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Nunca deberíamos subestimar la fortaleza de lo que aborrecemos, ni permitir que nuestras preferencias se convirtieran en prejuicios. Tendemos a infravalorar lo que despreciamos y esto nos lleva a cometer muchos errores. Recomendaba Spinoza “no reírse de las acciones de los hombres, no deplorarlas, menos aún maldecirlas, simplemente comprenderlas”. Haríamos bien en seguir este consejo, no tanto por razones morales como cognitivas: cuando nos empeñamos en juzgar sin entender solemos acabar haciendo malos análisis y equivocándonos también en el combate contra aquello que detestamos. Que su comportamiento no responda a nuestros criterios de racionalidad no significa que no tenga explicaciones.
Daniel Innerarity, Comprender lo que se desprecia, La Vanguardia 06/11/2020
Todos los años le leo a mis alumnos la vieja fábula de Giges, tal como la recoge Platón en la República.
En ella se cuenta la historia de un humilde pastor, antepasado del rey Giges, que, tras encontrar casualmente un anillo que vuelve invisible a quien lo lleva, y hacerse consciente de la impunidad que esto procura, se aprovecha de su poder para colarse en palacio, asesinar al rey y usurpar el trono…
Tras contarles esto, les pido a los estudiantes que imaginen poseer un anillo como el del pastor. ¿Cuántos de vosotros - les pregunto - utilizaríais el poder de la invisibilidad para robar, espiar y aprovecharos de los demás según os interesara? La inmensa mayoría acaba por levantar la mano. ¿Quién podría resistir tamaña tentación?
Para «tranquilizarles» les recuerdo que buena parte de los adultos hacen lo mismo que harían ellos con el anillo: se saltan las leyes, los impuestos o el respeto a los demás en cuanto se saben «invisibles». Y si además son ricos y poderosos, y gozan, por tanto, de verdadera impunidad, engañan, estafan, o explotan todo lo que pueden a todo el que pueden.
La moraleja está clara: en cuanto no está vigilada ni expuesta a castigos, la mayoría de la gente se comporta como un ave de rapiña (no hay más que ver lo que ocurre en las ciudades cuando se produce un gran apagón). ¿Qué hay entonces del civismo o el respeto por los demás en que, supuestamente, nos han educado? Nada. Esa educación moral no es más que un barniz, una carcasa que se resquebraja a la menor oportunidad. De hecho, cuando le pregunto por sus razones para «ser buenos» a los (pocos) alumnos que dicen que no abusarían del poder del anillo, se me quedan callados o, peor aún, repiten la ristra de prejuicios que les han recitado en casa, en misa o en clase de «ciudadanía».
Víctor Bermúdez, El anillo de Giges, elperiodicoextremadura.com 28/10/2020
La moralidad es el eje del buen funcionamiento social. Nuestra brújula moral mantiene nuestros instintos egoístas más básicos al servicio del bien del grupo y favorece la cooperación y el altruismo dentro de la comunidad. Los individuos que comparten unos valores morales cooperan mejor y gracias a los códigos y normas morales se resuelven mejor los conflictos que puedan surgir en la población.
Pero la moralidad es también la causa de muchos problemas sociales y puede tener muchas consecuencias negativas interpersonales. Vilipendiamos y deshumanizamos a aquellos que no están de acuerdo con nuestras creencias morales y justificamos cualquier medio en función de un fin moral que consideramos bueno. Además, la moralidad altera nuestra interpretación del mundo que nos rodea afectando a nuestro razonamiento y a nuestras creencias acerca de lo que es real, de lo que es ficción y de lo que es seguro y lo que es peligroso. Todos estos procesos en conjunto conducen a los individuos a actuar de formas que dañan significativamente el progreso de la sociedad bajo el disfraz de que es una lucha por una causa moral.
La moralidad tiene una serie de características que la diferencian de forma muy importante de otras capacidades cognitivas o de otras actitudes humanas:
1- Las convicciones de que ciertas cosas son buenas y otras son malas se experimentan como universalmente aplicables y como “objetivamente ciertas”. Son indiscutibles y se asocian a emociones muy fuertes y poderosas (miedo, ira, amor, compasión, culpa, vergüenza y asco).
2- Las convicciones morales motivan a la acción, dictan lo que un individuo debe y no debe hacer.
Las reglas morales del individuo pueden dar lugar a unos valores sagrados o protegidos, que han sido definidos en la literatura como “cualquier valor que la comunidad moral implícita o explícitamente trata como poseedor de un significado infinito o trascendental que excluye cualquier comparación, compromiso o, de hecho, cualquier otra mezcla con valores limitados o seculares”.Un individuo que tiene unos valores protegidos tenderá a negar la necesidad de compromisos y se enfadará simplemente con pensar que tiene que entrar en esos compromisos o compensaciones a los que se llama “compromisos tabú”. Esto resulta en una falta de ganas de aceptar cualquier compromiso porque los valores sagrados están por encima de cualquier otro y son los que motivan la toma de decisiones. Cuando los individuos sienten que sus valores sagrados están en peligro, los individuos responden de una manera intolerante y peligrosa, por ejemplo con indignación moral y con limpieza moral.
La indignación moral supone que el individuo siente ira y desprecio por la persona que amenaza sus valores sagrados y reclama un castigo de esa persona; y todo aquel que no pida ese castigo debe ser castigado también. La limpieza moral consiste en que cuando un valor sagrado ha sido profanado o violado, esto evoca un sentido de contaminación personal, lo que requiere algún tipo de limpieza para eliminarlo.
Como decía más arriba, los valores y creencias morales se diferencian de otras actitudes porque se experimentan como universales y como objetivamente correctos -nuestras convicciones son hechos- y porque mueven a la acción. Pensar que el 13 es un número primo es correcto pero no mueve a la acción. Si algo se considera inmoral hay que luchar contra ello y hay que combatirlo, hay que pasar a la acción, no se puede permitir que otras personas lo hagan. Otro problema es que hay datos de que cuando la gente tiene razones para una venganza por razones morales, les preocupa muy poco cómo se consiga esa venganza, el fin justifica los medios. Por ejemplo, cuando la gente cree que un acusado es culpable antes del juicio, consideran que el castigo es obligatorio moralmente y no tienen en cuenta la presunción de inocencia, ni un juicio justo ni la necesidad de condenar en base a unas pruebas más allá de una deuda razonable.
Pablo Malo Ocejo, Los problemas de la moralidad especialmente para la democracia, hyperbole.es , octubre 2020
¿Ves este plátano? ¿Sí? ¿Seguro? No sé vosotros, pero mis ojos no ven “plátanos”. Mi retina es sensible a la luz, no a la fruta.
Eso significa que, cuando hablo de que veo algo, en realidad, lo que estoy haciendo es detectar luz que proviene de aquello que digo ver. Bien porque ese objeto la emita o bien porque la refleje o disperse.
En el caso del plátano, una parte de la luz incidente se absorbe y otra parte se refleja, pero no de forma igual para todos los colores. Las frecuencias próximas al “amarillo” resultan reflejadas en mayor cuantía. De esta forma, la luz reflejada llega a mi retina y así percibo la forma, “su” color, si la piel es suave o rugosa y otras características que son capaces de alterar de alguna manera la radiación incidente, para que la reflejada “transporte” información sobre ellas.
VER es un proceso que quizá comience en el ojo, pero que sin duda termina en el cerebro.
Contestadme a esta pregunta: ¿Qué es esto?
Fuente: Wikimedia CommonsSi habéis dicho “Un cubo”, estáis hablando de algo más allá de lo que ven los ojos. Un cubo es una figura tridimensional, pero esto que ves es un dibujo PLANO. Son unas líneas sobre un plano que te “hacen pensar” en un objeto tridimensional, es lo que llamamos perspectiva. De hecho, si os concentráis podéis conseguir ver el “cubo” de dos formas distintas, según escojáis en vuestra mente si son los vértices inferiores los que están “delante” o son los superiores.
Por lo tanto, el acto de VER se completa cuando la mente modeliza el patrón de puntos e interpreta un modelo de lo que está percibiendo.
A veces “viendo” cosas que no existen, por ejemplo “completando” la imagen percibida, como en este caso, donde el triángulo blanco, que todos “vemos”, no existe.
Fuente: Wikimedia CommonsMirad esta otra.
Fuente: Wikimedia CommonsEn este caso, nuestra mente interpreta que las “vías” son paralelas, y están alejándose, por lo que esa barra amarilla que hay “a lo lejos” debe de ser más grande que la que está “delante”. Pero todo eso son interpretaciones de nuestro cerebro para adecuar la percepción en el modelo del mundo que nos hemos ido construyendo… y esto supera con creces la información que está contenida en la imagen, de hecho, nos puede llevar a conclusiones erróneas sobre ella, como en este caso.
Javier Fernández Panadero, ¿Se pueden ver los átomos?, Cuaderno de Cultura Científica 19/10/2020
El fet de ser especialistes en conrear una determinada capacitat cognitiva, pensar, ens identifica a tots els que ens dediquem a ensenyar filosofia. Però ensenyar a pensar, com? Ensenyar a pensar com una activitat tancada, conceptual, abstracta, autosuficient, separada del cos i de la vida? O ensenyar a pensar com una activitat oberta als sentiments, concreta, integrada a la corporalitat i la vida?
Imaginem-nos el millor entrenador del món. Imaginem-nos el cotxe més potent i sofisticat del mercat. Imaginem-nos que aquest entrenador no disposa de jugadors que entenguin els seus plans. Imaginem-nos que aquest vehicle ha sortit amb un defecte de fàbrica: no disposa del mecanisme adequat per frenar a aquest portent de la tecnologia. Probablement, en tots dos casos el resultat seria desastrós.
La raó sense emocions seria com un entrenador sense jugadors eficients. L’emoció sense raó seria com un automòbil sense frens. La raó i les emocions, per tant, s’han d’entendre, no poden anar cadascuna pel seu costat. Els exemples esmentats il·lustren el que succeeix quan aquests dos components s’ignoren entre si[1].
En el llibre La descoberta d’Aristòtil Mas[2]trobem un exemple il·lustratiu de com raó i emoció han d’anar totes dues plegades.
Sigui l’argument següent:
Tots són alcohòlics els que entren al bar
Tots els dies la senyora Batlle entra al Bar
Si pensem a corre cuita, la conclusió podria ser que la senyora Batlle és una alcohòlica. Ens semblaria en principi la conclusió d’un sil·logisme que satisfà totes les condicions que imposa la lògica. Tanmateix, si tornem a agafar aquest argument, quan els ànims estan refredats, amb serenor i calma, descobrirem que si apliquem el sistema de conjunts per representar els arguments, ens adonarem que aquella conclusió era una fal·làcia, provocada, no perquè no som prou intel·ligents, sinó perquè les emocions, com succeeix la majoria de cops, han passat per sobre de la raó acurada. El Sistema 1 de pensament, tal com l’anomena Daniel Khanemann, s’hauria imposat de nou perquè és molt més ràpid que el Sistema 2[3].
Per poder practicar la dimensió lògica del pensament cal satisfer un seguit de condicions: silenci, atenció i temps. Malauradament, aquesta és una atmosfera que no és la que sovint es respira en una aula amb alumnes de 12 a 14 anys. Tot intent d’imposar-la genera indiferència, en el millor dels casos, quan no la d’un rebuig més visceral (M’avorreixo!).
Els estudis neurològics ens revelen que l’adolescència, des del punt de vista del desenvolupament del cervell, no és l’etapa en què el cervell humà sigui més receptiu a la pràctica del pensament curós i metòdic. Existeix un desfasament entre el grau de desenvolupament de la zona subcortical i la zona cortical del cervell de l’adolescent. La primera és la zona evolutivament més primitiva del cervell, la que assoleix la maduresa justament al final de la infantesa, d’on s’originen les emocions. En canvi, la segona, des del punt de vista evolutiu, és la part més moderna, la responsable del control i la inhibició dels comportaments impulsius i, el que per a nosaltres és més important, no s’acaba de desenvolupar del tot fins als vint-i-cinc anys[4].
Davant la contundència d’aquestes dades tan ben contrastades, alguns de nosaltres, amb raó, podríem optar per la deserció: millor esperem temps millors abans de fer-los pensar. Però hi ha també els que no es resignen a esperar, que insisteixen en què adolescència i reflexió no necessàriament han de ser dos conceptes incompatibles, que opten per buscar maneres d’enfortir aquella part del cervell més feble.
La intel·ligència emocional es defineix com la capacitat de gestionar les emocions utilitzant la raó. Sosté que no és propi de la raó enfrontar-se directament amb les emocions, sinó de forma indirecta, és a dir, suscitant altres emocions. Només unes emocions poden desactivar o apaivagar la força d’altres emocions[5].
Daniel Goleman, el profeta d’aquesta concepció de la intel·ligència, ha reconegut últimament la importància de la concentració. Per al psicòleg i periodista americà el control cognitiu hauria de situar-se en un nivell superior al del coeficient intel·lectual[6].
El filòsof Plató, ja en els seu temps, va posar els fonaments de l’esquema bàsic en que s’estructura la teoria emocional de la intel·ligència. En el capítol IV de La República, Sòcrates es pregunta: Com podem reconèixer una ciutat justa? Ell mateix respon: perquè una ciutat sigui justa cal que sigui temperada, valerosa i prudent alhora. Una de les maneres d’entendre aquestes virtuts col·lectives és oposant-les als que serien els seus vicis respectius: incontinència, temeritat i imprudència. En el fons, les virtuts platòniques són com passions a temperatura ambient.
Us preguntareu, què redimonis fa Plató en un article dedicat a l’educació i les emocions? Recordeu que Plató considera la ciutat com una ànima engrandida, mentre que l’ànima seria com una ciutat a petita escala. Segons Sòcrates, quan la incontinència amenaça l’ordre intern, de la ciutat o de l’ànima, la raó empra el coratge per neutralitzar-la. La prudència, la virtut del filòsof, és el resultat de l’ús intel·ligent de les passions. Plató arriba a la conclusió que només qui sap governar-se a si mateix pot governar la ciutat.
La nostra feina educativa podria estar dirigida per aquesta consigna platònica: “només pot governar una classe qui sap governar-se a ell mateix”. De la mateixa manera que el filòsof fa del coratge la seva eina principal per reconduir la conducta poc reflexiva dels seus conciutadans, l’educador també ha de tenir prou coratge per frenar sàviament la impulsivitat dels seus alumnes de 1r d’ESO.
Podem aprofitar els suggeriments del neuròleg Francisco Mora per visualitzar i concretar de quina manera un educador pot exercitar el seu coratge. Ens recomana no tenir por de fer entrar una zebra en les nostres aules. El que es tracta és d’explotar l’atenció limitada de l’alumne introduint novetats, coses que trenquin la rutina, que contrastin amb l’entorn per tal d’activar la concentració i la curiositat. Aquest és el significat pedagògic del concepte zebra. Amb la curiositat activada, l’ingredient primari de tota emoció, s’engega la maquinària cerebral de l’aprenentatge i la memòria[7].
El cervell adolescent és un cervell hiper-estimulable. Aquest fet pot ser l’origen de molts dels problemes que sofreix el jove, però també, si el tractem com cal, pot esdevenir l’aliat més poderós de l’educador. Per aconseguir-ho hem de segrestar el seu cervell abans que el segresti el nostre principal enemic: el mòbil. Creant zebres, sorprenent-lo de tant en tant, les emocions acabaran a la llarga jugant a favor nostre. L’humor, la personalització de la seva feina, el reconeixement de les seves fortaleses cognitives, la no priorització de cap recurs sobre una altre, introduint jocs cognitius … constitueixen un arsenal prou divers de recursos amb el que encoratjar-nos perquè la pràctica de la filosofia sigui per als nostres alumnes una activitat emocionant.
Manuel Villar Pujol
Departament de Clàssiques i Filosofia
Institut Poeta Maragall de Barcelona
maig 2019
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[1] Morgado, Ignacio:,”¿Pueden separarse emoción y razón?”, El País, 05/04/2017
[2] Lipman, Mathew: La descoberta de l’Aristòtil Mas, Editorial Eumo, Vic 2017, pps. 14-15
[3] Kahneman, Daniel: Pensar rápido, pensar despacio, Círculo de Lectores, Barcelona 2013
[4] Pèrez, José Ignacio: “El desajuste adolescente”, Cuaderno de Cultura Científica 03/02/201
[5] Morgado, Ignacio: “¿Qué es (exactamente) la intel·ligència emocional?”, El País 05/11/2018
[7] Mora, Francisco: “Educando la curiosidad”, El Huffington Post26/04/2013
Las declaraciones de J. K. Rowling me enfadaron. Con sus palabras niega la dignidad de las personas trans. Reniega de la realidad. Y las feministas que sustentan sus declaraciones siguen creyendo que la anatomía y la biología definen el género. Eso significa rechazar a Simone de Beauvoir, rechazar la segunda ola del movimiento feminista. El feminismo es una lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, pero también es una investigación sobre el género en sí mismo, más allá de las categorías de hombre o mujer, y ello no nos viene determinado a partir del sexo asignado cuando naces. Incluso cuando hablamos de sexo biológico, de lo que dictan las instituciones médicas y legales, son muchas las personas que no aceptan esta asignación, porque tratar de vivir dentro de los muros de esa asignación sexual impuesta les supone una fuente de sufrimiento enorme. Esas personas tienen derecho a vivir como ellas consideren, a ser y expresarse como ellas decidan, sea en cuestión de sexo o género. Y nadie, ni siquiera J. K. Rowling, puede arrogarse el derecho a negar esa realidad.
Si no aprendemos que no hay solo dos, sino múltiples realidades, estamos siendo crueles con millones de personas. Si imponemos compartimentos estancos en sus vidas estamos produciendo sufrimiento. Las instituciones deben escuchar lo que dicen las comunidades sobre su propia realidad.
Mar Padilla, entrevista a Judith Butler: "Si Trump gana, destrozará la democracia tal y como la conocemos", El País 17/10/2020
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Los desastres (término que etimológicamente significa “desventura”, estar “bajo un mal signo”) transforman a la vez el mundo y la manera en que lo percibimos. La perspectiva cambia, cambia lo relevante. Lo débil se rompe bajo una presión inédita, lo que era fuerte resiste, lo que estaba escondido se hace visible. El cambio no es solo posible, es inevitable: nos arrolla y arrastra consigo. Cambiamos también nosotros, reordenamos prioridades y una conciencia más acuciante de la propia mortalidad hace que abramos los ojos al preciado valor de la vida. Ni siquiera ese “nosotros” es ya el que era, pues, separados de los compañeros de clase y del trabajo, compartimos la nueva realidad con desconocidos. El ser humano formula su propia identidad a partir del mundo que le rodea. Lo que ahora tenemos entre manos es una nueva versión de nosotros mismos.
Mientras la pandemia ponía la vida patas arriba, escuché a muchos quejarse de su dificultad para concentrarse en algo o para ser productivos. Sospecho que era porque todos estábamos inmersos en otra tarea, más importante. Pasa lo mismo durante un embarazo, o cuando nos recuperamos de una enfermedad, o cuando somos pequeños y damos el estirón: estamos trabajando, no dejamos de trabajar, sobre todo cuando parece que no hacemos nada. Por debajo del nivel de la conciencia, nuestro cuerpo crece, se cura, produce, transforma, alimenta. Mientras nos esforzábamos por entender los datos y los procesos científicos del desastre en curso, nuestra psique hacía algo equivalente. Había que adaptarse a cambios sociales y económicos profundos y estudiar las posibles lecciones del desastre. Había que prepararse para un mundo que no vimos venir.
Cuando el statu quo se tambalea, quienes se benefician de él están más preocupados de mantenerlo o restablecerlo que proteger la vida de nadie. Lo hemos visto en la coral de mandamases empresariales y altos cargos conservadores que afirmaron que todo el mundo debía volver al trabajo para salvaguardar el mercado bursátil y que las muertes resultantes serían un precio aceptable. Es habitual que, en las crisis, los poderosos intenten acumular más poder —ahí está el Departamento de Justicia de la Administración de Trump tratando de suspender los derechos constitucionales— y los ricos acumular más riqueza: dos senadores republicanos son hoy el blanco de las críticas por, presuntamente, utilizar información interna sobre la pandemia para obtener dividendos en bolsa (aunque ambos han negado haber obrado con mala fe).
Los sociólogos del desastre utilizan el término “pánico de las élites” para describir el comportamiento vil de los poderosos a partir de la creencia de que la gente corriente se comportará de manera reprobable. Por lo general, cuando las élites hablan del “pánico” y los “saqueos” en las calles, están dando nombres desacertados a los mecanismos que la población pone en práctica para sobrevivir y cuidar de los demás en situaciones de urgencia. A lo mejor la posibilidad de que lo más sensato era huir del peligro cuanto antes o reunir provisiones para repartirlas entre los necesitados.
Esas mismas élites son las que tienden a anteponer el beneficio y las propiedades a la comunidad y las vidas humanas. En los días que siguieron al terremoto de San Francisco, el 18 de abril de 1906, el ejército estadounidense, convencido de que la población suponía una amenaza y que los disturbios serían un grave problema, se hizo con el control de la ciudad. El alcalde dio permiso para “disparar a matar” contra todas las personas descubiertas en actos de pillaje. Los soldados lo hicieron, seguros de que así restauraban la paz social. En realidad, su única contribución en el desastre fue abrir cortafuegos inútiles que contribuyeron a la propagación de las llamas y disparar o golpear a los ciudadanos que contravenían las órdenes (aunque las órdenes fueran permitir que el fuego acabara con sus hogares y sus barrios). Noventa y nueve años después, tras el huracán Katrina, la policía de Nueva Orleans y las patrullas urbanas de individuos blancos hicieron lo mismo: disparar contra personas negras en nombre de la propiedad y de su propia autoridad. El Gobierno, a nivel local, estatal y federal, aún veía en la población desplazada, mayoritariamente pobre y negra, un peligroso enemigo que había que controlar, y no a víctimas de una catástrofe que requirieran su ayuda.
Tras el huracán, los principales medios de comunicación contribuyeron a extender la obsesión con el saqueo y el pillaje. Se diría que los bienes de consumo producidos en masa y expuestos en los centros comerciales eran más importantes que la gente que no disponía de alimentos ni de agua potable, que las ancianas atrapadas en el tejado de sus casas. Murieron casi mil quinientas personas en un desastre provocado más por el mal gobierno que por el mal tiempo. El Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos no supo dar una respuesta adecuada; la ciudad no disponía de planes de evacuación para los pobres y la Administración del presidente George W. Bush fue incapaz de enviar ayuda eficaz a tiempo. Es la misma situación que vivimos estos días. Un miembro de la oposición brasileña afirma que el presidente derechista Jair Bolsonaro“representa a los intereses económicos más perversos, los que no sienten preocupación alguna por las vidas de la gente. Lo único que les importa es mantener el margen de beneficios” (Bolsonaro asegura, mientras tanto, que está tratando de proteger tanto a los trabajadores como a la economía).
En el mundo desarrollado, los cambios más inmediatos han sido espaciales. Nos hemos quedado en casa, quienes tenemos casa, y hemos evitado el contacto con los demás. Hemos dejado las escuelas, los centros de trabajo, los congresos, las vacaciones, los gimnasios, las tareas y los recados, las fiestas, los bares, las discotecas, las iglesias, las mezquitas, las sinagogas; hemos dejado de lado el bullicio y el ajetreo del día a día. La filósofa y mística Simone Weil le escribió a una amiga que se encontraba lejos: “Amemos esta distancia, toda ella entretejida de amistad, pues quienes no se aman no pueden ser separados”. Nos hemos separado para protegernos. Y a pesar de la necesidad de mantener la distancia física, hemos encontrado formas de ayudar a los más vulnerables.
Hace siete años, Patrisse Cullors escribió una especie de declaración de intenciones para el movimiento Black Lives Matter: “Seremos esperanza e inspiración para la acción colectiva capaz de construir un poder colectivo dirigido a la transformación social. Nacemos del dolor y de la rabia, pero nos dirigimos a la consecución de las visiones y los sueños”. No resulta hermoso solo por esperanzador, porque Black Lives Matter llevara a cabo una labor transformadora, sino también porque reconoce que la esperanza puede cohabitar con el dolor y las dificultades. Que no es incompatible con la tristeza de las profundidades y la furia que arde en la superficie. Somos, al fin y al cabo, criaturas complejas, capaces de diferenciar la esperanza de ese optimismo que afirma que todo irá bien, siempre, pase lo que pase.
Gracias a la esperanza sabemos que, entre todas las incertidumbres que nos depara el futuro, habrá batallas que merezca la pena luchar, que incluso podemos ganar algunas de ellas. Sin embargo, esa esperanza se enfrenta al peligro de creer que todo iba bien antes del desastre y que debemos regresar a ese estado. Antes de la pandemia, la vida de muchos seres humanos era ya un desastre de desesperación y marginalidad, una catástrofe ambiental y climática, una obscenidad de desigualdades. Aún es pronto para saber qué emergerá de esta emergencia, pero no para buscar oportunidades de contribuir a lo que sea que nos depare. Creo que ese es el desafío para el que muchos nos estamos preparando.
[https:]]El sorteo cívico permite reunir a un grupo de ciudadanos elegidos al azar, que conformen una muestra representativa de la población, para que mediante la deliberación tomen decisiones de políticas públicas. Todas las personas somos capaces de tomar decisiones de políticas públicas mientras estemos informadas y tengamos tiempo y recursos para deliberar.
Los expertos son fundamentales, la cuestión es quién tiene acceso a los expertos. En un sorteo puede ser elegida cualquier persona, pero la idea es que tenga luego acceso directo a esos expertos. Y cuando hablamos de expertos no nos referimos solo a los académicos, como se entiende desde las élites, sino también a expertos de la sociedad civil, pues hay mucho conocimiento en la calle (sociedades de vecinos, ONG...). En la Convención Ciudadana por el Clima de Francia, los elegidos por sorteo estuvieron trabajando durante siete fines de semana con expertos para poder tomar decisiones.
Grupos de personas diversas en su manera de ver el mundo toman mejores decisiones que grupos homogéneos de expertos y expertas. Personas elegidas por sorteo que tienen acceso a conocimiento durante un tiempo determinado y que tienen acceso a técnicas de deliberación.
El sorteo es un buen sistema para afrontar tres tipos de cuestiones: las relacionadas con las propias reglas del sistema democrático, que no tienen que ver con el cambio climático, y luego las complejas donde hay controversia en la sociedad y las que son de largo plazo, donde entra de lleno el cambio climático. El sistema de partidos tiene sus periodos electorales que hacen muy difícil afrontar decisiones de muy largo plazo o cuestiones que supongan replantear de manera tan radical nuestra manera de vivir, de producir, de consumir… A menudo estas decisiones radicales son difíciles de tomar desde los partidos porque necesitan ser reelegidos. El sorteo sirve para resolver marrones de los Gobiernos para los que es difícil tomar decisiones.
El problema del cambio climático, por ejemplo, es tan grave que necesitamos añadir capas y esta capa de la ciudadanía es fundamental, porque ahora hay una separación entre todo lo que se ha producido de forma científica, la forma en la que se está gestionando desde la política y la ciudadanía. La asamblea ciudadana es un mecanismo esencial para abordar la crisis climática. Se ha visto muy bien en Francia, donde la Convención Ciudadana por el Clima ha generado un gran debate en la sociedad. Necesitamos estar todos en este barco y pensar colectivamente cómo afrontar este desafío.
El problema no son los políticos, las personas, sino el sistema de partidos, que fomenta esto. Primero porque el pensamiento político se crea dentro del partido, dentro de un grupo de personas que ya piensa como tú, con acceso a expertos que también piensan como tú. Y luego porque en el Parlamento la lógica de partidos hace que los debates estén hechos de antemano. Ahí no pasa nada, muchos políticos te lo dicen en privado. Es un desastre, no existe una deliberación, ni un debate de verdad.
Debatir es: yo te cuento algo y trato de convencerte, mientras la otra persona dice algo e intenta convencerme. Deliberar es que tenemos que dialogar para llegar a un acuerdo común.
Cuanto más se junta la gente con otros que piensan igual, más se polariza todo. El sorteo permite romper esto. Vivimos en silos, muy conectados con gente que piensa como nosotros: nuestros amigos, nuestra familia, nuestro entorno laboral, las redes sociales… y tenemos muy pocas oportunidades de hablar con personas que piensan diferente. Estas asambleas ciudadanas permiten llegar a posiciones mucho menos polarizadas. Hay dos grandes problemas ahora mismo en la política: la polarización y las fake news. El sorteo lucha contra la polarización por lo que acabo de decir y contra las fake news porque tienen un acceso directo al conocimiento, conocimiento científico y de la sociedad civil. Cuando decimos sorteo, esta es solo una parte de todo un mecanismo que tiene muchas piezas. Después del sorteo está la deliberación y luego está la rotación. Esto es muy importante porque con el sorteo siempre so mandatos cortos. En general son mandatos entre tres meses, un año, dos años como mucho. Y como son personas elegidas por sorteo, en principio no suelen tener vínculos con grupos de intereses, aunque también puede pasar. Pero es mucho más difícil que la corrupción pueda llegar a esas personas o que esas personas puedan tener la tentación de la corrupción.
Hay una crisis de confianza brutal en las instituciones y en la política, y esto lleva a pensar que lo que necesitamos son Gobiernos de expertos o líderes populistas. Nosotros pensamos que esa no es la vía. Hay que permitir que la ciudadanía participe en las grandes decisiones que tienen que ver con el futuro de la humanidad.
En la Atenas clásica el idiota era el que no se interesaba por la cosa pública y solo se interesaba por los intereses privados. Además, luego se ha producido una división en las tareas: unas personas se encargan de la acción política y los demás de otras cosas. Pero cada vez hay más gente que pone en cuestión esta división de tareas. Pensar en el mundo debería ser una tarea común.
Clemente Álvarez, entrevista a Arantxa Mendiharat: "La asamblea ciudadana es un mecanismo esencial para abordar la crisis climática", El País 12/10/2020
Uno de los descubrimientos más decisivos de Whitehead fue constatar que la vida no es matemática. La vida puede ser burla sangrienta o ironía mordaz, teatro, contradicción y caos, todos ellos elementos que no encajan en un mundo ideal y perfecto de las matemáticas. La vida puede ser chapucera y deforme y seguir siendo vida. La espontaneidad, la sorpresa y el asombro del vivir se encuentran muy lejos de la armonía y perfección matemática. Las matemáticas son maravillosas (cualquiera que las haya estudiado lo sabe), pero son una ciencia abstracta, cuantitativa y, sobre todo, incolora. Mientras que la vida es color, mezcla de luz y oscuridad. Newton fue capaz de reducir el color a un número (el ángulo de refracción) y, al hacerlo, trasmutó, como el alquimista que siempre quiso ser, lo cualitativo por lo cuantitativo. En esa operación está la clave del mundo moderno, la piedra filosofal que nos ha dado riqueza y prosperidad, al precio inevitable de una creciente crisis climática y ecológica.
Otras de las grandes genealogías de Whitehead fue mostrar que, desde Newton, las ciencias se han ocupado de reducir lo cualitativo a lo cuantitativo. Y ha otorgado “realidad” a lo segundo, rebajando lo primero a la categoría de la ilusión. Los colores y los sonidos son una ilusión creada por partículas diminutas que no vemos a simple vista, pero que podemos ver con los instrumentos adecuados. Lo que ve el instrumento prima sobre lo que se ven nuestros propios ojos, tiene “más realidad”, como si el detalle fuera ontológicamente superior a la impresión, como si la pintura de Courbet estuviera por encima de la de Monet.
El imperio de la cantidad puede satisfacer a ciertos temperamentos, mientras que para otros consagrar la atención a una ciencia incolora y abstracta resulta deprimente. Sea como fuere, la ciencia de lo cuantitativo goza hoy día de la aprobación general. De hecho, es la única ciencia admisible. En esa cultura llevamos ejercitándonos más de trescientos años. Pero más que afirmar que el universo habla el lenguaje de las matemáticas, sería más adecuado decir que el universo es “matematizable”, que se presta a la “matematización”. Es importante entender la matemática no como una verdad que se oculta tras las apariencias fenoménicas, sino como un modo particular de leerlas, una lectura complementaria de otras.
Esa cultura científica hace creer que la ciencia “descubre” una realidad subyacente, que existe como “objeto” o “relación” antes de que se inicie la investigación. Pero lo que ocurre simplemente es que la naturaleza es capaz de responder la inquisición analítica y cuantitativa. Eso no quiere decir que la naturaleza sea matemática, sino que las matemáticas son un modo eficaz (en algunos casos y para algunos fines) de leerla. De hecho, la “verdad” de la física matemática es algo que puede ser realizado en la historia (la conquista del espacio o la energía nuclear lo prueban), pero no es algo que está detrás, como esencia verdadera, de los fenómenos. Eso sería hacer metafísica. El éxito de estas empresas no significa que comprendamos el fenómeno, significa únicamente que somos capaces de controlarlo y manipularlo según nuestros propósitos y, como diría Wittgenstein, la exactitud depende de nuestros intereses.
La naturaleza viva no puede desligarse de los valores, de las emociones estéticas, del asombro mismo de la existencia. La vida, cada vida en particular, es un huerto de valores, un pequeño cultivo donde crece la generosidad o la nobleza, la ira o el resentimiento. Whitehead, el matemático convertido a filósofo, recogió así dos herencias olvidadas: el elogio de la atención (del asombro, que dirían los antiguos) y la idea romántica de la naturaleza como experiencia.
Juan Arnau Navarro, Whitehead: el hombre que escapó de la prisión matemática, El País 02/10/2020
Uno de los descubrimientos más decisivos de Whitehead fue constatar que la vida no es matemática. La vida puede ser burla sangrienta o ironía mordaz, teatro, contradicción y caos, todos ellos elementos que no encajan en un mundo ideal y perfecto de las matemáticas. La vida puede ser chapucera y deforme y seguir siendo vida. La espontaneidad, la sorpresa y el asombro del vivir se encuentran muy lejos de la armonía y perfección matemática. Las matemáticas son maravillosas (cualquiera que las haya estudiado lo sabe), pero son una ciencia abstracta, cuantitativa y, sobre todo, incolora. Mientras que la vida es color, mezcla de luz y oscuridad. Newton fue capaz de reducir el color a un número (el ángulo de refracción) y, al hacerlo, trasmutó, como el alquimista que siempre quiso ser, lo cualitativo por lo cuantitativo. En esa operación está la clave del mundo moderno, la piedra filosofal que nos ha dado riqueza y prosperidad, al precio inevitable de una creciente crisis climática y ecológica.
Otras de las grandes genealogías de Whitehead fue mostrar que, desde Newton, las ciencias se han ocupado de reducir lo cualitativo a lo cuantitativo. Y ha otorgado “realidad” a lo segundo, rebajando lo primero a la categoría de la ilusión. Los colores y los sonidos son una ilusión creada por partículas diminutas que no vemos a simple vista, pero que podemos ver con los instrumentos adecuados. Lo que ve el instrumento prima sobre lo que se ven nuestros propios ojos, tiene “más realidad”, como si el detalle fuera ontológicamente superior a la impresión, como si la pintura de Courbet estuviera por encima de la de Monet.
El imperio de la cantidad puede satisfacer a ciertos temperamentos, mientras que para otros consagrar la atención a una ciencia incolora y abstracta resulta deprimente. Sea como fuere, la ciencia de lo cuantitativo goza hoy día de la aprobación general. De hecho, es la única ciencia admisible. En esa cultura llevamos ejercitándonos más de trescientos años. Pero más que afirmar que el universo habla el lenguaje de las matemáticas, sería más adecuado decir que el universo es “matematizable”, que se presta a la “matematización”. Es importante entender la matemática no como una verdad que se oculta tras las apariencias fenoménicas, sino como un modo particular de leerlas, una lectura complementaria de otras.
Esa cultura científica hace creer que la ciencia “descubre” una realidad subyacente, que existe como “objeto” o “relación” antes de que se inicie la investigación. Pero lo que ocurre simplemente es que la naturaleza es capaz de responder la inquisición analítica y cuantitativa. Eso no quiere decir que la naturaleza sea matemática, sino que las matemáticas son un modo eficaz (en algunos casos y para algunos fines) de leerla. De hecho, la “verdad” de la física matemática es algo que puede ser realizado en la historia (la conquista del espacio o la energía nuclear lo prueban), pero no es algo que está detrás, como esencia verdadera, de los fenómenos. Eso sería hacer metafísica. El éxito de estas empresas no significa que comprendamos el fenómeno, significa únicamente que somos capaces de controlarlo y manipularlo según nuestros propósitos y, como diría Wittgenstein, la exactitud depende de nuestros intereses.
La naturaleza viva no puede desligarse de los valores, de las emociones estéticas, del asombro mismo de la existencia. La vida, cada vida en particular, es un huerto de valores, un pequeño cultivo donde crece la generosidad o la nobleza, la ira o el resentimiento. Whitehead, el matemático convertido a filósofo, recogió así dos herencias olvidadas: el elogio de la atención (del asombro, que dirían los antiguos) y la idea romántica de la naturaleza como experiencia.
Juan Arnau Navarro, Whitehead: el hombre que escapó de la prisión matemática, El País 02/10/2020
La filosofia és una disposició vital, un deixar-se tocar per la paraula conceptual, un disposar-se a ser transformat en el més íntim de l’ésser, una pràctica de vida sense garanties. Qualsevol problema que abordem des d’una mirada filosòfica, és un problema que està inscrit sempre en els cossos dels qui els donen vida i ho suporten. Si partim d’una concepció de la filosofia com a praxi conceptual, és a dir, la filosofia com un tipus de racionalitat que opera construint realitats, inventat, desestabilitzant i movent conceptes, llavors la pràctica de la filosofia no tracta de paraules teòriques buides, mer joc de paraules, sinó de paraules inscrites en el món i en el cos de qui les enuncia, des de les preguntes que ens posen les situacions de vida que travessem. Així, la història de la filosofia no és la història de les discussions i batalles de corrents de pensament i tradicions a què apropar-se i conèixer a través de les seves teories, torsions, talls interns i projeccions hermenèutiques amb voluntat enciclopèdica; la història de la filosofia és la història de la batalla de cossos contra cossos.
La filosofia no és una teoria que té un objecte. Més aviat, és un acte d’indisciplina radical, com a procediment sense garanties, “sense baranes”, segons el dir d’Hannah Arendt. Filosofar no garanteix res, però “la filosofia és un bell risc que cal córrer”, diu Sòcrates en les últimes pàgines de Fedó. És un punt de foc, però no un lloc de refugi. És un principi de pànic. No tracta de construir falses i petrificades veritats eternes, sinó viure el nostre propi temps incorporant tot l’ordre i el desordre del món. No és un saber acabat, és un ethos, un hàbit, una tasca d’elucidació filosòfica de l’experiència. Cal sempre algun trencament, alguna fissura que iniciï la pregunta filosòfica. Aquesta no pot ser mai reduïda a una unitat, només podem penetrar-hi des de les esquerdes de les seves formes desbordants, disruptives, proliferants i rizomàtiques.
G. Deleuze deia que el pensament ens impedeix ser immanents a l’estupidesa. I és que un món sense pensament seria un horror, perquè el pensament és sempre performatiu, el fet de pensar és acció tant com l’acció és pensar. No hi ha accions que responguin, de manera automàtica, a l’efectuació d’un receptari previ i normat. No hi ha identitats preestablertes ni agendes tancades. La idea filosòfica més pertinent no és aquella que millor es vincula, i es correspon, a alguna idea de veritat, sinó aquella capaç de crear mons habitables. Però un món habitable no és només un lloc d’aixopluc, és també un espai en què ser danyat, un lloc que sembra el terror sobre això que anomenem “sentit comú”. Trencar codis és sempre un acte violent. Pensar és obrir un camp de batalla que no està donat.
La filosofia és, doncs, una potència que elabora preguntes, llenguatges, sabers sobre l’existència col·lectiva. El pensament és essencialment públic. Però el filòsof no emprèn aquesta tasca de manera solipsista, aïllat del món i dels altres. Contrari al que podria pensar-se, per la complexitat que comporta alguns textos que la tradició ha nomenat com “filosòfics”, el fer de la filosofia s’inscriu en una falta de codificació, en una absència d’un vocabulari conceptual apropiat. Potser per això diu J. Rancière a l’Inconscient estètic que “el filòsof no surt per anar de visita a casa dels altres, del terreny que li pertanyeria. La casa del filòsof sempre està en algun lloc a la cruïlla de les cases dels altres”. El mètode que posa en pràctica la filosofia és el d’un coneixement situat, “començar en si per no quedar en si”, resava la consigna del col·lectiu Precarias a la Deriva, fent de la subjectivitat un procés de subjectivació desterritorialitzant, performatiu. El monopoli de la pràctica filosòfica no pertany al filòsof-geni, aquell que posseeix grans dots inventius; hi ha sempre un -se impersonal, convergències de processos dissímils traçats per molts éssers anònims. Cossos anònims que pensen.
Antonio Gómez Villar, Què és filosofia?, catalunyaplural.cat 11/10/2020
La filosofia és una disposició vital, un deixar-se tocar per la paraula conceptual, un disposar-se a ser transformat en el més íntim de l’ésser, una pràctica de vida sense garanties. Qualsevol problema que abordem des d’una mirada filosòfica, és un problema que està inscrit sempre en els cossos dels qui els donen vida i ho suporten. Si partim d’una concepció de la filosofia com a praxi conceptual, és a dir, la filosofia com un tipus de racionalitat que opera construint realitats, inventat, desestabilitzant i movent conceptes, llavors la pràctica de la filosofia no tracta de paraules teòriques buides, mer joc de paraules, sinó de paraules inscrites en el món i en el cos de qui les enuncia, des de les preguntes que ens posen les situacions de vida que travessem. Així, la història de la filosofia no és la història de les discussions i batalles de corrents de pensament i tradicions a què apropar-se i conèixer a través de les seves teories, torsions, talls interns i projeccions hermenèutiques amb voluntat enciclopèdica; la història de la filosofia és la història de la batalla de cossos contra cossos.
La filosofia no és una teoria que té un objecte. Més aviat, és un acte d’indisciplina radical, com a procediment sense garanties, “sense baranes”, segons el dir d’Hannah Arendt. Filosofar no garanteix res, però “la filosofia és un bell risc que cal córrer”, diu Sòcrates en les últimes pàgines de Fedó. És un punt de foc, però no un lloc de refugi. És un principi de pànic. No tracta de construir falses i petrificades veritats eternes, sinó viure el nostre propi temps incorporant tot l’ordre i el desordre del món. No és un saber acabat, és un ethos, un hàbit, una tasca d’elucidació filosòfica de l’experiència. Cal sempre algun trencament, alguna fissura que iniciï la pregunta filosòfica. Aquesta no pot ser mai reduïda a una unitat, només podem penetrar-hi des de les esquerdes de les seves formes desbordants, disruptives, proliferants i rizomàtiques.
G. Deleuze deia que el pensament ens impedeix ser immanents a l’estupidesa. I és que un món sense pensament seria un horror, perquè el pensament és sempre performatiu, el fet de pensar és acció tant com l’acció és pensar. No hi ha accions que responguin, de manera automàtica, a l’efectuació d’un receptari previ i normat. No hi ha identitats preestablertes ni agendes tancades. La idea filosòfica més pertinent no és aquella que millor es vincula, i es correspon, a alguna idea de veritat, sinó aquella capaç de crear mons habitables. Però un món habitable no és només un lloc d’aixopluc, és també un espai en què ser danyat, un lloc que sembra el terror sobre això que anomenem “sentit comú”. Trencar codis és sempre un acte violent. Pensar és obrir un camp de batalla que no està donat.
La filosofia és, doncs, una potència que elabora preguntes, llenguatges, sabers sobre l’existència col·lectiva. El pensament és essencialment públic. Però el filòsof no emprèn aquesta tasca de manera solipsista, aïllat del món i dels altres. Contrari al que podria pensar-se, per la complexitat que comporta alguns textos que la tradició ha nomenat com “filosòfics”, el fer de la filosofia s’inscriu en una falta de codificació, en una absència d’un vocabulari conceptual apropiat. Potser per això diu J. Rancière a l’Inconscient estètic que “el filòsof no surt per anar de visita a casa dels altres, del terreny que li pertanyeria. La casa del filòsof sempre està en algun lloc a la cruïlla de les cases dels altres”. El mètode que posa en pràctica la filosofia és el d’un coneixement situat, “començar en si per no quedar en si”, resava la consigna del col·lectiu Precarias a la Deriva, fent de la subjectivitat un procés de subjectivació desterritorialitzant, performatiu. El monopoli de la pràctica filosòfica no pertany al filòsof-geni, aquell que posseeix grans dots inventius; hi ha sempre un -se impersonal, convergències de processos dissímils traçats per molts éssers anònims. Cossos anònims que pensen.
Antonio Gómez Villar, Què és filosofia?, catalunyaplural.cat 11/10/2020
Nos han educado para creer que somos la cumbre de la creación, que estamos enfrentados a la naturaleza, que la hemos trascendido gracias a la razón, que debemos enseñorearnos de ella. Así hemos dado rienda suelta a la codicia corporativa, que presenta la mera acumulación monetaria como crecimiento. Así hemos confundido los caprichos de las élites dominantes con necesidades universales humanas, el éxito con la felicidad y el buen vivir con el mucho poseer.
Un diminuto virus vino a recordarnos que nuestra independencia es una vana y peligrosa ilusión, que somos una criatura entre otras y que no hay dueños de la vida. Tal vez el desafío más importante que tengamos sea el de aprender a pensar y a vivir de un modo no predatorio, entendiendo que somos parte y no amos de la tierra, y que nuestro destino está enlazado al de lo demás.
Nos han educado para creer que somos la cumbre de la creación, que estamos enfrentados a la naturaleza, que la hemos trascendido gracias a la razón, que debemos enseñorearnos de ella. Así hemos dado rienda suelta a la codicia corporativa, que presenta la mera acumulación monetaria como crecimiento. Así hemos confundido los caprichos de las élites dominantes con necesidades universales humanas, el éxito con la felicidad y el buen vivir con el mucho poseer.
Un diminuto virus vino a recordarnos que nuestra independencia es una vana y peligrosa ilusión, que somos una criatura entre otras y que no hay dueños de la vida. Tal vez el desafío más importante que tengamos sea el de aprender a pensar y a vivir de un modo no predatorio, entendiendo que somos parte y no amos de la tierra, y que nuestro destino está enlazado al de lo demás.
The Age of Surveillance Capitalism de Shoshana Zuboff es actualmente la obra de referencia cuando se habla de la gran máquina de explotar datos creada alrededor de Google y Facebook. Publicado en 2019, el libro ha sido ampliamente citado en las conversaciones sobre la forma que está adoptando la sociedad digital(izada) del siglo XXI.
The Age of Surveillance Capitalism de Shoshana Zuboff es actualmente la obra de referencia cuando se habla de la gran máquina de explotar datos creada alrededor de Google y Facebook. Publicado en 2019, el libro ha sido ampliamente citado en las conversaciones sobre la forma que está adoptando la sociedad digital(izada) del siglo XXI.