Explicar a Marx en vísperas de una huelga general que responde a una reforma laboral que recorta derechos de los trabajadores es tan estimulante como frustrante. Estimulante porque la actualidad viene cargada de noticias que muestran la vigencia del filósofo alemán. Y frustrante porque asombra ver el poco interés que existe entre la juventud por todo lo que está aconteciendo en el mundo político, social y económico. Hacíamos esta mañana una valoración histórica del marxismo, atribuyéndole una parte importante en la consecución de logros sociales que han conducido al estado del bienestar. Si no hubiera sido por las protestas y reivindicaciones de los movimientos inspirados en el marxismo hoy no existiría la jornada laboral de ocho horas, el derecho a unas vacaciones o prestaciones básicas del estado como la sanidad, la educación, el seguro de desempleo o las prestaciones por jubilación. Precisamente estos triunfos han hecho que los movimientos de izquierdas pierdan apoyo social situándoles en una difícil encrucijada.
La falta de respaldo de algunas movilizaciones sindicales son un síntoma de su agotamiento intelectual. Se pueden buscar también otras causas, como la lejanía de sus líderes y dirigentes respecto a la sociedad o la percepción de algunos ciudadanos de que los sindicatos no defienden los intereses de los trabajadores sino los suyos propios. Más de una situación que se puede percibir en el puesto de trabajo lleva a la desconfianza respecto a los sindicatos y los sindicalistas. Con todo, quizás haya un problema de discurso: seguir con la dialéctica de burgueses y proletarios sustituyéndola por la de empresarios trabajadores es un tanto anacrónico. No porque no haya situaciones de explotación, sino porque la generalización del discurso implica un distanciamiento imperdonable respecto a la realidad. La economía está terciarizada, el sector servicios se impone sobre el productivo y el concepto de trabajo de hoy no es el de hace 130 años, con trabajo infantil, jornadas laborales de 12 o 13 horas y ausencia total de coberturas. La fuerza que han ido cobrando las pequeñas y medianas empresas en nuestra sociedad es otro de los síntomas que nos obligan a repensar el marxismo: entender como “burgués” o “empresario” a quien regenta una empresa de cuatro trabajadores y echa tantas horas o más en la empresa que el resto es como poco anticuado.
Estas ideas no son nuevas. Hace ya varias décadas que se viene hablando de la necesidad de revisión de la izquierda. En mi humilde opinión, la izquierda política y la acción sindical tienen necesariamente que internacionalizarse. A un capitalismo global sólo puede replicarle un pensamiento de izquierdas global. Fundamentalmente porque las situaciones de explotación vienen marcadas hoy por la externalización de la producción. Las fronteras políticas y las uniones nacionales son hoy insuficientes para hacer frente a un capitalismo que ha configurado el mundo a su conveniencia. Cuando China es la fábrica del mundo con unas condiciones laborales alienantes, los sindicatos deberían dirigir sus protestas contra este tipo de situaciones. De lo contrario, la lógica capitalista impone su criterio: es normal que el resto de países tenga que recortar sus condiciones laborales si quieren competir con la producción china, o la de tantos otros países en los que el trabajo es sinónimo de deshumanización. Y mientras esto no se entienda, ni se asuma, las organizaciones sindicales y políticas de izquierda de ámbito nacional se verán condenadas a luchar contra una corriente que les arrastrará necesariamente.