Antes de nada una advertencia: que ningún aficionado a los textos de Derrida o Deleuze espere de esta anotación un comentario de alguna de sus ideas. El tema hoy es otro bien distinto, así que si hay algún postmoderno en la sala quizás sea momento de que abandone el barco antes de sentirse estafado por la pérdida de su tiempo. De lo que se quiere hablar hoy, es de la búsqueda de novedades y repeticiones. Noticias y rutinas. La propia experiencia de cada cual puede servirnos como punto de partida: buscamos la novedad en ciertos ámbitos y tiempos de nuestra vida, mientras que en otros preferimos la repetición y la regularidad. Un ejemplo bien sencillo: la ciencia y la tecnología como búsqueda de repeticiones. La tarea del científico consiste precisamente en fijarse en todo lo que se repite, en aquello que se comporta siempre de la misma manera, para tratar de ofrecer una explicación al respecto. Sólo de una forma tardía algunos científicos han intentado explicar lo aleatorio, lo azaroso, pero en el origen mismo de la ciencia está la regularidad.
Nos sirve también el ejemplo tecnológico. Vivimos en una realidad conformada por la tecnología. Estamos rodeados de aparatos, herramientas más o menos complejas de las que nos servimos para diferentes tareas vitales. Y de ellas esperamos, claro está, un funcionamiento siempre igual. Por eso nos acordamos del coche solo el día que nos deja tirados, o maldecimos la informática cuando hemos perdido todos nuestros datos o buena cantidad de trabajo. La tecnología no sirve para acomodarnos en lo repetido. Sin embargo, buscamos en otras actividades la novedad. Así ocurre en el mundo de la ficción. Importa poco que sea película que serie, novela o ensayo: no nos gusta ver o leer algo repetido. El arte y las experiencias de ocio más diverso aspiran a lo creativo, a lo novedoso. Pretendemos vivir experiencia nuevas a través de las obras de arte, o también a través de nuestro tiempo libre: por eso el que disfruta de la bicicleta no se conforma con andar siempre por el mismo camino.
Estas actitudes adultas contrastan, y mucho, con la manera de afrontar el asunto de algunos niños. Según me han contado, es una experiencia común que los más pequeños disfruten con la repetición en el mundo de la fantasía. Hace un tiempo me contaban el caso de una niña, que veía la misma película de dibujos animados una y otra vez para disfrutar riéndose mientras anticipaba las caídas estúpidas de uno de sus personajes. Y sin embargo, en la vida real, son pocos los niños que disfrutan de la rutina. Desean siempre descubrir nuevos lugares. Son espíritus exploradores, que necesitan tocarlo todo, verlo todo, vivirlo todo. Exprimir el mundo por primera vez. Aferrados a sus personajes de cuento en el mundo de la ficción, y aventureros en cuanto pisan la calle. Estas vivencias tan comunes pueden explicarnos quizás en qué consiste eso de madurar: repetir la vida real, convertir la vida en costumbre, y dejar la novedad para el mundo del sueño y la ficción. Un proceso en el que quizás se salga perdiendo bastante más de lo que se gana, pues implica la pérdida de la ilusión de lo que está por ocurrir. Crecer y atesorar años nos lleva a desencantar el mundo, a sentarnos en una repetición que vive amenazada por el tedio y el aburrimiento.