Culmina hoy el segundo ciclo de huelga de tres días convocado por el sindicato de estudiantes. No es muy habitual que se convoquen tres jornadas de huelga seguidas, y menos aún que en un mismo curso escolar se haga esto dos veces. Pero así somos en este país: a buen seguro los dirigentes de este sindicato habrán encontrado en estas convocatorias, y en las que vengan, la mejor alternativa y solución posible a los recortes educativos y especialmente a la LOMCE que tantos y tan diversos recelos está levantando a lo largo y ancho del país. Creo que la huelga es una medida de otro tiempo y que hay otras formas de presionar o de actuar. A esto se le suma que tres días consecutivos, que son seis si los sumamos a los tres del primer trimestre, son ya un exceso para temarios extensos, especialmente para aquellos alumnos que dentro de cuatro meses se van a estar jugando su futuro universitario en las sencillas y temidas P.A.U. Pero como lo que yo piense no viene mucho a cuento, y la convocatoria se enmarca dentro de lo que la ley permite, el comentario de hoy pretende ir en otra dirección: la pantomima y el teatrillo en el que se convierten los centros educativos en estos días de huelga.
Hablemos de la teoría y de la práctica. Por lo que nos han contado, la ley prevé el derecho de huelga para los estudiantes a partir del segundo ciclo de la secundaria. La misma ley, por lo que se ve, recoge el derecho a la educación de aquellos alumnos que no quieran hacer huelga. Deben estar atendidos en clase, con su profesor correspondiente. Pero con una salvedad: todos aquellos que deciden secundar la huelga no se pueden ver perjudicados por esta decisión, por lo que no se puede avanzar materia. La ley estaría fijando así una excepción bien curiosa: mientras que cualquier trabajador que realiza una huelga se ve perjudicado en su salario por su decisión, el alumno que no acude a clase para ir a una manifestación no pierde materia. El profesor no puede hacer nada que afecte a las posibilidades del alumno de superar la asignatura con éxito. La huelga estudiantil sale gratis total, a no ser que tuviéramos algo de lo que este país carece: una valoración positiva del saber y la cultura, de manera que perder tres días de escuela son tres oportunidades menos de aprender algo nuevo. Una manera de ver el mundo totalmente utópica para lo que es la realidad social y educativa española.
Así las cosas, lo que dice la ley tiene que llevarse a la práctica en los centros. Vayamos entonces a la práctica: el día a día de cualquier jornada de huelga estudiantil se convierte en una especie de pasatiempo simulado de seriedad. Ir a una clase en la que debiera haber 20, 25 o 30 alumnos y encontrarse con 4 obliga al profesor a buscar algo que hacer que no avance materia. Las estrategias están ya manidas: se les manda preparar los próximos ejercicios que se vayan a hacer en clase, se busca una película o un video que pueda encajar bien con lo que se está explicando o se enchufa a los alumnos al aula de informática para que maten la hora que tienen por delante consultando su correo electrónico, actualizando su red social favorita, o leyendo la prensa deportiva. Teatro. Dar un tono de seriedad o de “educación” a algo que no lo puede ser nunca: si falta una mayoría aplastante de alumnos cualquier instituto de enseñanza secundaria se convierte en guardería. Algo que tendría una solución sencilla: si los estudiantes quieren hacer huelga, adelante. Que convoquen las jornadas que estimen convenientes, ya que es una medida legalmente prevista y forma parte del sistema democrático. Pero lo que no tiene mucho sentido es que no se pueda avanzar materia, que no se pueda explicar, que obligatoriamente haya que “paralizar” la actividad diaria del aula. Esto vulnera los derechos de los alumnos que sí asisten a clase, sea uno, dos o cuatro. Otra cosa es que los derechos de estos le importen a alguien. O quizás haya otra forma de mirarlo: la enseñanza fundamental de estos días es la de la actuación. Aparentar lo que no es. Dar seriedad a lo que no la puede tener. Algo no muy distinto a lo que hacen los huelguistas, por otra parte.