7:48
»
El café de Ocata
ITiñe esta primera luz de la mañana de dorados bruñidos todo cuanto toca. El pueblo es un altar barroco que agradece con la jaculatoria del silencio resplandeciente el nuevo día.
IICicerón en una de sus cartas a Áticus: “Este asunto se ha manejado con la bravuconería de un hombre y la planificación de un niño". Fue escrita el 11 de mayo de 44, o sea ayer, hoy, mañana. No es una crítica, es la descripción de una constante política. Bien podría ser un editorial fijo en la prensa.
III Como es una constante erótica este apasionado epigrama de un amigo de Aulo Gelio, en el siglo II: "Cuando con los labios medio abiertos beso al muchacho y a través de los suyos respiro el perfume de su aliento, mi alma, sufriente y herida se asoma a mi boca, queriendo pasar a la de mi amigo, que parece abrirle paso. Si nuestros labios permanecieran unidos un instante más, mi alma, ardiendo de amor pasaría de mi cuerpo al suyo. Un gran prodigio acaecería, y yo habría muerto".
IVYa ven que hoy estos existencialismos caniculares van de presentes continuos. Añadamos dos apuntes del más moderno de los "antiguos", Platón, que en el diálogo qe estaba escribiendo cuando lo pilló la muerte, las Leyes, dejó escritas estas dos observaciones de una sagacidad imperecedera:
La primera: "De esa recta crianza de placeres y dolores que constituye la educación (paideia) se desvía y pervierte buena parte de los hombres durante el curso de su vida; y los dioses, compadeciéndose del linaje humano, que resulta tan sujeto a miseria, han dispuesto para ellos unos relevos de las penalidades, que son los periodos de sus fiestas."
La segunda: "Pero puesto que nosotros no legislamos ahora, como lo hacían los antiguos legisladores, para los héroes, hijos de dioses según la tradición, sino que somos hombres y legislamos para hijos de hombres, no se llevará a mal el que temamos que alguno de los ciudadanos nos nazca como legumbre imposible de cocer y resulte por naturaleza tan duro que no llegue a ablandarse."
VNo ha entendido nada ni de sí mismo ni de los grandes clásicos el que da por supuesto que, si estos últimos son viejos, han sido superados. Su ignorancia le permite creerse nuevo y, por lo tanto, superior en todo cuanto se refiere a las cosas humanas (pues de ellas estamos hablando). No se le ocurre pensar que los grandes bien pudieron habernos entendido a nosotros mejor de lo que creemos entendernos nosotros mismos. Pero este es el precio que tiene que pagar para seguir creyendo en el historicismo.