La expansión de redes sociales, nuevas formas de creación de contenidos y nuevas posibilidades de publicación han creado un movimiento crítico hacia la labor de las editoriales, que ha logrado muy rápidamente muchos y numerosos apoyos en Internet. Como si de alguna manera se diera por supuesto que el papel es el enemigo de lo virtual. Se argumenta que se han constituido en auténticos poderes culturales, y que en ocasiones están movidas por intereses políticos y económicos, sin ofrecer auténticas oportunidades a todos los que se sienten llamados a escribir. Frente a ellos, la opción de escribir un blog siempre se ha presentado como una forma de democratizar la escritura: está al alcance de cualquiera el crearse una cuenta y comenzar a compartir ideas, tramas y personajes. Las plataformas gratuitas son las editoriales virtuales por excelencia, lo cual es chocante debido a su obsolescencia: los que entienden de estas cosas afirman que han quedado superadas por las redes sociales. Pero a falta de blogs, siempre quedarán los diferentes servicios de autoedición.
Independientemente de que nos sean más o menos simpáticas, las editoriales ejercen una función importante dentro del mundo cultural: sirven de criba y sobre todo sistematizan el conocimiento. Cuando se compra un libro editado se sabe que ha pasado por ciertos filtros y puede uno confiar en la veracidad del contenido. Quién escribe, quién traduce, quién edita, cuándo y dónde se edita. Los libros piratas que circulan por ahí han de elegir entre dos alternativas: el puro escaneo o la pérdida de todas estas características. El escaneo es sinónimo del reconocimiento del valor de las editoriales y de su necesidad dentro del panorama cultural. La reorganización del contenido, y el disimulo de los datos que antes señalaba es lo mismo que perder credibilidad. Ya no es sólo que surjan dificultades para citar o establecer estudios sistemáticos. Es, sencillamente, un granito de arena a la ceremonia de la confusión que en muchos casos representa la red de redes: circulan por ahí frases atribuidas a Nietzsche que bien podrían tener su origen en los libros de autoayuda más repipis. ¿Qué garantía tenemos de que un texto pirata no ha sido retocado en alguno de sus puntos?
No es una cuestión de papel o pantalla. Lo importante es si cuidamos o no cuidamos aquello que editamos. Cargar sobre las espaldas del autor todo el proceso puede ser muy estimulante, pero a la larga se echará de menos la tarea de profesionales: personas que viven de revisar y corregir, maquetar o, sencillamente, distribuir. El sector editorial tiene que reinventarse y adaptarse a las nuevas tecnologías, pero eso no implica que sea totalmente prescindible. La red ha de mantener una actitud crítica, revisando su tarea y, por qué no, incluso asumiendo parte de su trabajo, pero sin erigirse en una instancia capaz de sustituir la labor de las editoriales. El discurso dominante en la red tiene un buen porcentaje de hipocresía: no queremos editoriales, pero difundimos a diestro y siniestro a los pocos que logran dar el salto del mundo virtual al editorial. Es fácil ser crítico y poner al sector editorial en el punto de mira: la actitud hostil termina justo el día en el que se recibe una llamada de la editorial X, proponiéndote un contrato de edición en papel con una tirada inicial de no sé cuántos ejemplares. Ese el momento en el que muchos internautas ven la luz, y se hacen firmes defensores de la seria, rigurosa y necesaria tarea del mundo editorial.