Una de las cuestiones más antiguas de la filosofía política trata de establecer la relación existente entre la ética y la política. Y en este ámbito, la tradición marxista siempre ha mantenido una postura de vanguardia. Hay en el marxismo una doble actitud ante la moral: por un lado se la critica como uno más de los elementos de la superestructura, pero por otro se evita cualquier tipo de amoralidad, ya que se habla de la igualdad esencial del ser humano y la solidaridad entre los pueblos. Estos valores están presentes en la formulación del marxismo original y en un principio han impregnado el posterior desarrollo de los llamados partidos de izquierda. Sabemos que estos se han desvinculado ya del marxismo, pero siguen arrogándose una cierta superioridad moral respecto a los partidos denominados de derechas. En su opinión, la izquierda representa una sociedad más justa e igualitaria, mientras que la derecha iría de la mano de las desigualdades sociales y los privilegios
Expresado en otras palabras: los pensadores de izquierdas se identifican en mayor medida con un moralismo político, muy alejado de las políticas liberales y capitalistas propias de la derecha. Gobernar en función de unos valores, de unas normas, respetar unos principios morales que el capitalismo parece manipular a su antojo y machacar una y otra vez en favor de intereses puramente económicos. El caso es que todo este discurso moralista se está viendo más que atacado por las últimas decisiones de gobiernos que se pretenden de izquierdas, como son la expropiación de YPF y de Red eléctrica. Si hablamos de justicia y de respeto a la moral, parece que uno de los principios elementales debería ser el cumplimiento de las promesas. Porque esto y no otra cosa es todo acuerdo comercial: por debajo del intercambio de mercancías, servicios o dinero, está la moral de cada una de las partes, aspecto que tiende a ser ignorado reduciendo toda transacción a su significado exclusivamente económico. Resulta difícilmente admisible atribuirse superioridad moral cuando se están incumpliendo las promesas dadas en su día a quienes decidieron invertir dinero en el propio país.
Estoy convencido de que habrá quienes consideran que en estos casos hay un claro conflicto de intereses, entre la promesa dada en su día y la soberanía nacional o algún otro factor que pueda citarse para justificar el incumplimiento de una promesa. Estos intentos de dar razones son los mismos con los que maniobran los partidos de derechas cuando no quieren llamar a las cosas por su nombre. La palabra nacionalización suplanta a la palabra robo de la misma forma que la de daño colateral se utiliza en el lugar del sustantivo asesinato indiscriminado de civiles. Y no pretendo con esto ensalzar las virtudes morales del capitalismo, pero sí destapar, por si ingenuamente se pudiera seguir pensando así, la conexión entre la izquierda política y la moral. Porque no es un asunto sólo de gobiernos nacionales. En nuestro propio país los partidos de izquierda han respaldado las expropiaciones. Lo cual quiere decir que denuncian ciertas operaciones financieras por ser explotadoras, pero legitiman el robo cuando se produce en la dirección que les interesa. O se aspira a la coherencia y la integridad, o se construyen discursos obligados al malabar lingüístico. Y si se opta por esto último, lo menos que se puede hacer es reconocerlo, y asumir de una vez por todas que las grandes ideologías políticas crean sus conceptos y argumentarios en terrenos muy alejados de los términos morales.