Me llegaba en estos días un correo, hablándome de La aventura del pensamiento, un blog compartido por personas procedentes de diversos campos, que tienen la intención común de dar su propia visión alrededor de algunas de las ideas que aparecen en el libro 49 Respuestas a la aventura del pensamiento, de Eduardo Pérez de Carrera. No conocía el libro, y por lo que he leído a través del blog está a medio camino de la ciencia, la filosofía, la psicología… y por eso no está de más que la bitácora pretenda tener un carácter interdisciplinar. Hay entonces fragmentos de tono más científico, y otros más cercanos a cuestiones éticas, intercalados con algunos que pueden recordarnos ideas de los libros de autoayuda. En cualquier caso, una nueva iniciativa en la red con una idea atractiva: presentar y comentar un libro, tratando así de acercar el contenido a los posibles visitantes y sobre todo ampliar la discusión en torno a las ideas que se presentan. Toda una aventura la que han emprendido sus autores y más en los tiempos que corren, pues se lleva hablando ya años de la muerte de las bitácoras…
Visitar la web de la aventura del pensamiento me ha recordado precisamente este debate: dónde está el pensamiento (y la escritura) hoy. Hace unos años las bitácoras se presentaban como una auténtica revolución en lo que a la creación de contenidos se refería. Y sin embargo hoy, la gran mayoría apunta a que han sido superadas por las redes sociales, independientemente del nombre que le pongamos: “Twitter killed the blog star”, se ha leído alguna vez por ahí. La discusión, se dice, “vive” ahora en las redes sociales, en los agregadores de RSS o vaya usted a saber dónde. El caso es que el tráfico de visitas de las bitácoras ha bajado considerablemente, y lo mismo ha ocurrido con el feedback: el día más insospechado descubres que alguien puso un comentario interesante a un texto que escribiste hace dos semanas y que alguien, no se sabe muy bien cómo ni por qué, decidió compartir a través de su muro de Facebook. Hoy, más que en ningún otro tiempo, es verdad aquello de que nadie es dueño de lo que escribe: una vez se publica en la red, se pierde todo control sobre el contenido que pasa a pertenecer a la interconectividad. O sea, a nadie. Y a todos a la vez, depende de cómo se mire.
Así las cosas, el panorama no es muy alentador, si lo que se espera, como prometían al principio los grandes “guruses” del asunto, es terminar convertido en “creador” de corrientes de opinión, si se espera algún tipo de reconocimiento o fama personal. El que se plantee tan altas metas, que busque otro medio. Ni siquiera es razonable esperar un comentario de agradecimiento si acaso hay alguien que encuentra el texto (o el recurso didáctico) interesante y lo va a aprovechar para sus clases. Si alguien tiene un blog y lo mantiene durante un tiempo, ha de divertirse haciéndolo. Disfrutar contando algo, pensando algo, poniendo en común con otros ideas y palabras. Pensando que quizás alguien, algún día, pueda aprovecharlo, discutir sobre ello en su propio blog, en su aula, o en el comedor de su casa. Por eso el título del blog que presentaba antes es tan evocador: pensar es una aventura, y compatir esos pensamientos a través de la red lo es aún más. Ojalá que el viaje, como decía el poeta, les sea largo y fructífiero. A los amigos de La aventura del pensamiento, y a todos los “bucaneros” de las ideas y la educación, que aún se resisten a abandonar sus navíos en los tiempos en que las aguas de la red parecen conducir hacia otras formas de navegación.