Ocurre en la historia de la filosofía que cada tiempo establece sus temas, sus modas y sus formas de pensamiento. Esta nuestra que vivimos se caracteriza, entre otras cosas, por un desprecio más que considerable hacia los temas religiosos. Si repasamos los titulos que se publican en el campo de la filosofía, pocos de ellos se centran en el problema de Dios. Quizás por cansancio intelectual, quizás porque ya hemos bajado los brazos y nos damos por vencidos, pensando que es un tema en el que ya no se puede aportar nada nuevo. A contrapelo, los profesores implicados en la Olimpiada Filosófica de Castilla y León decidieron el pasado verano que Dios fuera el tema central de esta olimpiada. Así que la recta final de las vacaciones he empezado a corregir los primeros trabajos que han ido llegando. Para experimentar en carne propia algo que suele decirse por ahí: uno de los valores de la filosofía es mantener vivo el debate, aunque no se pueda decir nada nuevo al respecto. Dejar de hablar de ciertos temas filosóficos es condenarlos a los tópicos, y eso es precisamente lo que me he encontrado en bastantes de los trabajos corregidos hasta la fecha.
En la gran mayoría de trabajos hay un error recurrente: confundir Dios con religión. Muchos de los trabajos plantean críticas directas al cristianismo, a la iglesia católica o al islam. Varios de ellos aluden a las historias que se cuentan en textos bíblicos o en el corán. El concepto “Dios” parece remitirles directamente al de “religión” y al de los “textos sagrados”. Y como digo, no es un error que haya aparecido de forma minoritaria: está presente en trabajos de todo tipo de alumnos, casi en la misma proporción que el limitarse a contar las creencias personales de cada cual. Todo esto me lleva a pensar que la filosofía se ha equivocado al pretender aparcar el problema de Dios o al considerarlo superado o inabordable. La consecuencia inmediata de este desapego es una carencia importante en la capacidad de argumentación en torno a un tema que suele estar en la cabeza de muchos, por encima incluso de otras cuestiones sobre las que quizás hoy se publica más y se piensa más. Este abandono es el que lleva a alumnos brillantes de bachillerato a defender el teismo porque desde pequeños han sido educados de esta manera, o a argumentar en favor del ateismo aludiendo al alto nivel de vida de todos los papas.
Le guste o no a la religión o a cualquiera de los textos sagrados, el problema de la existencia de Dios es, desde un punto de vista filosófico, previo a cualquiera de las religiones. Como tema filosófico no se puede conducir a ninguno de los credos particulares, ni se deja tampoco asimilar a las experiencias personales que pueda tener cada ser humano. Lo cual no quiere decir, por supuesto, que la religión no pueda aportar sus propios argumentos de la misma forma que es posible hacerlo desde el pensamiento científico: pero estos argumentos no se pueden construir nunca desde los textos sagrados o desde revelaciones particulares. En cualquier caso, es posible hacer una lectura de los trabajos a contraluz: las ideas que aparecen recogidas en ellos son en muchos casos fruto de la educación recibida, algo contra lo que también se debería luchar. Todo ser humano crece en un entorno social y familiar que antes o después ha de cuestionar y hacer propio, sea para modificarlo o para mantenerlo, pero con conocimiento de causa. No tengo muy claro si esta capacidad de pensamiento propio y personal se valora mucho en nuestro tiempo. Un tiempo en el que, por otro lado, el anticlericalismo que caracteriza a muchos medios de comunicación genera una confusión conceptual inaceptable. Como si Dios fuera sinónimo de religión. O como si Dios fuera lo mismo que Biblia y Corán. Mi conclusión personal es clara: aunque no se diga nada nuevo, cuánta falta hace el debate filosófico.