Hace un par de semanas un trágico suceso conmocionó a medio mundo; durante el trayecto en avión de Brasil a Colombia por motivo de una final de fútbol que parte de los tripulantes iba a disputar en el país, el vehículo sufre un grave accidente en el que fallecen decenas de personas. Esto fue transmitido por los medios -sobretodo deportivos- durante dos semanas.
Paralelamente a esto, otro incidente muy similar ocurrió en Afganistán, donde un avión, en circunstancias muy parecidas se estrelló provocando, al igual que la anterior, una cantidad de muertes muy considerable. Muy seguramente esta noticia es conocida por unos pocos.
Tras esta introducción, primeramente me gustaría apuntar la función social del periodismo, la cual es muy evidente; consiste en informar a la ciudadanía de aquello que pasa en el mundo, centrándose sobretodo en lo más próximo e interesante para el informado.
Informar es un acto que debería realizarse muy objetivamente, pues cualquier matiz puede afectar en la opinión o reacción que cause en el remitente. Aunque muchos medios presumen de tener la virtud de la imparcialidad, eso no es así, un claro ejemplo es el presentado al inicio de este texto.
Se acentúa la importancia de algunos hechos que, a mi parecer, son tan -o, en algunos casos me atrevería a decir menos importantes- que otros a los cuales se les dedica a lo mejor un par de segundos de transmisión o un segundo plano en las páginas interiores del periódico.
Retomando de vuelta el primer -y único- ejemplo, ¿acaso tenía más importancia la vida de los jugadores por el simple hecho de ser deportistas que la vida de los del segundo suceso? El valor de ambas vidas es la misma, la cuestión es el dinero que mueve una y la carencia de esta acción de la otra.
Vivimos en una sociedad en la que el dinero es sinónimo de poder. Siendo el mayor poseedor de bienes materiales, uno puede considerarse el mayor controlador de la sociedad. Parte de este poder es el de la información, pues un buen anuncio aumenta los beneficios, por lo tanto, el poder. Este se vuelve un círculo vicioso del que se alimentan los magnates y del que se aprovechan los medios. El fútbol es un gran negocio promovido por los medios deportivos.
Así pues, considero que, aunque la objetividad absoluta es prácticamente imposible de conseguir, es mucho más seductor para el periodista ser algo más parcial por conseguir algo del poder que aporta el dinero.