Qué curiosa lección le damos a los niños con las navidades, quizás las primeras mentiras de su vida, desde Papá Noel, a los Reyes Magos pasando por “el niño” Jesús.
Todo ello para dar una importante lección de vida, dar la lata durante meses para que te traigan los tan ansiados regalos, que en algún momento alguien o algo te hizo desear.
Navidades, cuando se celebra popularmente el nacimiento de un niño que desde la mayor pobreza y humildad creció dando lecciones de sacrificio y entrega, o eso nos cuentan, y por ello lo celebramos justo al revés, con centros comerciales abarrotados, despilfarro de comida y obligadísima conciliación familiar.
Amigos, no tengo por donde sostener este tema, una fiesta que al igual que la mayoría de las fiestas católicas fue impuesta para chafar la celebración pagana de la noche más larga del año a partir de la cual los días se han más largos, señal de prosperidad, y esto sucede exactamente a mediados del siglo IV cuando el Papa Julio I establece la fecha del 25 de diciembre para celebrar el nacimiento de Jesús, supuesto hecho con fecha totalmente desconocida.
La tradición germana de vestir los árboles de hoja caduca con adornos para que los espíritus que los habitan regresen tras el invierno la hemos adoptado como “el árbol de navidad”, Coca-cola populariza y viste a Papá Noel, o el obispo de Turquía conocido como San Nicolás, de rojo para su propia promoción, sorteos millonarios en los que hay que derrochar dinero por compromiso para intentar cambiar tu vida, las 3 estrellas del cinturón de orión que señalan el punto más lejano donde sale el sol para renacer y volver a subir alargando los días y la vida justo en frente de la constelación del cisne que tiene forma de cruz en la que se basa el mito de Jesús que es similar al de docenas de civilizaciones…
No hace falta trabajar mucho para desmontar el compendio de mentiras, leyendas e incongruencias que varios interesados nos han vendido como un pack que llamamos navidad.
Cuando un adulto espeta todo esto con otro adulto pronavideño siempre sale una excusa que lo soporta todas estas mentiras y muchas más: Los niños.
pero ya hemos visto lo que aprenden los niños.
Cierto es que los niños necesitan de fantasía, cualquier cuento tiene historias extraordinarias que hacen trabajar su imaginación, pero en este caso estamos mezclando de forma peligrosa la fantasía con la realidad.
Precisamente es fantasía crear una época del año en la que todo es bonito, todo el mundo se lleva bien, y todo parece perfecto, tal como las ideas importadas del american way of life de la postguerra, en la que bonitas ilustraciones importadas nos enseñaban lo que se debe entender por una vida perfecta.
Aquí llega uno de mis puntos, ¿Qué pasa cuando ya no hay niños sentados en la mesa? ¿A quién hay que venderle la navidad? Pasan los años y seguimos actuando igual, miradas de complicidad que saben que todo es una gran mentira y se esfuerzan en pasar de puntillas y respetar lo que todos respetan.
Para concluir tengo que admitir que es muy fácil arremeter contra una locura tal como es la navidad, pero ¿Quién se atreve a no disfrutarla?
Está ahí la mirada filosófica en la que cada uno debe debatir consigo mismo el nivel de autenticidad con el que quiere enfrentarse a la vida, llevando su opinión y sus ideales por encima de la mentira y la costumbre.
Es difícil no dejarse llevar por las compras, es difícil decir que no a una reunión familiar, es difícil no comer carne, es muy difícil no hacer algo cuando lo hace todo el mundo, pero por lo menos hay que tener la perspectiva de saber en qué nos estamos dejando llevar, en qué estamos colaborando, y hay que ver objetivamente como podemos transformar un puñado de historias en una costumbre que se arraiga tanto en nuestro carácter.
Hay mil cuentos, mil maneras de hacer a los niños felices, pero hay que tener claro que los que sustentan la navidad somos los adultos, los que nos sentamos a celebrar sin más, los que la transmitimos, los que la mantenemos viva, y los que de alguna manera, al igual que con las vacaciones, queremos contrastar de forma radical nuestra forma de vida durante el resto del año, y qué menor manera que redimirse y sentirse bueno y familiar antes de pasar al año siguiente.
¡Dichosa manía de intentar aparentar una vida perfecta, al menos para otros!
No quiero chafar las navidades de nadie, todo el mundo tiene el derecho de celebrar, pero todos tenemos la obligación, la obligación de pensar, y en este caso tenemos la obligación de pensar si celebramos porque nos sentimos dichosos o nos sentimos dichosos cuando celebramos suponga lo que suponga la celebración, y de reflexionar cual de las os opciones es la más auténtica, y cual nos gustaría que nuestros hijos aprendieran.
Adultos, piensen, argumenten y elijan bien.