En estos días saltaba a los medios de comunicación la noticia de las dificultades de encontrar un cementerio que quiera albergar en sus instalaciones el cuerpo de Tamerlan Tsarnaev, ya que no se considera un digno compañero de habitación del resto de inquilinos o habitadores del mismo. La cuestión no deja de ser anecdótica y puede ventilarse el asunto como una muestra más, de las muchas que existen, del enfrentamiento entre culturas y la intolerancia que se va propagando por las sociedades, incluso las que se dicen avanzadas. Sin embargo, se puede dar una vuelta más al asunto y traer a colación alguna idea filosófica que nos permita ampliar y prolongar la discusión, principalmente porque al andar la muerte rondando por el problema es posible que le podamos sacar jugo a la noticia. Una idea para empezar: recuperando casi ideas de la tragedia griega, la noticia nos recuerda que es posible comportarse de un modo inmoral con los muertos. La ética, por lo que se ve, va más allá de la vida, y hay una serie de obligaciones morales que adquirimos con los muertos, de manera que incluso con ellos es posible saldar deudas, y sus acciones les persiguen hasta la mismísima tumba.
Es de suponer que al negar a un cliente como Tsarnaev los cementerios pretenden repudiarle: ya que no se le pudo juzgar en vida, el pueblo norteamericano siente la necesidad de humillar al terrorista una vez muerto. Qué daño se le puede hacer a un muerto: esta es la pregunta que quizás deberíamos plantearnos. Negarle la sepultura puede ser el primer paso, porque tenemos ejemplos recientes con otros tipos de vejaciones hacia quienes dejaron de vivir: a Gadafi o Sadam se les condenó a la exposición pública de imágenes de su cadáver y a Bin Laden se le negó la posibilidad de glorificarse como un mártir de la causa, convirtiendo al inmenso océano en el guardián eterno de su cuerpo, que a estas alturas estará ya deglutido por la cadena trófica, quien sabe si quizás incorporado como proteína o aminoácido en alguna merluza de pincho de cualquier mercado norteamericano o mutado en mausoleo ideológico y religioso que bien pueda ser objeto de búsquedas aventureras como las que se han dado con restos arqueológicos como el Titanic. No se pretende, por lo que se ve, ir tan lejos con Tamerlan Tsarnaev: de momento el castigo parece consistir en quedar expulsado del cementerio sine die, en espera no de que redima sus actos, pero sí de que alguna mente inteligente logre convencer al resto de que el cadaver resulta más molesto “expulsado de la clase” que dentro de la misma.
Casos como este nos vienen a recordar que aquello de “Descanse en paz” es bastante más que una fórmula lingüística a la que estamos más o menos acostumbrados. Hay cuerpos a los que dicho descanso les está prohibido. Es difícil averiguar qué concepción antropológica puede esconderse tras este tipo de decisiones. Primera posibilidad: materialismo puro, inexistencia del alma. Si esto es así, tener el cadaver de cualquier ser humano pululando por ahí, en espera de su encuentro con la tierra carece de todo sentido. Se trata tan sólo de un conjunto de materia, sin mayor significado. Seguna opción: somos algo más que cuerpo, existe una mente (o si queremos le podemos llamar “alma”), capaz incluso de superar la muerte. Aceptando esto, parece que con la muerte el cuerpo y la mente (o el “alma”) se separan y no es posible ya castigar a esa mente que ha “volado” (aceptemos la iconografía popular) del cuerpo. De manera que sigue siendo absurdo ponerse en plan “malote” y negar la tierra a un cuerpo sin vida. Una tercera posibilidad: el muerto no está muerto del todo. Y no es que esté de parranda, sino que hay “vida” más allá de la biológica, y somos capaces de hacer de todo un símbolo y de crear nuevos significados. Siendo así, no es estaría penalizando un cuerpo, ni tampoco a Tamerlan Tsarnaev, que no existe ya. Más bien, se estaría pretendiendo un escarnio público de todos aquellos que secundaron sus acciones o incluso las han aplaudido, desde su propia madre, a las personas más allegadas. “Jugar” con los muertos con el simple objetivo de crear resentimiento, odio. Todo ello expresión de un comportamiento altamente civilizado, y muy alejado de aquellas culturas que algunos consideran inferiores y que se construyen sobre la destrucción de las demás.