Fue este verano paseando los perros junto a un río cuando me abordó un pensamiento que había tenido anteriormente, y es que en uno de mis acercamientos al budismo pude comprobar la importancia de esta religión/filosofía le daba a la quietud y control emocional, a presentar el interior como un estanque en calma, una ataraxia que se extendía a todos los ámbitos de la vida, y no es un pensamiento nuevo, es algo que se presenta en muchas corrientes filosóficas, el control de las emociones y de los pensamientos.
Controlando conscientemente pensamientos cotidianos y acciones puntuales llegamos a una costumbre, y extendiendo esta costumbre en el tiempo podemos llegar a crear un impacto interior que moldee nuestra percepción del mundo y nuestra manera de vivir, en vez de dejar esto en manos de la suerte de de las influencias externas.
Pero ¿Qué pasa cuando no dejan de lanzar piedras a nuestra balsa?
Muchas veces encontramos acusaciones, insultos, detalles desagradables o simplemente problemas que llegan a nosotros de forma intencional, o no intencional, lo cierto es que el origen muchas veces ya no importa, la piedra ya está lanzada y viene a por nosotros.
Técnica de la balsa de mielAquel día en el río mucho estuve pensando en este tema ¿De qué manera puede el agua defenderse de un impacto? ¿Se supone que la balsa puede hacer malabares para hacer que la piedra no lo altere todo?
Este tema no es poca cosa, pues cuando la vida nos lanza un problema o una preocupación va a venir a nuestra balsa sin que nadie se interponga, va a agitarla por completo y el problema va a llegar hasta lo más profundo, para quedarse ahí, aunque sea en el fondo, y lo cierto es que nadie nos prepara para afrontar determinadas piedras, tendremos otros conocimientos más o menos útiles, pero hoy en día nadie ofrece de forma genérica y popular una preparación para algo que no tenga que ver con el mundo laboral.
Lo cierto es que desde que empecé a preocuparme ya hace unos años en desarrollar un pensamiento filosófico útil para la vida consigo una gestión mucho más eficaz de las piedras que me vienen lanzadas, empezando porque muchas de ellas ya no son consideradas ni un problema.
Igualmente he encontrado gente a la que realmente muchas de las críticas, problemas y palabras desagradables que le llegan parece que en nada les afecta, ya saben bien que hacer con ellas.
Lo más parecido a llegar a esta gestión avanzada es hablar de que esa balsa de agua se ha convertido en una balsa de miel, ya no hay un agua ligera, transparente y maleable a todo lo que llega, sino que ese agua se ha convertido en miel, densa, colorida, lenta y compleja, donde las piedras ya no impactan agitándolo todo, sino que llegan, son atrapadas y digeridas.
¿Como llegamos a ello?
Quien me conoce sabe que no soy de dar recetas, consejos y trucos fáciles, porque no los hay, y no creo que haya algo que sirva igual para todo el mundo, pero mi experiencia me dice que uno debe transformar ese agua, esa consciencia, ese pensamiento que filtra lo que nos llega del mundo y es llevamos a nuestras emociones, en algo más denso, frío y selectivo.
Uno tiene que elegir uno de sus problemas y reflexionar sobre la forma tan rápida y profunda ha llegado hasta él, y visualizar como tendría que haber sido pasarlo por esa balsa de miel, y quedarse con esa reflexión, que bien le puede solucionar para llegar a una quietud con problemas que ya hayan llegado hace tiempo. El camino en filosofía siempre es querer conocerse a uno mismo.
¿Por qué todo esto?
En la vida hay problemas importantes, y problemillas, y muchas veces confundimos la importancia que hay que darle a cada cosa, es muy fácil dar importancia de más a cosas que no lo tienen tanto, y es muy fácil que una mente normal se quede afectada por ello. Hay muchas técnicas para gestionar estos problemas, pero frenar su impacto en nosotros desde un primer momento, simplemente siendo conscientes y dedicando un poco de atención creo que es la forma más sencilla, y la que más me ha servido tanto a mí como a otras personas.
Y es que hay problemas que no son para tanto, muchas veces cuando alguien me comenta su preocupación por lo que han dicho de él, por un mal detalle, por alguien que ha actuado de forma ridícula con intención de herirles digo… “me encantan los problemas del primer mundo”, frase a la que es imposible no contestar con una sonrisa, y es que muchas veces los problemas que tenemos y que ocupan nuestra atención no son para tanto.