Desde que se inicia eso que está en peligro de extinción y que podríamos llamar la “instrucción filosófica” y hasta que esta termina, se van sucediendo diferentes autores y tópicos, que han ido conformando una especie de doxografía oficial. Un cuerpo académico que sirve como buena asidera para adentrarse en el proceloso mundo de la filosofía. De esta forma se va clarificando con el paso del tiempo qué es un asunto filosófico y qué no lo es. Tras años de formación, incluida la superior, se termina teniendo muy claro que pensar alrededor de la vida, las esencias, el conocimiento, el lenguaje, la acción o el poder es tocar temas filosóficos, que cuentan con una larga tradición textual y académica. Y es sobre estos temas, cuando sobre autores o corrientes, sobre los que suele girar la mayoría de actividades y artefactos filosóficos: artículos en revistas, libros, congresos, seminarios. Una tendencia, por otro lado, que es inherente al desarrollo de cualquier disciplina: buscar una acuerdo generalizado sobre el objeto de la misma, sobre aquello que se va a tratar y la manera en que se va a hacer. Sin embargo, en el caso de la filosofía cabría esperar una mayor sensibilidad o atención hacia todo lo que se sale de lo “ortodoxo”. Y alentar, por qué no, una especie de filosofía marginal, hecha desde los márgenes o los bordes de lo que se considera filosófico.
Si entendemos, como han hecho muchos, que la filosofía ha de centrarse en la reflexión alrededor de la vida, habría que prestar atención también a todo aquello que forma parte de la misma aunque no sea de una forma mayoritaria. No es que no falten iniciativas: ahí está Beatriz Preciado y su trabajo sobre la filosofía queer y el sexo, con un enfoque que para algunos es totalmente innovador y necesario y para otros una provocación escandalosa y sin sustancia filosófica. Este y algún otro ejemplo (me viene a la cabeza Escohotado) son excepciones, “goles” de filosofía freelance que terminan colándose en la portería de la academia, despertando en algunos casos el desprecio de quienes llevan ocupando su sillón durante años. Valoración que se transmite por igual a los que se encargan de diseñar los temarios de secundaria: no es ya solo que rara vez se hable de filósofos vivos en clase, sino que este tipo de reflexiones parecen no tener cabida en un aula de secundaria. Vamos a esperar a ver si el asunto se silencia por sí solo, pensará más de una mente preclara. No vaya a ser que terminemos contaminando las mentes de los estudiantes, que bastante tienen ya con salir adelante en un mundo como este que les hemos construido.
La ignorancia o la condena intencionada al olvido no son buenas estrategias. Más allá de los muros de la escuela y la academia (y en ocasiones dentro de la misma) aparecen fenómenos tan diversos como la droga, el sexo, la pobreza, la marginación social, el aislamiento, la inmigración, el hambre, el robo, el delito, la enfermedad mental. Toda una colección de detalles con los que a menudo no sabemos bien cómo lidiar, precisamente porque no encajan con los mecanismos de normalización de la cultura. No creo que estos asuntos deban ser objeto fundamental de la filosofía, pero sí que ésta ha de enfrentarse a ellos, con la misma libertad y radicalidad con que lo hace en otros terrenos. Abordar temas que están ahí, en la sociedad, por mucho que se quieran tapar. Y sin perder de vista que hay ya camino recorrido: Foucault pasa por ser hoy “un clásico”, y sus estudios de la enfermedad mental o de la evolución de la sexualidad resultan bien conocidos por todos. La filosofía hecha en el margen bien podría recordarnos aquellos pasajes del Parménides platónico, en el que se nos recuerda que también entre la basura se encuentran cosas dignas de estudios, que merecen nuestra atención. Otra cosa es que nos queramos dar por enterados o no, por mucho que sea impropio de la filosofía el mirar hacia otro lado.