Varios días sin actualizar el blog desde la mitad de la semana pasada. Aparecieron las evaluaciones para reivindicar su porción de tiempo. Pero fundamentalmente apareció la filosofía. Las últimas tareas pendientes de la que ha sido la VIII Olimpiada Filosófica de Castilla y León me tuvieron algo atareado. Y claro, llega ahora el momento de hacer balance, y es difícil no tener sensaciones encontradas. Por un lado, si uno se fija en lo que ha ocurrido durante estos días, podría darnos por pensar que la filosofía goza de una buena salud. La asistencia a las actividades de la final ha sido abrumadora: más de 400 alumnos en la conferencia inaugural, a cargo de Adela Cortina, y en el debate entre centros. Al día siguiente, en la final, el aula Francisco Salinas prácticamente lleno de alumnos, profesores y familias, expectantes por ver cómo los finalistas argumentaban y defendían sus ensayos. Deseosos también de participar en el café filosófico, que por lo que me comentan (no pude asistir por estar corrigiendo ensayos de finalistas) fue también dinámico, participativo e interesante. En definitiva: talento filosófico reunido y en funcionamiento, con la conciencia bien clara de que sobre el tema de Dios no convienen los dogmatismos. ¿Cómo no decir entonces que la filosofía en el bachillerato tiene una excelente salud?
Pues lamentablemente hay todavía sombras y desafíos que afrontar. Porque si la participación en la final ha sido masiva, los índices generales durante el curso se mantienen más o menos en los niveles de los últimos cuatro o cinco años. Estamos en una comunidad autónoma con más de 200 centros educativos, y tras ocho olimpiadas son 43 los que se implican en animar a los alumnos a que participen en este tipo de actividades. Luego llegan las reformas educativas que ponen en duda la filosofía, y recurrimos a lo fácil: atacar al ministerio. Mucho más fácil que revisar el trabajo personal, el quehacer diario de aula, el ánimo para superar el tedio de algunos rasgos de nuestro sistema, y asumir una carga de trabajo a mayores, como es la de presentar el tema en clase, buscar materiales complementarios, orientar a los alumnos, corregir el primer borrador del trabajo que suelen presentar a la vuelta de vacaciones… Todo un trabajo adicional que no será ni reconocido ni pagado, o que quizás tenga la mayor recompensa que se puede tener de todo esfuerzo humano: ver cómo los alumnos progresan, cómo mejoran en la exposición de sus ideas, cómo son capaces de organizar su discurso. Ninguna administración puede pagar lo que cualquier profesor participante en la olimpiada recibe a cambio de su dedicación: la percepción de que los alumnos de bachillerato vibran con la filosofía, y que esta sigue siendo hoy como hace siglos una tendencia inevitable del ser humano.
No sé si de todo lo anterior habría que concluir que la filosofía se ha logrado mantener en el sistema educativo a pesar de los profesores. Nuestra apatía y derrotismo es el mayor enemigo que hemos de afrontar. Mucho mayor que cualquier ley educativa o reforma. Un profesorado capaz de alentar en las aulas el amor por el saber no puede ser vencido por una ley cualquiera, puesto que estará poniendo condiciones para que la sociedad valore la filosofía. Y no me refiero a la sociedad del mañana sino a la de hoy mismo: las propias familias que acuden acompañando a sus hijos salen convencidas de la necesidad y función que desempeña la filosofía dentro del saber. Este es un camino a seguir, y afortunadamente más de sesenta profesores de la comunidad lo tienen muy claro: ellos son los que sostienen y alientan una actividad que ha dejado ya de ser un proyecto, para convertirse en una referencia más dentro de la comunidad en las diferentes olimpiadas académicas que se organizan. Y es que no hay mejor forma de defender la filosofía que poniéndola en práctica, ya que de esta manera se disipan las dudas sobre su utilidad y función. Cómo no va a ser útil algo que nos hace pensar a todos. Con todo, no logrará nunca olimpiada alguna reparar la buena mala salud de la enseñanza de la filosofía si no logra penetrar en las aulas. Un proceso que será lento, pero quizás imparable si nos fijamos en cómo varias comunidades autónomas están ya comprometidas en la linea de organizar su correspondiente olimpiada filosófica. Esta es, sin duda, una de las mejores noticias que pueden darse para la enseñanza de la filosofía.