Desde que tengo uso de razón he sentido una profunda curiosidad por el comportamiento de los seres humanos, podría decir que incluso admiración aunque no precisamente en la mejor acepción de esta palabra.
Cuando digo curiosidad no me refiero a tener deseos de conocer sus misterios, sino a lo complicado que me resulta comprender como unas criaturas que viven a merced de fuerzas que no pueden controlar, ya sean fenómenos naturales, sentimientos o simplemente situaciones que escapan al entendimiento, se creen los dueños del mundo y actúan como si fuesen a permanecer aquí eternamente ignorando por completo la fragilidad de su existencia. ¿Por qué el pérfido afán de las personas por conseguir poder económico?… sin importar qué o quién reciba los embates que se descargan mientras se procura dicho propósito. En mi opinión, todos esos esfuerzos son en vano pues si las personas fuéramos entidades capaces de vivir perennemente sería algo comprensible, es decir, es lógico querer garantizar nuestra subsistencia y si además ésta puede ser cómoda, mucho mejor pero no es el caso, lo que nos hace además de mezquinos, idiotas. Por otra parte la admiración de la que hablo no es sino un enorme asombro por la falta de hospitalidad y la crueldad que mostramos para con nosotros mismos, pues el hombre es el único individuo que inflige dolor y siente placer con ello. Y lo peor de todo es que esta estupidez y esta insensibilidad no tienen un límite, como he podido comprobar a lo largo de los años, sino que por el contrario parece ir en aumento. Reflexionando sobre estos hechos, llego a la conclusión de que si bien ya no me extrañan tales acciones el ser humano nunca dejará de sorprenderme.