdón. Edipo, al fin y al cabo, no hace sino repetir alguna de las fechorías que sus mismos padres hicieron en su momento, pero esta aceleración súbita y enloquecida del tiempo, va directamente a por mí, es una sublevación en toda regla contra la lógica narrativa de mi propia vida.
III Hoy mi hijo cumple 38 años y me pongo a pensar qué hacía yo con su edad. La conclusión es que mis 38 años son de otra edad, casi de otra época geológica (aunque a los dos nos siga gustando Lou Reed) y si me vienen a la mente las caras de la gente que entonces me resultaba próxima, me salen tantos muertos...
IV No entiendo a la gente que cree que la felicidad en la vida consiste en no buscarse complicaciones, ni dependencias, ni deudas afectivas. La vida es otra cosa. La vida es como el hierro y si no se usa, se oxida. Tanto es así, que si volviera al pasado creo -y pienso que mi mujer estará de acuerdo conmigo- que tendríamos algún hijo más.
V Un hijo es una lata, sí, pero, sobre todo, es un don. Y un don es siempre algo imprevisto que, con su imprevisibilidad, nos regala la oportunidad de un comienzo. Cada hijo es un nuevo comienzo, una nueva oportunidad de rehacer nuestra vida. Y aunque sólo fuera por ello, yo les agradezco a mis dos hijos que estén allí, invadiendo mi vida y haciéndosela suya.VI El 10 de agosto de hace 38 años entramos dos en la clínica Dexeus de Barcelona, mi mujer y yo. El 12 salimos tres. Y eso, amigos, sólo el que lo ha vivido sabe lo que significa.
VIIIDecía un Presidente de gobierno de cuyo nombre no quiero acordarme, que ningún padre tiene derecho a interferir en las decisiones de su hija de 16 años si ésta decidía abortar. Yo, por el contrario, creo que una familia es una unidad de interferencia mutua y que hasta mis nietos tienen pleno derecho a interferir en mi vida y a mirarme con cara de decepción si lo que acabo de hacer no está a la altura de lo que, juiciosamente, esperan de mi.