Terminábamos estos días la explicación de la Crítica de la razón pura, y hablábamos en clase de la actitud del ser humano ante las preguntas metafísicas. Tan irresolubles e imposibles de desentrañar como inevitables. Una tendencia del ser humano a la que no podemos renunciar, pero también que jamás responderemos de una forma definitiva. Nunca emulará la metafísica a la ciencia, y preguntas como qué es el hombre, cuál es el sentido de la vida, o la inmortalidad del alma no se pueden responder. Llegados a este punto, suelo plantear en clase un dilema para poner a prueba el “carácter metafísico” de cada clase. La cuestión es sencilla: supongamos que hay dos cajas. En la primera de ellas tenemos la solución a todos los tipos de cáncer que existen, y en la segunda se responde la pregunta por la inmortalidad del alma. La cuestión es que sólo podemos abrir una de las cajas, y una vez realizada la elección ya no será posible abrir la otra. Cuando se lanzan este tipo de preguntas en clase, suele haber disparidad de criterios y una ligera mayoría se muestra partidaria de resolver el problema del cáncer antes que averiguar si el alma es inmortal. Con todo, siempre hay sorpresas: en alguna clase son mayoría los que optan por la segunda caja. En realidad, podemos encontrar argumentos para las dos opciones. Veamos los que suelen exponer los alumnos en clase.
Un argumento muy poderoso en favor de dar prioridad a la caja del cáncer es que la otra caja ya existe y se termina abriendo. La caja se llama y todos la abrimos justo con la muerte. Es ahí cuando descubrimos si realmente hay algo que permanece o todo termina aniquilado. De manera que si esta segunda caja la vamos a abrir antes o después, carece de sentido desperdiciar el conocimiento que se nos ofrece respecto a la solución del cáncer. Sin embargo, a este mismo argumento se le puede dar la vuelta: los “metafísicos” creen tener razón al escoger la segunda caja, puesto que la solución al problema del cáncer no logra evitar la muerte. Si no morimos de cáncer moriremos de alguna otra dolencia, de manera que el enigma de la muerte seguirá planteado ante el ser humano como un desafío abismal. Se pueden curar muchas enfermedades, pero no se cura la muerte, algo que acontece a todos: la “enfermedad mortal” (parafraseando a Kierkegaard) en que consiste la vida no tiene cura alguna, y por ello siempre resultará más urgente y acuciante resolver esta segunda enfermedad que cualquiera de las otras.
Como es fácil de imaginar, el debate no termina aquí. Los alumnos “prácticos” replican a los “metafísicos” que son muchos los millones de seres humanos que sufren de cáncer y que sería una irresponsabilidad y un acto de egoismo dar prioridad a la propia angustia personal ante la muerte frente al dolor de tantos seres humanos. Más aún: incluso los propios familiares de los “metafísicos” pueden morir, con una probabilidad nada despreciable, aquejados de cáncer. ¿No merecería la pena salvar a la persona durante algunos años más? ¿O es preferible rechazar esta opción en favor de una respuesta que conoceremos antes o después? Podríamos llevar los argumentos aún más lejos, si nos dejamos llevar por esta sugerencia e incluimos elementos personales en el dilema: la enfermdad de familiares, o incluso una propia enfermedad degenerativa que no sea cáncer. ¿Qué elegiríamos en cada uno de estos casos? La cuestión es que si hemos de optar entre ciencia y metafísica seguramente la mayoría se queda con la primera. Por motivos prácticos insoslayables: la ciencia progresa, mientras que la metafísica, ya lo decía el propio Kant, sigue siendo el “campo de batalla de inacabables disputas”. Pero esto no le quita ni un ápice de razón a todos los “metafísicos”: nos preocupamos por la enfermedad, pero no dejamos de preguntarnos por la muerte. Y ello teniendo bien presiente que la pregunta por la muerte es la otra cara de la moneda de la pregunta por la vida: qué sea esta, y cómo hemos de vivirla tiene una relación directa con lo que ocurra al morir. Por eso, aunque Kant matara una y mil veces la metafísica, no dejan de reaparacer sus preguntas.