Hoy echa a andar la rueda educativa. Ese círculo enorme de tiempo, apenas nueve meses, en los que hay que alumbrar nuevos seres. Puestos a hablar de alumbramientos: no deja de ser el curso escolar algo relativamente parejo al embarazo. Especialmente en lo que toca al resultado: al final hay un nuevo ser en el mundo. Nadie se da cuenta de que está naciendo permanentemente en esas aburridas e interminables horas del aula. Abrirse a un mundo que no es, obviamente, el biológico, sino el cultural. Ir tocando diversas teclas para terminar encontrándose con uno mismo. Saber hablar y leer, razonar con números, hipótesis y formas. Acercarse a ese mundo que nos rodea, tan impregnado de preguntas como de faltas respuestas. Encontrar que hay tiempo también para la creatividad, para expresar las propias capacidades: dejar bien claro lo que cada cual lleva dentro, sea a través de la pintura, la música o la poesía. Todo esto, y mucho más es lo que nos va ocurriendo a través de toda nuestra educación. La educación es un parto por goteo: de un modo absolutamente imperceptible todos los involucrados en el proceso nacemos al mundo de la cultura.
Este ímpetu de novedad, la desafiante e imparable tendencia al desarrollo personal convive con el ciclo incesante. Educar es un eterno retorno de lo mismo: recibir el horario con desconfianza que troca en alivio o indignación según barrios. Conocer a los profesores que nos tocan en suerte. Abrir cuadernos e ir cumpliendo con los ejercicios. Exámenes y más exámenes. Las miradas que se cruzan en el patio, buscando no se sabe muy bien el qué: el mirar con el ojo semicerrado al enemigo acérrimo que arrastramos de la primaria o el vivir pendiente de que sus ojos, los de él o los de ella reparen en los propios en algún momento que ilumine las seis horas diarias de clase. Mitos y ritos de la educación: desde el primer amor adolescente, a las firmas en carpetas, las jugarretas entre compañeros y las entregas de notas. Sesiones de tutorías, clases magistrales en sentido literal y clases magistrales en sentido metafórico. Todo siempre cambiando para que todo siga siendo igual, para que se siga enseñando hoy como se hizo ayer y como se hará mañana. Algo inevitable, por cierto, pues las nuevas tecnologías no dejan de ser otra manera de vestir a la mona, que sigue siendo mona por mucho que vista seda.
Nacer y repetir. Busquemos un tercer enfoque. en algún cajón polvoriento duerme el sueño de los justos la idea hegeliana de dialéctica. Y quizás no haya nada más dialéctico que la enseñanza. Profesores y alumnos, padres e hijos. Esfuerzo frente a vagancia. El ímpetu por el perfeccionamiento personal frente al abandono. La enseñanza está plagada de oposiciones, de contradicciones que se van poniendo en juego cada día, en cada clase. Tesis y antítesis que se estiran a lo largo del tiempo, y que van reflejándose en pequeñas síntesis que vuelven a desatar el proceso. No son esas síntesis solo las notas finales, que no dejen de ser un mero papel, sino ese ser nuevo que vamos siendo, que ya no podrá volver a ser quien fue, pero que tampoco permanecerá mucho tiempo en el estado actual. Así es el “ir pasando” de la enseñanza. Profesores jóvenes, impetuosos y capaces de motivar a los profesores. Ánimos que se asientan y que en algunos casos evolucionan al desengaño, la quemazón por un trabajo que no realiza o la mirada serena de quien no gusta de juzgar con generalidades. Transformaciones que se experimentan de una forma igualmente palpable en los alumnos: los bulliciosos primeros dejan paso a cuartos asentados y bachilleratos en los que, las más de las veces, se sabe a qué se está. Sea a estudiar e irse buscando un hueco en la sociedad, o a vivir la experiencia del bachillerato, con los viajes de estudios y demás actividades que lo acompañan. Así que, en definitiva, hoy va girando este 2014-2015, en el que será buena cosa “ponerse a parir” y esperar a ver cómo van llegando esos resultados, esas formas de ser nuevas y mejores, dentro de unos meses. En resumen: al lío.