La aparición de Podemos dentro del panorama político ha supuesto un auténtico tsunami político. Su mensaje, avalado por los grandes medios de comunicación que lo soportan, ha calado en la ciudadanía, y ahora la sociedad le baila el agua, de nuevo, al credo político. De alguna manera, Pablo Iglesias nos ha devuelto la fe en la política. El efecto en los diferentes partidos se ha dejado notar: cambios de cara en el PSOE y pánico no reconocido en el PP, que pretende sacar adelante iniciativas de dudosa legitimidad democrática ante el más que probable reparto del voto en las próximas elecciones autonómicas y municipales. El efecto podemos ha logrado, entre otras cosas, que el colon de los grandes partidos se haya puesto irritable, y que los partidos minoritarios tengan que ver cómo les adelantan por la tangente los líderes mediáticos encumbrados por el eslogan de la tertulia y las propuestas razonables sazonadas de populismo.
La llegada al poder de podemos, valga la redundancia, se ha vestido de una pureza y honestidad digna del mejor guión cinematográfico o televisivo, con críticas a un capitalismo que se anuncia en los intermedios de sus programas. Personalismo y liderazgo que arrastran votos y abren un futuro prometedor. ¿Cabe un análisis del tema desde la filosofía? Por supuesto que sí, y se han podido leer muchos de ellos en prensa, ampliamente contestados desde las redes sociales, un medio en el que los militantes del círculo se mueven como pez en el agua. Hay algunos autores, ya casi clásicos, desde los que se puede hacer una valoración del asunto. Tanto desde un lado como desde el otro. Desde el liberalismo, escuchar las propuestas de Podemos hace que al momento suenen ecos de Popper: hay que desconfiar el poder. Y el propio nombre del partido, Podemos, deja bien claro cuál es su objetivo. El poder, como no podía ser de otra manera. La grandeza de la democracia, cuántas veces lo repitió Popper, es que se puede echar al líder una vez elegido. Cierta capacidad, por tanto, de proteger los derechos individuales, a los que algunas de las poderosas propuestas de podemos atacan directamente.
Más lecturas: desde la propia izquierda. Hay ciertos autores a los que les acompaña una cierta maldición: después de leerlos no puedes ver el mundo de la misma manera. Sucede con Nietzsche, pero también con otros posteriores como los representantes de la Escuela de Frankfurt. Ellos, a su manera y alargando la comparación, asumieron varios de los objetivos de Podemos en los años 30, y se dieron de bruces con la ascensión del nacionalsocialismo. Tras bucear en sus textos, no se puede evitar un tono escéptico, tan sano como distante. Le ocurrió al propio Adorno: por mucho que el 68 se inspirara en Marcuse, él estaba convencido de que la revolución termina traicionando su origen, anulando al individuo y convertida en una forma de barbarie y dominación. Esta visión negativa de la historia se complementa a la perfección con el famoso lema de Horkheimer: hay que ser pesimista teórico y optimista práctico. Llevado a podemos: ilusionarnos con los inicios, pero no esperar demasiado de los finales. Quizás pueda Podemos menos de lo que quiere poder. Y ahí queda un último enfoque, de especialistas en la democracia. Como nos han recordado autores como Dahl, jamas hemos vivido en democracia, sino en una poliarquía, en un equilibrio más o menos estable de poderes. Podemos habría logrado generar la ilusión de que finalmente llegará el tiempo de la democracia, pero este sistema sería inviable, y la iniciativa terminará incorporándose como una más de las fuerzas en equilibrio. Podemos será entonces la expresión de un incondicionado, de un deseo irrealizable, pero que nadie se lleve a engaño: siempre habrá quien haga negocio de la venta del sueño. Y no necesariamente han de ser sus líderes más representativos.