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Como profesora noto que la cantidad de conocimiento riguroso que tienen los jóvenes es cada día menor. En el sistema educativo desde hace unos veinte años no existe una cronología, el orden en que ocurrieron los eventos en la Historia. No lo conocen. No saben geografía. Se les ha enseñado esta manera muy políticamente correcta de aceptar y tolerar cosas y emociones, pero no tienen datos duros. La generación más joven de Estados Unidos de hoy nunca ha experimentado algún desastre –excepto ahora con la pandemia–, nunca ha vivido una guerra. No tengo duda de que el hecho de que mi padre y mis tíos fueran a la Segunda Guerra Mundial, el trasfondo del Holocausto, de Hitler, de la Guerra Fría con la Unión Soviética, la bomba atómica, la era atómica, todo eso formó parte de mi generación. Los jóvenes estadounidenses hoy no tienen noción alguna de lo frágil que puede ser la economía, no entienden cómo funciona. Parecen creer que el sistema político puede cambiarse radicalmente y que ellos podrán seguir yendo a Starbucks a comprar un café hecho con granos que vienen de África. No tienen el menor sentido de lo que implica el sistema masivo de distribución que hace posible que lleguen hasta ellos el chocolate y todo tipo de frutas y verduras. Creen que es mágico. Desde mi punto de vista, nos dirigimos a un tipo de gobierno basado en la sensiblería. Las figuras poderosas del gobierno hacen declaraciones que están llenas de una compasión que se derrite y, mientras tanto, todas las operaciones que cohesionan al mundo son invisibles para los jóvenes. De manera que me preocupa mucho lo que considero una educación muy pobre en Historia. Antes pensaba que esto solo ocurría en Estados Unidos. Obviamente por la estupidez del comportamiento que estamos presenciando en Oxford y en Cambridge, en Inglaterra, por parte de los estudiantes que repiten los mismos tópicos de las redes sociales, creo que este es un problema público que atañe a la élite educada en muchos lugares del mundo.
Es terrible estar en esta era post-libro. Es como el telégrafo. Todo se reduce a señales diminutas. Es terrible la habilidad de dar forma a las redes sociales utilizando robots a fin de multiplicar el número de mensajes para asediar a una figura política, instituciones académicas o compañías o lo que sea. Vivimos en un periodo de histeria. Resulta difícil creer que una organización de tal poder como el Imperio romano eventualmente caería en ruinas, desaparecería por completo. Nadie que hubiera vivido en esa época habría creído jamás que Roma sería olvidada. Hace doscientos años las familias aristócratas en Inglaterra enviaban a sus hijos al Grand Tour: ir a Europa a conocer los sitios principales. Una de las grandes lecciones consistía en contemplar las ruinas de Roma: ahí estaba un gigantesco e imparable poder militar, económico y político del que nada quedaba. Está el poema de Shelley Ozymandias que mira las ruinas de una estatua egipcia. Nada queda excepto esas piedras asoladas por el viento. Tres mil años de poderío egipcio desaparecidos. Los jóvenes deben saber esto. Piensan que todo es infinitamente sencillo porque han creado un paraíso social. No saben que existen todo tipo de problemas en cualquier cultura, incluso si se está en la cúspide. Siempre he trabajado por construir un currículum en el que invariablemente comienzo por estudiar la Edad de Piedra para lentamente ver cómo se fueron construyendo las entidades políticas, las leyes, Babilonia, Asiria, Sumeria. Esta es la sustancia que necesitan aprender. Hay que sacar a los jóvenes de este mundo fácil y superficial en el que viven con la histeria de las redes sociales. Hay que rescatarlos de eso. El iPhone es en extremo seductor y adictivo.
Me preocupa que ahora nos comunicamos a través de un lenguaje acotado, no de palabras sino de abreviaturas. La lectura enriquece la mente, le da una secuencia al pensamiento y permite que sigamos un argumento de un párrafo a otro. Ese encogimiento del lenguaje también ha afectado al periodismo. Los periódicos en Estados Unidos están desapareciendo por esta rivalidad con la red en que todo se expresa en estas pequeñas explosiones de contenido. Creo que esto es algo regresivo, pésimo para el desarrollo mental y emocional. Los jóvenes están siendo incapaces de razonar, de formarse una lógica. Me preocupa que toda una generación, al menos en los países desarrollados, no tenga la habilidad de leer largas secuencias de lenguaje y seguir un argumento. Esto los coloca en el nivel más elemental. Necesitan entender qué es una voz objetiva, pero hoy se afirma que no existe la objetividad, todo está cargado políticamente, todo es sobre los poderosos que gobiernan sobre los que no tienen poder. Antes solía haber una voz objetiva que uno podía poner a prueba contra los propios pensamientos y la habilidad que uno tuviera para seguir una línea de razonamiento. Dada la dominancia del iPhone, los maestros piensan que ahora la educación debe concentrarse solo en la justicia social, en llamados al activismo social; esto me parece terrible. Esa parte de la vida de una persona debería estar separada de los estudios académicos. Esa parte que está comprometida con causas, que es política, para mí no debería formar parte de la educación. La educación consiste en entrenar la mente, introducir a los jóvenes a la enormidad de la historia del mundo, a las tragedias del esfuerzo humano.
Uno de los grandes temas de la poesía ha sido siempre la inevitabilidad de la destrucción de los logros de la humanidad y la frustración de los deseos, el sentido trágico de la vida. Esa visión de la transitoriedad de la vida la obtenían de la religión. Para eso leíamos a Sófocles, a Tucídides, pero eso se acabó. Claro que uno puede intentar lograr un cambio, pero la idea de que debemos estar llenos de resentimiento, sumergidos en teorías conspiratorias, es algo espantoso para los jóvenes. La educación les está fallando. Tenemos un desastre de proporciones gigantescas en nuestras manos. Toda su vida han estado inmersos en la red, en el iPhone, pero no tienen contenido, estructura, algún sentido de la Historia. Hoy los jóvenes creen que se puede llegar al paraíso, que el perfeccionismo es alcanzable, que la utopía puede ser real. No es así.
Laura Emilia Pacheco, entrevista a Camille Plagia; "Paglia: contemplar las ruinas", Letras Libres 01/12/2021
En plena euforia ilustrada por los derechos universales de la Revolución Francesa se prohibió el asociacionismo obrero. En España el Código Penal de 1848, bajo la rúbrica de delitos contra la libertad de la competencia y la propiedad, penaba con cárcel a “los que se coaligaren con el fin de encarecer o abaratar abusivamente el precio del trabajo o regular sus condiciones”.
Más tarde, los economistas de la Escuela austriaca dejaron bien claro, por boca de Hayek, que el neoliberalismo no pretende la “no intervención del Estado”, sino que este, las leyes e instituciones se limiten a promover la plena libertad del mercado.
Fue un gran error demonizarlos con el calificativo de ultraliberales, cuando son ultraintervencionistas de clase. Como ahora es un error menospreciar la frívola concepción de libertad de las derechas extremas que sintoniza con nuestro gen individualista. Urge dar la batalla ideológica por el significado pleno del ideal de libertad, haciendo nuestro el liberalismo político frente al mal llamado liberalismo económico.
Los liberales a tiempo parcial consideran libertad el derecho de los triunfócratas a segregar educativamente a los perdedores, a educar a sus hijos en valores desigualitarios y adoctrinarlos contra los diferentes, a actuar contra la comunidad, eso sí, usando los recursos de la comunidad.
Para esos falsos liberales existe la libertad de no vacunarse, aunque se ponga en riesgo la vida de sus conciudadanos. Convencidos de que, en caso de necesidad, no deberán someterse a las listas de espera de la sanidad pública, porque su capacidad económica les ofrece la libertad de saltárselas.
La batalla por la libertad se libra cada día, cuando se defiende el derecho de las mujeres a la interrupción voluntaria del embarazo o el derecho a una muerte digna. O la libertad de vivir con la dignidad de tener garantizados derechos humanos básicos, sin tener que arriesgar la vida ni vender o alquilar tu cuerpo para sobrevivir.
Este reencuentro entre los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, en el que liberalismo signifique también la intervención de la sociedad para garantizar la igualdad real, requiere de un Pacto Global de Ciudadanía que refuerce y renueve los valores de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948.
La batalla por la libertad para “ser personas libres e iguales, aunque diversas, en la comunidad”, pasa hoy por devolver al mercado a su papel primigenio y arrebatarle la función de conceder o negar derechos como si fueran bienes de consumo. El “principio del daño” comporta oponerse a las estrategias de externalización de riesgos a terceros o a la comunidad, significa recuperar el valor de la austeridad. Comporta tratar los datos como un bien común que permite el acceso al conocimiento como un derecho fundamental. Significa dotar a la economía de un nuevo sentido moral para que el beneficio privado deje de ser nuestro único y gran dios.
Joan Coscubiela, Libertad ¿para qué?, El País 17/12/2021
Los niños esconden un potencial inmenso, pero para desarrollarlo requieren de un cuidado intenso y prolongado que con frecuencia supera la capacidad de los padres. Somos dependientes durante años tras abandonar el útero materno y es probable que eso haya incentivado algunos rasgos típicos de la especie. Recientemente, la revista PNAS publicaba un análisis de investigadores de la Universidad de Harvard en el que planteaban que el valor de ser abuelos activos favoreció que los humanos mantengan un buen estado físico mucho después de los mejores años reproductivos y que explicaría también por qué el ejercicio es tan beneficioso en edades avanzadas. Este papel de los abuelos como pilares de la crianza podría ser el motivo de que las mujeres, al contrario de lo que sucede en casi todas las especies animales, puedan vivir décadas después de perder la fertilidad.
Daniel Mediavilla, La especie que triunfó gracias a las abuelas, El País 18/12/2021
La publicación en 1895 de la Psicología de las masas, de Gustave Le Bon, disparó la atracción general hacia el tema y despertó en muchos intelectuales un interés que no ha dejado de crecer desde entonces.
Podríamos hablar de una primera figura de las masas: la muchedumbre inorgánica o libre, mezcolanza de hombres y mujeres de todos los órdenes y rangos que inunda las calles de las grandes ciudades de Europa y Norteamérica en las sucesivas oleadas migratorias desde el medio rural o provinciano hacia el urbano, espoleada al mismo tiempo por la disolución de los vínculos de servidumbre, la Declaración Universal de Derechos y la revolución industrial. Esta muchedumbre es la forma sensible del pueblo en su sentido moderno.
Ya no se trata de la comunidad dotada de una identidad cerrada y homogénea, típica de las sociedades tradicionales, el “pueblo de Dios” cohesionado en torno a una fe religiosa única y excluyente que sirve como instrumento político de tutela de los súbditos. El pueblo que nace de las constituciones ilustradas se caracteriza por el anonimato de la igualdad: no es una clase, ni una nación, ni una facción; es, parafraseando a Georges Bataille, la comunidad —siempre abierta e indefinida— de los que no tienen por qué tener nada en común. Una colección irreductiblemente plural de individuos que, al no compartir más que una misma ley civil, no pueden apoyar su moralidad en ningún credo clerical y necesitan fundamentos más universales para sustentar lo que John Rawls llamaba un “consenso implícito”.
Pero no es esta masa la que llama la atención de políticos e intelectuales desde el siglo XIX: lo que intelectuales y activistas ven con temor o con esperanza es el poder de la masa cuando se la utiliza como fuerza política. De hecho, esto era ya lo que llamaba la atención de Le Bon, cuya reflexión nace ante la incipiente organización del movimiento obrero, y es también lo que ilusionará o atemorizará después a muchos en la época de los grandes movimientos de masas del siglo XX, el fascismo y el comunismo.
Claro está que esta es una segunda figura de las masas, en cierto modo contrapuesta a la anterior. Es la masa organizada y dirigida: no tan uniformada como la de las demostraciones gimnásticas y los desfiles militares que tanto gustaban a los dictadores totalitarios, pero sí tan entusiasta y ciega como la de los mítines o las grandes manifestaciones. Tiene algo de retorno al feudalismo, pero en ella las creencias religiosas han sido sustituidas por los eslóganes ideológicos y, más exactamente, por las consignas con las que los convocantes controlan su movimiento.
José Luis Pardo, Las dos figuras de las masas, El País 18/12/2021
La autoayuda nos emplaza a confiar en nosotros mismos y desconfiar de los otros, salvo de los autores de libros de autoayuda.
Únicamente a los metapoetas se les permite el acceso al metaverso.
Sobre el vacío no tengo nada que decir.
Si la existencia de los mortales es un sin vivir, la de los inmortales es un sin morir.
Los compañeros de profesión, afligidos por la reciente muerte de un especialista, declararon que era una persona que caía a todos muy bien.
Sin la filosofía dejarán de existir los debates en las terrazas sobre cómo tirar la caña ideal.
Al final entendió lo humillante que es la pobreza cuando le dijeron que no tenía ni media hostia.
La realidad se divide entre el internet de la cosas y el internet de las ideas (Platón 2.0)
Todavía recuerdo el día en el que el rincón de pensar sustituyó al panóptico. Aquel día fue el principio del fin de la filosofía.
¿Celebrar el día de la filosofía? Me lo estoy pensando.
Manel Villar
Jurado de Instrucción civil de California número 1707
Una opinión puede ser considerada una declaración de hechos si dicha opinión sugiere que los hechos existen. Para determinarlo, debe considerarse si el oyente medio concluiría, en base al lenguaje y el contexto, que se estaba dando una declaración de hechos.
Aquí va una declaración de hechos: pocos entienden lo que acabo de decir. Incluyéndome a mí.
¿Qué pasa cuando dos personas perciben lo mismo de forma diferente? Si tu percepción de un hecho no coincide con la mía. ¿Qué percepción es la verdadera?
No estamos hablando de personas con problemas mentales. Esas personas necesitan tratamiento médico y psicológico. No asesoría legal.
Independientemente de si han sido heridos, demandados o acusados de un delito, el interés de vuestro cliente debe ser la mayor preocupación. Y su percepción de la realidad es la que importa. Así que, como su abogado, debéis descubrir hechos que apoyen esa percepción porque la percepción de vuestro cliente es su verdad.
Prestarles un servicio significa hacer lo posible para demostrar que su verdad representa la verdad definitiva.
Hay quienes consideran que la verdad es universal. Esos no son abogados litigantes. Tachad eso. Esas personas no son abogados de éxito. Los abogados exitosos buscan la verdad. La buscan pero, aún más importante ..., son los que definen la verdad. (Dan Broderich)
Dirty John T2 episodio 7 (The Betty Broderich Story)
Cada vez que usted paga con un billete se está dando un acto de confianza: usted confía en que ese papel de colores emitido por la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre tenga un determinado valor. La persona que le cobra confía en lo mismo. Cada vez que usted lee una noticia y la da por buena está confiando en un medio de comunicación y en un periodista. Cada vez que usted toma un medicamento está confiando en la ciencia y en la industria farmacéutica. Cuando dejamos los asuntos públicos en manos de los políticos confiamos en que los gestionarán, al menos, con honestidad (cosa que no siempre ocurre). Aunque no reparemos en ello a menudo, la confianza es el pegamento invisible que mantiene en pie a la sociedad, a la democracia, a la economía… y hasta a la comunidad de vecinos. “Es la confianza, más que el dinero, la que hace girar el mundo”, señaló el economista Joseph Stiglitz. Pero, a veces, la confianza falla. Ahora está fallando.
¿Cuáles son las causas de esta creciente desconfianza? Son variadas. Por ejemplo, la corrupción política y la creciente desigualdad implican que la ciudadanía no se fíe de una política trufada de engaño o de un sistema económico que no parece ofrecer opciones vitales dignas para todos. La revolución tecnológica nos hace sentir en manos de fuerzas enormes que no llegamos a comprender. La precariedad laboral y las migraciones también nos hacen percibir un entorno demasiado cambiante e inestable. “Pero sobre todo la suscitan la frustración de expectativas y el reconocimiento de una vulnerabilidad creciente: pandemias, desempleo, etcétera”, señala el filósofo Carlos Pereda, investigador emérito del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y autor de Sobre la confianza (Herder).
“Las frustraciones individuales”, continúa Pereda, “son las escuelas más eficaces de la producción de desastres. Las redes sociales, si bien ayudan a desconfiar de falsos prestigios y de monumentos con pies de barro, también multiplican la incredulidad sin argumentos, no pocas veces la incredulidad más boba”. El virus de la desconfianza se hace evidente a la vez que se propaga en plataformas como Twitter. Muchas personas encuentran difícil obtener información fiable en internet, al tiempo que crece la creencia de que las instituciones son proclives a difundir falsedades. Se desconfía de la “versión oficial” de los hechos.
La confianza social que, como se ve, ha de construirse de manera colectiva tiene muchas ventajas: allí donde se da hay mejor calidad de gobierno, mayor crecimiento económico, menores índices de pobreza y más robustos Estados de bienestar. “En líneas generales, las sociedades ricas en confianza social funcionan mejor porque cuando los ciudadanos confían unos en otros, se reducen costes de transacción, y la cooperación es más sencilla”, explica Herreros.
Y ser desconfiados no significa que seamos más avispados o autónomos, que debamos vanagloriarnos de que no nos den gato por liebre, como pudiera parecer. “La desconfianza en las instituciones no fortalece la autonomía individual. Por el contrario, es el caldo de cultivo de la desorientación social y de la razón arrogante, esos prólogos irresistibles del autoritarismo”, concluye Pereda.
Sergio C. Fanjul, ¿Quién se cree la versión oficial? Ya no confiamos en nadie, El País 28/11/2021
Fernando Broncano, Hacer y deshacer cuerpos, El laberinto de la identidad 27/11/2021
Sin embargo, no se trata de una indisponibilidad absoluta: por supuesto, con dinero, y también con entrenamiento, se puede influir en el juego; esto lo sabe todo deportista amateur, no solo los futbolistas, sino también los tenistas, los jugadores de baloncesto y quienes practican otros deportes. Uno puede mejorar sus posibilidades en la pista de tenis, por ejemplo, mediante buena preparación, entrena- miento mental y relajación; pero jamás podrá con- seguir a la fuerza la victoria ni el próximo punto.
Aún más: el mero incremento del esfuerzo no alcanza para lograr nada; cuanto más se intenta poner el gol o el próximo punto a disponibilidad, es decir, forzarlo, tanto menos se lo consigue. Por esta razón, muchos deportistas amateurs llevan a cabo todo clase de ritos aparentemente oscuros —por ejemplo, antes de impactar la bola— similares a prácticas mágicas para poner a disponibilidad lo indisponible; y son las luchas y tensiones en esta línea fronteriza las que mantienen el carácter fascinante del deporte.
Sin embargo, el interjuego entre la disponibilidad y la indisponibilidad no es solamente un rasgo constitutivo de muchos deportes, sino de los juegos en general: el ajedrez, los juegos de naipes, de mesa y de azar.
En el juego y el amor, en la nieve e incluso en la muerte: la indisponibilidad es parte constitutiva de la vida humana y de la experiencia humana fundamental. Y cuan- do se pregunta acerca de la relación con el mundo de la Modernidad —es decir, acerca de la manera en que las instituciones y prácticas culturales de la sociedad actual se relacionan con el mundo, y, consecuentemente, acerca de cómo los sujetos modernos estamos colocados en él—, la manera en que entramos en relación individual, cultural, institucional y estructuralmente con lo indisponible parece constituir un foco cardinal del análisis.
En el juego y el amor, en la nieve e incluso en la muerte: la indisponibilidad es parte constitutiva de la vida humana y de la experiencia humana fundamental. Y cuan- do se pregunta acerca de la relación con el mundo de la Modernidad —es decir, acerca de la manera en que las instituciones y prácticas culturales de la sociedad actual se relacionan con el mundo, y, consecuentemente, acerca de cómo los sujetos modernos estamos colocados en él—, la manera en que entramos en relación individual, cultural, institucional y estructuralmente con lo indisponible parece constituir un foco cardinal del análisis.
Mi hipótesis inicial es la siguiente: en la medida en que nosotros, los tardomodernos, apuntamos a poner el mundo a disponibilidad, este nos encuentra siempre como un «punto de agresión» o como una serie de puntos de agresión, es decir, como un conjunto de objetos a ser conocidos, alcanzados, conquistados, dominados o usados. Precisamente de esta manera parece escapársenos la «vida», aquello que constituye la experiencia de la vivacidad y el encuentro: aquello que posibilita la resonancia. Esto, a su vez, produce angustia, temor, ira e incluso desesperación; sentimientos que luego, entre otras cosas, se ven reflejados en comportamientos políticos impotentes y agresivos.
Harmut Rosa, Lo indisponible, Herder, Barcelona 2020
Lo que había de verdad en el mito del paso del mito al logos no es que apareciera el pensamiento conceptual, que estuvo con la humanidad desde que sus ancestros aprendieron a comunicarse con el lenguaje. Lo que probablemente ocurrió, tal como sospechan Havelock y otra gente que ha estudiado la emergencia de la escritura, es que los chamanes aprendieron a escribir y fue la escritura la que permitió el pensamiento conceptual separado del pensamiento basado en relatos. ¿Cuándo ocurrió este cambio? Muy lentamente y en Platón se nota claramente la tensión entre pensar en conceptos (que quizás reservaba para sus alumnos más avanzados) y pensar con mitos, que constituyeron el esqueleto de los diálogos, en los que aparecen trufados conceptos y relatos.
Es imposible para humanos normales pensar en conceptos sin pluma y papel. Un argumento medianamente complejo está más allá de las capacidades de la mayoría de las personas si no van escribiendo los términos y sus relaciones. El cuñadismo, con perdón, es la forma natural que tenemos de conversación porque la cabeza no nos da para más: elaborar un razonamiento es algo que exige el tiempo de la escritura. Es lo que los filósofos llaman reflexión, que básicamente es escribir para ir notando los pasos, las tensiones y contradicciones, e ir superando los estereotipos para encontrar más allá los límites conceptuales en otras prácticas y dominios.
Pero lo mismo ocurre con los relatos: el relato es primigenio en la mente. Es el modo en que la mente organiza el discurrir de las cosas. Frank Kermode en su "The sense of an ending" recuerda el que tictac de un reloj, representado así ya es un relato. La mente comienza pensando en metáforas o parábolas, que envían nombres de un lado a otro: así, narrativamente, comienzan también los conceptos, que son en cierta forma relatos congelados en los que nuestras prácticas cognitivas han delimitado bien condiciones normativas de aplicación.
Fernando Broncano, Mitos y logos, El laberinto de la identidad 16/11/2021
... estamos inmersos en una carrera por 'hackear' a la humanidad en general y a ti en particular. Y debes hacer el esfuerzo de estar un paso por delante de tus competidores: de las grandes corporaciones, de los gobiernos.
¿Hasta qué punto podemos modificar el cuerpo y la mente con ingeniería genética, o con cirugía, o con una interfaz cerebro-computadora? Pero las preguntas de fondo son las de siempre: ¿qué significa ser una persona?, ¿qué cualidades humanas son valiosas?
Si dejas que una compañía o un ejército decida cómo rediseñar al ser humano, lo más probable es que potencien las cualidades que a ellos les vienen bien, como la productividad o la disciplina, y desprecien otras, como la sensibilidad y la compasión. Y el resultado será que tendremos gente muy inteligente y disciplinada, pero superficial y espiritualmente pobre. Y esto no va a mejorar al ser humano, sino a degradarlo.
Estamos viendo como surgen nuevas maneras de organizar el mundo a través de la tecnología de vigilancia. Los chinos están probando herramientas para algo que podría convertirse en el peor sistema que ha existido jamás en la historia. Y, además, puede ser exportado a todo el mundo, como un pack. Incluso países que no tienen la tecnología para crear un sistema de vigilancia pueden comprarla a China. Así que el peligro es global.
Cuando pensamos en las posibilidades actuales de la ingeniería genética, deberíamos recordar que hemos estado criando vacas y cerdos durante miles de años. Los hemos domesticado buscando las cualidades que nos interesaban: que den más leche, que sean más obedientes... Y el resultado es que los animales domésticos no son una mejora de sus ancestros salvajes, sino un pálido reflejo de lo que eran. Y lo mismo puede sucederles a los humanos.
Antes casi toda la información que se reunía sobre ti estaba fuera de tu piel: qué compras, dónde vas, lo que ves... Ahora hay herramientas que pueden recopilar lo que sucede en tu corazón y en tu cerebro. Y no hablo de tecnologías invasivas, como implantes. Una pulsera que mide tu ritmo cardíaco o cámaras que observan tu cara son muy buenas ya para inferir tu estado emocional. Y, en manos de un estado totalitario, pueden ser muy peligrosas.
Los gobiernos siempre han querido manipularnos, pero no podían porque no solo necesitan información, sino capacidad para analizarla. Si un país tiene cien millones de habitantes, hacían falta cien millones de espías para seguir sus pasos. Y, aunque los tuvieran y alguien anotase todo lo que digo, se producirían cien millones de informes diarios. Nadie podría leerlos. Pero ahora es posible seguir a todas las personas durante las 24 horas. Tenemos al espía en la mano: el móvil... Y, por primera vez en la historia, se puede analizar esa información con inteligencia artificial. Ni tu madre te conoce mejor que el algoritmo.
Las diez compañías más importantes son americanas o chinas. Y esto es malo porque, de nuevo, la mayor parte de la riqueza y el poder se concentra en muy pocos lugares. Una Europa unida debería intentar convertirse en un contrapeso. No hay ningún país europeo que por sí solo pueda competir con Google, Baidu, Tencent, Facebook...
Carlos Manuel Sánchez, entrevista a Yuval Noah Harari: "Las grandes corporaciones quieren 'hackear' a la humanidad", abc.es 14/11/2021
Fueron los grandes pesimistas los que no olvidaron esta condición irredenta: Jonathan Swift, Schopenhauer, Nietzsche, Freud, Heidegger, Wittgenstein. Esta tradición de la filosofía contemporánea hereda según Mulhall[1] el marco que establece el mito de la caída y con él una cierta modalidad de antihumanismo. Recuerda este autor uno de los aforismos más esclarecedores de Wittgenstein de la frontera que separó el humanismo de la concepción religiosa de la existencia: “Los hombres son religiosos no tanto en cuanto se creen muy imperfectos sino en cuanto se creen enfermos. Cualquier persona decente se considera sumamente imperfecta, pero el hombre religioso se considera miserable”[2]. Wittgenstein acierta en esta distinción entre imperfección y enfermedad, o entre la descripción negativa de lo que los humanos han hecho y la descripción desolada de lo que los humanos son. Esta frontera, la que separa la idea de daño de la de pecado. Son dos maneras de entender la imperfección. Desde la primera mirada, cabe la posibilidad de cambio, emancipación, perfeccionamiento y, como propone el humanismo cultural, autorrealización a través de la cultura que, a su vez, es una realización de la creatividad humana. Desde la segunda, el humano está en una condición irredenta, en el sentido de que su posible salvación, si la hay, vendrá de fuera. Y no es posible no recordar la entrevista a Heidegger en Der Spiegel: “Solo un dios podrá salvarnos”.
Fernando Broncano, El mito de la caidaE, El laberinto de la identidad 21/11/2021
(La) falacia mereológica constituye la base conceptual de lo que el filósofo Carlos Moya califica como un nuevo (y paradójico) “dualismo materialista”. Una vez superada la concepción dualista alma-cuerpo (al modo cartesiano), se tiende ahora a pensar en un cerebro independiente o aislado del cuerpo. Este último parece, en cierto modo, prescindible. Esto no se ajusta a la realidad: el cerebro es solo una parte del sistema nervioso, que a su vez es solo una parte del cuerpo. Dicho cuerpo, además, se enmarca en un contexto social (no es un “cerebro en una cubeta”) que afecta decisivamente al desarrollo y la historia vital del individuo.
El lector estará de acuerdo en que sus pies no caminan, sino que es usted quien camina empleando sus pies. De igual forma, no es su cerebro el que piensa, recuerda, odia o ama, sino que es usted quien hace todo esto utilizando su cerebro.
Podría pensarse que la comparación entre cerebro y pies no resulta adecuada, pues el cerebro, a diferencia de aquellos, goza de una gran capacidad de control sobre las demás partes del organismo. Sin embargo, no debe olvidarse que el cerebro depende, a su vez, de otros órganos para su subsistencia y funcionamiento, en especial (aunque no solo) del corazón.
De ningún modo el cerebro es independiente y gobernador del resto del cuerpo, como demuestra la dinámica de su desarrollo: no es hasta la vigesimotercera semana de vida prenatal cuando aparecen las primeras sinapsis en el embrión humano, y no es hasta pasados los veinte años cuando el cerebro termina de desarrollarse por completo. De hecho, el cerebro sigue cambiando hasta el día de nuestra muerte. Sencillamente, sin cuerpo no puede haber cerebro, tanto funcional como cronológicamente.
Hasta cierto punto, resulta comprensible que científicos o divulgadores formados en neurociencia tiendan a transmitir, consciente o inconscientemente, la falacia mereológica. Después de todo, su conocimiento especializado puede conducir a sobredimensionar la importancia de una parte de la realidad.
Por eso, y al igual que se ha normalizado el hecho de que una “ciencia de la parte”, como es la neurociencia, impregne decisivamente la comprensión de las ciencias sociales y las humanidades que estudian al ser humano en su conjunto, debería normalizarse también el camino complementario: que estas “ciencias del todo” contribuyan a un entendimiento más completo (y realista) del sistema nervioso.
Para lograrlo, la neurociencia debería ser más receptiva al estudio y el diálogo genuino con otras disciplinas (psicología, educación, comunicación, derecho, filosofía). La colaboración interdisciplinar podría, así, contribuir a frenar la proliferación de neuromitos y visiones reduccionistas de lo humano que entorpecen incluso el avance de la propia neurociencia. El rigor metodológico no debería asociarse a una falta de rigor argumentativo. Comunicar el cerebro, después de todo, no implica limitarse al cerebro.
José Manuel Muñoz y Javier Barnácer, Nuestro cerebro no piensa (y el de usted, tampoco), Cuaderno de Cultura Científica 04/11/2021