Qué es arte y qué no lo es. Sin duda, una de las preguntas más difíciles de la estética. De nada sirven estrategias tan socorridas como acudir al diccionario o enciclopedia de turno. Tampoco sirven de mucho las definiciones de las grandes autoridades: al momento encontraremos ejemplos que pueden poner en entredicho la construcción que se pretenda más completa. Otra de las referencias habituales es la que coloca por orden todos los tipos de arte que son reconocidos como tales: arquitectura, danza, escultura, música, pintura, literatura, cine, fotografía y cómic. La clasificación se las trae, porque recoge una serie de actividades que no necesariamente encajan en lo que puede entenderse como arte. Un ejemplo clásico es el cine: puede haber películas que destacan por la estética con la que se ha rodado cada una de las escenas. Sin embargo otras son un auténtico insulto no sólo a la inteligencia sino al buen gusto. ¿Diríamos que estamos entonces ante dos obras de arte? Sintetizando: no todo el cine es arte, le duela a quien le duela.
Algo similar ocurre si nos paramos a observar la ligereza con la que el sustantivo “arte” o “artista” se aplican en muchos medios de comunicación. Y es que hay artes y artes. Artistas y artistas. Sospecho que no se utiliza la palabra artista en el mismo sentido para referirse a Goya que a la Pantoja. O si se quiere dos ejemplos tomados, en principio, del mismo arte: Mozart y Bisbal. Y sin embargo, enfocado el asunto desde el punto de vista clasificatorio, no sólo se les denomina de igual manera, sino que se dedican a lo mismo: la música. Parece entonces que hubiera que introducir algún tipo de criterio que nos ayude a distinguir. Criterio que no se limita exclusivamente al paso del tiempo o a lo que ha dado en llamarse “lo clásico”. Por mucho tiempo que pase, se hace difícil pensar que una sinfonía de Beethoven pueda ponerse al mismo nivel que una canción de Eminem. Comparaciones que pueden hacerse en cualquier tipo de arte: por mucho que la arquitectura ocupe el primer lugar, a nadie se le ocurre contemplar como artístico un bloque de diez pisos, a no ser que cuente con alguna característica especial.
Habrá quien considere que de este tipo de ideas deriva una concepción elitista del arte, y se dirá que los que son clásicos hoy fueron rompedores ayer. Nada más lejos de la realidad: no faltan los ejemplos de obras producidas en la mayor de las indigencias que hoy son considerados obras maestras. A mayores, la objeción de la innovación deja de lado que son muchos los rompedores de ayer que han quedado en el olvido. A esto se le suma el proceso inverso, de manera que la popularidad o la fama en su tiempo tampoco es un sello de calidad. Artistas que fueron olvidados hace siglos han caído hoy en el olvido. Podemos ser todo lo sistemáticos que queramos: introducir jerarquía y números, criterios del paso del tiempo y otros cuantos más. Pero seremos incapaces de lograr una definición de arte, o de identificar aquellas obras de nuestro tiempo que serán llamadas arte mañana. Y si queremos introducir aún más complejidad a la reflexión, sólo tenemos que pararnos a pensar en la polémica del décimo arte: ¿Cuál será el próximo quehacer humano en pasar a engrosar la lista de actividades “elegidas”? No faltan candidatos, desde la gastronomía hasta los videojuegos. Una cosa parece clara: si la lista se amplía será aún más complejo intentar una definición de algo tan sencillo y cercano como es el arte.