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Hace ya algo más de una década que se ha puesto de moda todo eso que ha quedado aglutinado bajo la etiqueta de la estimulación temprana. Un movimiento educativo y empresarial que se ha visto respaldado por los profundos estudios que se han efectuado desde el campo de la psicología, y que poco menos vienen a decirnos que los bebés son auténticos genios. Llevados por esta idea, se han editado libros y DVD’s del más diverso pelaje, que tratan de vender la moto a los papás: su hijo puede ser un gran científico el día de mañana, pero esto depende usted. Pasando por caja, se podrán aprovechar las extraordinarias capacidades de los bebés para que aprendan todo cuanto deseemos. Como si fuera un proceso prácticamente mecánico, es posible que los más pequeños de la casa aprendan inglés sin esfuerzo, lean a muy corta edad o realicen operaciones matemáticas elementales mucho antes de que la mayoría de sus compañeros puedan intuir siquiera la existencia de los números. La “burbuja” de la estimulación comenzó a pincharse recientemente cuando algunos estudios realizados por organismos internacionales confirmaban que no se apreciaban diferencias significativas entre los consumidores de los DVD “estimulantes” y aquellos otros niños que no habían podido disfrutar de la estimulación. Se nos empieza a caer uno de los mitos de la educación.
El panorama no es mucho más alentador cuando se conoce cómo trabajan esas academias destinadas a bebés. Ellos, que son tan inteligentes y cuentan con cerebros tan extraordinarios, logran un aprendizaje muy superior al adulto y lo hacen… ¡por repetición!. Pues sí que es esto nuevo. Coja los bits de inteligencia (nombre que le da cierto empaque al asunto) y muéstreselos a su hijo durante cinco minutos en tres sesiones a lo largo del día. ¿Dónde está esa inteligencia del bebé inigualable a la del adulto? ¿Dónde está ese aprendizaje “sin dolor” que da por supuesto que ver la misma cosa tres veces al día no “duele”?. Resulta que muchos de los planteamientos educativos que incluyen ideas cognitivistas en sus folletos enseñan de forma conductista. Es el colmo del retorcimiento empresarial y educativo. No sé si hace falta ser psicólogo para darse cuenta de una cosa: efectivamente, los cerebros de los niños cuentan con la gran ventaja de que todavía no han aprendido. Es decir, el cerebro adulto ha sido en cierta forma moldeado por los aprendizajes que hemos realizado a lo largo de la vida. Así, la gran ventaja de los bebés es que no saben nada, y por tanto su aprendizaje puede orientarse en muchas direcciones. Pero esto no significa, ni que todos puedan ser genios, ni que puedan aprender cualquier cosa a cualquier edad, y tampoco que tengan más facilidad para algunos aprendizajes. Es paradigmático el ejemplos de los idiomas: nos venden la moto de que aprenden mejor que los adultos. Preguntémonos: ¿Cuánto tiempo emplea el bebé y el adulto en el aprendizaje y qué grado de conocimiento del idioma logra?
Todo lo que sea estimulación temprana se ha convertido en un negocio: la ilusión por un futuro mejor a cambio del beneficio económico. No se cuestionan los presupuestos subyacentes. Hace falta ser un buen vidente para saber qué tipo de habilidades o capacidades requerirá el retoño en cuestión dentro de veinte o treinta años. Llegará un día, pongamos por caso, en el que los que pagaron una buena cantidad para que hijo/a dijera los colores en inglés con tan solo dos años lamentarán no haber tenido la audacia de apuntarles a clase de chino. Por no hablar de otro de los agujeros que tiene el asunto: parece que se trabajan solo inteligencias académicas. Contar, leer, hablar, escribir, música o idiomas. Esas “inteligencias” que luego en la edad adulta criticamos duramente, pues de repente nos damos cuenta de que vivir no era sumar y restar, leer o preguntar How do you do?. La vida es otra cosa, pero no siempre lo tenemos presente. Academias, actividades, cuidadoras nativas en otros idiomas… todo forma parte de un paquete de más que dudosa validez y que convendría examinar cuidadosamente. Puestos a estimular, hay una cosa ahí fuera que se llama mundo. Con su lluvia, su sol. Su calor, su frío. Su arco iris, sus carreras, sus columpios y sus heridas en las rodillas. Todas esas cosas y actividades que bien podrían englobarse bajo el concepto “vida” y que ha venido resultándonos estimulante a los seres humanos a lo largo de miles de años.
Todo ser humano desea saber. Esta conocida frase de la Metafísica de Aristóteles pretende explicarnos el origen antropológico de la ciencia. Una sentencia bien sencilla que ha sido comentada y repetida a lo largo de la historia de la filosofía. Cómo no: es posible también exprimirla un poco más en esta bitácora. Vista desde hoy, la idea aristotélica puede parecernos un poco ingenua o idealista: desde que se ha puesto de moda aquello de los ninis, parece que no faltan quienes no quieren aprender, quien sabe si por falta de iniciativa o porque este mundo que les ha tocado vivir no les motiva lo suficiente. La civilización occidental adolece de esa voluntad de conocimiento que nos ha traído hasta aquí, y habría que preguntarse si acaso no sea la propia cultura dominante la que pone las condiciones para que esto sea así, y se vaya perpetuando en el tiempo. Lo cual vendría ser algo así como una especie de suicidio cultural, pues se estaría negando aquello que está en nuestro propio origen. Una de las preguntas que podríamos hacernos es precisamente por qué este deseo de saber parece ir debilitándose con el avance de la historia.
Fijémonos por un momento en aquellos que sí desean saber. Los que trabajamos en el mundo de la enseñanza conocemos buenos ejemplos: alumnos que se esfuerzan por sacar buenas notas, y que desde bien temprano tienen muy claro qué desean estudiar el día de mañana. Cuando se les pregunta, las respuestas no varían demasiado: médicos, ingenieros, empresarios. Y en conversaciones informales, al abordar algunos de sus estudios aparecen también sus motivaciones. No son, afortunadamente, todos, pero sí en muchos casos se oyen cosas como el prestigio social, el dinero, continuar la tradición familiar o simplemente buscar una buena colocación. Es entonces cuando los que hemos pasado por el libro de Aristóteles nos preguntamos necesariamente: ¿Es este el deseo de conocimiento al que se refería el pensador griego? Me temo que en muchos casos la respuesta no puede ser afirmativa. El deseo de conocer debería ir ligado a una valoración positiva de este conocimiento, a un aprecio por la cultura de la que uno procede. No faltan, sin embargo, algunos de estos alumnos brillantes que dicen detestar una o varias de las asignaturas que les tocan estudiar. La filosofía suele estar en el punto de mira, pero tampoco salen bien paradas la historia o la lengua. ¿Pensaría Aristóteles que este tipo de actitudes son expresión también de ese deseo de conocer?
No nos llevemos a engaño: hay que evitar cualquier idealización de la cultura griega. Nadie niega que hoy tengamos un mayor desarrollo educativo que en su tiempo y que hayamos alcanzado también un conjunto de conocimientos científicos que el bueno de Aristóteles no podría ni imaginar. Pero esto no quita ni un solo gramo de peso a la objeción que venimos comentando: quizás no vivamos en una cultura que valora el conocimiento tanto como en épocas pasadas. Valoramos la tecnología, pero ignoramos sin sonrojo la ciencia que la soporta. Nos falta, seguramente, una de las actitudes que Aristóteles ponía en relación con la filosofía: la curiosidad. El deseo de saber brota de la curiosidad, y si no somos capaces de estimular esta, difícilmente fortaleceremos la primera. Asesinos de la curiosidad los hay de todos los colores: desde la cultura de masas al propio sistema educativo, sin olvidar a todos los que imparten doctrina, sea en el área que sea. Difícilmente puede albergar deseo de saber aquel al que se le hace creer que se le está transmitiendo la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. El que sufre este tipo de procesos está ya de antemano condenado: cadena perpetua a pasarse toda una vida sin formularse ni un solo interrogante. ¿Puede haber un castigo peor?
Hoy acabo de publicar el examen P.A.U. de Historia de la filosofía de septiembre (año 2014). Con esto se completa “la trilogía”, pues se puede consultar también el examen de junio y su correspondiente propuesta de resolución. Aprovecho para recordar que toda esta información y alguna más está integrada en el espacio para la P.A.U. de Historia de la filosofía de boulesis.
Si repasamos la historia reciente del más o menos voluminoso cacharro que llevamos en el bolsillo, nos damos cuenta de que su éxito radica en la creación de necesidades. Hoy en día parece indispensable para vivir, pero tampoco hace tanto que las personas salían de su casa sin teléfono móvil, y no se pasaban buena parte de su tiempo enviando mensajes o trasteando con aplicaciones. De aquellas, cuando el zapatófono mortadeliano irrumpió en nuestras vidas, hubo voces que cuestionaban su utilidad y necesidad: ¿para qué necesitábamos un teléfono si podíamos llamar desde casa? Hoy esa crítica es mirada con condescendencia: la idea es tan ingenua como obsoleta, hsata el punto de que hoy muchos se sienten totalmente desprotegidos cuando salen por ahí sin teléfono móvil.
Después la cosa evolucionó. Los teléfonos incluían radio, y algunos de ellos empezaron a ofrecer la posibilidad de sacar fotos. Nadie pensaría que, si queremos una foto de calidad, vayamos a tirar de móvil. Pero claro, cómo no usar el móvil si el objetivo último es compartir la foto al momento. Este fue otro de los añadidos: la conexión a Internet. Algo superfluo a primera vista, pero que se torna imprescindible. El resultado final provoca desconcierto: tenemos aparatos en muchos aspectos más potentes que los ordenadores de sobremesa de hace un par de décadas y que son capaces de modificar nuestro estilo de vida de una forma brutal, hasta el punto de que estar conectados y tener suficiente batería es una de las pocas cosas que realmente nos preocupan en nuestro día a día. Ya se ha dicho más de una vez: seguiríamos recargando el móvil aunque cada una de estas cargas nos restara una hora de vida.
La tecnología y el ser humano. Juguemos a llevar la analogía un poco más allá: quizás no sea muy descabellado comparar esa evolución del teléfono móvil con nuestra propia historia. El impulso de la civilización y la tecnología nos empuja a ser un aparato más: aumentan nuestros servicios, nuestras capacidades. Pero no lo hace así nuestra batería. La tecnología se nos presenta como una oportunidad de ocio y entretenimiento, pero lleva escondida en su seno el aumento de la productividad y la prolongación del entorno de trabajo. Estar sin batería hoy es casi tan trágico como quedarse sin cobertura: solo la oportunidad del enchufe nos salva de la catástrofe. Hay quienes tratan de rascar el wifi de las paredes y los grupos de adolescentes se sientan en los bancos para enviar sus mensajes sin mirarse a la cara. La máquina se funde con el hombre, porque hoy somos capaces de sentirnos conectados o desconectados. No es necesaria la integración física. Los cyborgs nos dan miedo, producen extrañeza. Pero en nada nos asusta entregar nuestra propia vida a una red sin la que hace no muchos años era posible disfrutar de nuestro tiempo. No sé si quizás en un sentido más hondo y auténtico que el que nos brindan hoy todos estos aparatos, tan llenos de oportunidades y quehaceres que acaban por dejarnos sin batería a nosotros mismos.
La aparición de Podemos dentro del panorama político ha supuesto un auténtico tsunami político. Su mensaje, avalado por los grandes medios de comunicación que lo soportan, ha calado en la ciudadanía, y ahora la sociedad le baila el agua, de nuevo, al credo político. De alguna manera, Pablo Iglesias nos ha devuelto la fe en la política. El efecto en los diferentes partidos se ha dejado notar: cambios de cara en el PSOE y pánico no reconocido en el PP, que pretende sacar adelante iniciativas de dudosa legitimidad democrática ante el más que probable reparto del voto en las próximas elecciones autonómicas y municipales. El efecto podemos ha logrado, entre otras cosas, que el colon de los grandes partidos se haya puesto irritable, y que los partidos minoritarios tengan que ver cómo les adelantan por la tangente los líderes mediáticos encumbrados por el eslogan de la tertulia y las propuestas razonables sazonadas de populismo.
La llegada al poder de podemos, valga la redundancia, se ha vestido de una pureza y honestidad digna del mejor guión cinematográfico o televisivo, con críticas a un capitalismo que se anuncia en los intermedios de sus programas. Personalismo y liderazgo que arrastran votos y abren un futuro prometedor. ¿Cabe un análisis del tema desde la filosofía? Por supuesto que sí, y se han podido leer muchos de ellos en prensa, ampliamente contestados desde las redes sociales, un medio en el que los militantes del círculo se mueven como pez en el agua. Hay algunos autores, ya casi clásicos, desde los que se puede hacer una valoración del asunto. Tanto desde un lado como desde el otro. Desde el liberalismo, escuchar las propuestas de Podemos hace que al momento suenen ecos de Popper: hay que desconfiar el poder. Y el propio nombre del partido, Podemos, deja bien claro cuál es su objetivo. El poder, como no podía ser de otra manera. La grandeza de la democracia, cuántas veces lo repitió Popper, es que se puede echar al líder una vez elegido. Cierta capacidad, por tanto, de proteger los derechos individuales, a los que algunas de las poderosas propuestas de podemos atacan directamente.
Más lecturas: desde la propia izquierda. Hay ciertos autores a los que les acompaña una cierta maldición: después de leerlos no puedes ver el mundo de la misma manera. Sucede con Nietzsche, pero también con otros posteriores como los representantes de la Escuela de Frankfurt. Ellos, a su manera y alargando la comparación, asumieron varios de los objetivos de Podemos en los años 30, y se dieron de bruces con la ascensión del nacionalsocialismo. Tras bucear en sus textos, no se puede evitar un tono escéptico, tan sano como distante. Le ocurrió al propio Adorno: por mucho que el 68 se inspirara en Marcuse, él estaba convencido de que la revolución termina traicionando su origen, anulando al individuo y convertida en una forma de barbarie y dominación. Esta visión negativa de la historia se complementa a la perfección con el famoso lema de Horkheimer: hay que ser pesimista teórico y optimista práctico. Llevado a podemos: ilusionarnos con los inicios, pero no esperar demasiado de los finales. Quizás pueda Podemos menos de lo que quiere poder. Y ahí queda un último enfoque, de especialistas en la democracia. Como nos han recordado autores como Dahl, jamas hemos vivido en democracia, sino en una poliarquía, en un equilibrio más o menos estable de poderes. Podemos habría logrado generar la ilusión de que finalmente llegará el tiempo de la democracia, pero este sistema sería inviable, y la iniciativa terminará incorporándose como una más de las fuerzas en equilibrio. Podemos será entonces la expresión de un incondicionado, de un deseo irrealizable, pero que nadie se lleve a engaño: siempre habrá quien haga negocio de la venta del sueño. Y no necesariamente han de ser sus líderes más representativos.
Inauguramos hoy nueva categoría. Empujado en cierta forma por lo que uno ve en la red: ya cansan las citas carentes de referencias, las ideas apuntadas incorrectamente y las maledicencias. No sólo porque twtter y facebook han enterrado más de una vez a quienes estaban vivitos y coleando, sino también porque abundan las cartas de celebridades a sus hijos que despiertan sarpullidos a quien conozca mínimamente al autor de que se trate. Así que ya está uno harto de esta ceremonia de la confusión que es la red: si no puedes con tu enemigo, únete a él. Aparecerán de vez en cuando citas u otros textos con una intención totalmente caricaturesca. Bufonadas filosóficas y falsedades a raudales. Y todavía habrá algún espíritu incauto que incluirá estas tonterías en su muro de Facebook o en su cuenta de twitter, creyendo en la autenticidad de las mismas. El colmo sería que algún incauto copie los textos para algún trabajo académico de secundaria o bachillerato. Como dicen por ahí: que cada palo aguante su vela, y sobre todo que quien copia por Internet aprenda a hacerlo correctamente. Así que nada: falsedades filosóficas. Allá va la primera:
Todo lo real es virtual. Todo lo virtual es real (G.W.F. Hegel, Fenomenología del aspito)
Hoy echa a andar la rueda educativa. Ese círculo enorme de tiempo, apenas nueve meses, en los que hay que alumbrar nuevos seres. Puestos a hablar de alumbramientos: no deja de ser el curso escolar algo relativamente parejo al embarazo. Especialmente en lo que toca al resultado: al final hay un nuevo ser en el mundo. Nadie se da cuenta de que está naciendo permanentemente en esas aburridas e interminables horas del aula. Abrirse a un mundo que no es, obviamente, el biológico, sino el cultural. Ir tocando diversas teclas para terminar encontrándose con uno mismo. Saber hablar y leer, razonar con números, hipótesis y formas. Acercarse a ese mundo que nos rodea, tan impregnado de preguntas como de faltas respuestas. Encontrar que hay tiempo también para la creatividad, para expresar las propias capacidades: dejar bien claro lo que cada cual lleva dentro, sea a través de la pintura, la música o la poesía. Todo esto, y mucho más es lo que nos va ocurriendo a través de toda nuestra educación. La educación es un parto por goteo: de un modo absolutamente imperceptible todos los involucrados en el proceso nacemos al mundo de la cultura.
Este ímpetu de novedad, la desafiante e imparable tendencia al desarrollo personal convive con el ciclo incesante. Educar es un eterno retorno de lo mismo: recibir el horario con desconfianza que troca en alivio o indignación según barrios. Conocer a los profesores que nos tocan en suerte. Abrir cuadernos e ir cumpliendo con los ejercicios. Exámenes y más exámenes. Las miradas que se cruzan en el patio, buscando no se sabe muy bien el qué: el mirar con el ojo semicerrado al enemigo acérrimo que arrastramos de la primaria o el vivir pendiente de que sus ojos, los de él o los de ella reparen en los propios en algún momento que ilumine las seis horas diarias de clase. Mitos y ritos de la educación: desde el primer amor adolescente, a las firmas en carpetas, las jugarretas entre compañeros y las entregas de notas. Sesiones de tutorías, clases magistrales en sentido literal y clases magistrales en sentido metafórico. Todo siempre cambiando para que todo siga siendo igual, para que se siga enseñando hoy como se hizo ayer y como se hará mañana. Algo inevitable, por cierto, pues las nuevas tecnologías no dejan de ser otra manera de vestir a la mona, que sigue siendo mona por mucho que vista seda.
Nacer y repetir. Busquemos un tercer enfoque. en algún cajón polvoriento duerme el sueño de los justos la idea hegeliana de dialéctica. Y quizás no haya nada más dialéctico que la enseñanza. Profesores y alumnos, padres e hijos. Esfuerzo frente a vagancia. El ímpetu por el perfeccionamiento personal frente al abandono. La enseñanza está plagada de oposiciones, de contradicciones que se van poniendo en juego cada día, en cada clase. Tesis y antítesis que se estiran a lo largo del tiempo, y que van reflejándose en pequeñas síntesis que vuelven a desatar el proceso. No son esas síntesis solo las notas finales, que no dejen de ser un mero papel, sino ese ser nuevo que vamos siendo, que ya no podrá volver a ser quien fue, pero que tampoco permanecerá mucho tiempo en el estado actual. Así es el “ir pasando” de la enseñanza. Profesores jóvenes, impetuosos y capaces de motivar a los profesores. Ánimos que se asientan y que en algunos casos evolucionan al desengaño, la quemazón por un trabajo que no realiza o la mirada serena de quien no gusta de juzgar con generalidades. Transformaciones que se experimentan de una forma igualmente palpable en los alumnos: los bulliciosos primeros dejan paso a cuartos asentados y bachilleratos en los que, las más de las veces, se sabe a qué se está. Sea a estudiar e irse buscando un hueco en la sociedad, o a vivir la experiencia del bachillerato, con los viajes de estudios y demás actividades que lo acompañan. Así que, en definitiva, hoy va girando este 2014-2015, en el que será buena cosa “ponerse a parir” y esperar a ver cómo van llegando esos resultados, esas formas de ser nuevas y mejores, dentro de unos meses. En resumen: al lío.