El filósofo español Julián Marías escribe el curioso dato al cerciorarse de que «La palabra “autenticidad” es una palabra evidentemente de origen helénico – y en griego, otra palabra es estlom. Estlom es una palabra que ha quedado confinada a la lengua: es interesante porque actualmente la palabra está ocupada, diríamos, por la idea de etimología. La etimología es el origen verdadero de las palabras; es naturalmente lo que muestra de dónde proceden las palabras que se usan en una lengua determinada, en el presente. Pero originariamente no es solamente esto: hay textos remotísimos, incluso homéricos, en que aparece la palabra estlom como “lo verdadero”.»[1]
Sin embargo, como en el ámbito de la falsedad, lo auténtico también tiene aristas que tienen que ver con lo metafísico, con lo ético y con lo epistemológico. Sigue Marías diciendo que «El hombre necesita interpretar la realidad. El hombre necesita, para poder vivir, saber a qué atenerse; esto es la función capital. Esto lo hace todo hombre, en toda época, pero lo hace en ciertas condiciones que justamente no son filosofía. Por una parte, se deja llevar por las interpretaciones recibidas: las creencias recibidas, los usos que encarrillan su vida y la conducen… hacen que el hombre viva normalmente sabiendo a qué atenerse, respecto de un número muy considerable de cosas y, por tanto, orienta su vida. Por otra parte, hay un momento quizá en que el hombre necesita una certidumbre, necesita también saber a qué atenerse respecto a algo que tiene un carácter total, global o realidades que no son patentes, no son manifiestas, que están latentes.»[2]
Pero qué hay de aquél compromiso que nos hace ser auténticos, cómo configurar esto en una ontología vinculada con un comportamiento de corte moral. El discípulo de Ortega aclara de la graduación de lo auténtico: «Ahora bien, la filosofía tiene grados de autenticidad: ¿desde dónde se hace la filosofía, en virtud de qué, respecto de qué problemas, en qué circunstancias, y, naturalmente, cuál es la respuesta fundamental del que hace filosofía?
Ortega escribió sobre la busca de la verdad como condición del filósofo, y se preguntaba: hay algo importante que es la veracidad y ¿en qué medida el filósofo es veraz? Lo es, en grados desiguales. En cambio, contrastaba con otros filósofos, tal vez menos geniales pero más veraces, como, por ejemplo, Dilthey. Ha habido filósofos que no han dicho más que lo que estaban viendo realmente: son grados superiores de autenticidad.»
Otro filósofo que habló del comportamiento del humano auténtico, más en concreto del filósofo auténtico fue Nietzche en su aforismo 292 en Más allá del bien y del mal. Allí dice lo siguiente: «Un ser humano que todo el tiempo se la pasa viviendo, viendo, escuchando, acostumbrándose, esperando, soñando cosas extraordinarias; es alguien que es golpeado por sus propios pensamientos, como si fuesen externos, como si viniesen desde arriba y desde abajo, como si lo golpeasen una suerte de rayos y de acontecimientos muy suyos; es él mismo quizás una tormenta que con rayos nuevos va gestando planes; un hombre fatal, alrededor del cual siempre surgen resentimientos y murmuraciones, se zanjan brechas abismales y suceden cosas molestosas y angustiantes. Un filósofo pues, es un ser que muchas veces huye de sí mismo, que muchas veces se teme a sí mismo, pero que es demasiado curioso como para no «volver en sí» una y otra vez.»
[1] Marías, Julián, Conferencia: Filosofía y Autenticidad, Madrid, 1999. Edición: Ana Lúcia Carvalho Fujikura)
[2] Ibíd.
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