Terminamos el repaso personal a las tareas de la última olimpiada autonómica, comentando el dilema quizás más complejo de todos los que se plantearon. Decía lo siguiente:
Wikileaks
En 2005 se puso en marcha Wikileaks, una plataforma on-line basada en el software de Wikimedia, destinada a la publicación y difusión de información clasificada de gobiernos, grandes empresas e instituciones. En todos estos años ha puesto en circulación información clasificada y comunicaciones secretas de la guerra de Irak y Afganistán, de relaciones
diplomáticas entre países, etc.Preguntas a resolver: Publicar información que no pretende ser compartida por sus propietarios: ¿es libertad de expresión? ¿Vale más esta libertad de expresión o la seguridad del estado, que según algunos estaría en peligro por las filtraciones de Wikileaks? ¿Cambiaría en algo tu postura si Wikileaks filtrara, por ejemplo, tu actividad en la web, haciendo públicas las páginas que visitas, los correos que envías y tus conversaciones en las redes sociales?
Wikileaks es un contrapoder. Y esta palabra nos deja bien claro de qué va la cosa: tiene algo de contra, y por tanto molesta al poder establecido, pero tiene también algo de poder. Es decir, debemos mantener una cierta distancia crítica respecto a sus movimientos y debe tener cuidado con lo que publica en su web, pues lo que está en juego es precisamente su credibilidad. Es posible, como siempre, analizar el tema utilizando la balanza del pensamiento. Por un lado, está la actuación del estado que suele caracterizarse por su opacidad. Aquel lema que se ha calificado de “despotismo ilustrado”, todo por el pueblo pero sin el pueblo, no ha dejado de funcionar pese a la sustitución de las monarquías absolutas por la democracia. El poder político, que debería tener puesta su mirada en el bien común, opera a nuestras espaldas, y en ocasiones lo hace de forma sucia y seguramente inaceptable para los ciudadanos que soportan dicho poder. Y aquí tiene sentido la labor de Wikileaks, convertido en una especie de panóptico digital de los estados y las grandes corporaciones.
El otro lado de la balanza es precisamente el que convierte a Wikileaks en un instrumento tremendamente poderoso. Volvemos a la vieja pregunta: ¿Quién vigila al vigilante? No hace falta referirse a una de las mejores novelas gráficas de la historia para recordar que si el vigilante no es vigilado antes o después comete excesos. Y a este respecto el poder de Wikileaks no está sometido a control ninguno. Dicho de otra manera: si Wikileaks abandera el movimiento en favor de la libertad de expresión y la transparencia, quizás necesitaríamos un Wikileaks-2 que controle a todos los que toman las decisiones estratégicas dentro de la web del chivatazo virtual. Y así podríamos ir hasta el infinito, con Wikileaks de diferentes niveles controlando a los inmediatamente inferiores. Es indudable que Wikileaks cuenta con la adhesión de buena parte de la red, y que sus actuaciones hasta ahora pueden parecer más limpias que las de cualquiera de los estados cuya información ha sido revelada. Esto, sin embargo, no convierte a Wikileaks en una entidad con patente de corso, y habría que estudiar y conocer a fondo qué se publica y por qué. Si tan a favor estamos de la libertad de expresión, ¿soportaría Wikileaks un examen a fondo de sus políticas de publicación de secretos? Pregunta que bien nos puede llevar, por cierto, a las tesis que van apareciendo en los libros del Byung Chul-Han, uno de los filósofos de moda: vivir en la sociedad de la transparencia nos termina haciendo más daño que beneficio. Quizás no sea bueno querer saberlo todo siempre, entre otras cosas por la eliminación de un concepto inherente al ser humano: privacidad. Intimidad.