La vida y la red han sido fuente permanente de intercambio. La sociedad, la de verdad, ha servido de inspiración para eso que llamamos “redes sociales”, y son varios los términos que se han exportado a estas nuevas plataformas a través de las que nos relacionamos. La simbiosis no tiene que ser unidireccional: ahora que, desde que empiezan a contagiarse “de los nuestros”, el ébola comienza a interesar, puede tener sentido fijarse en las redes sociales, para comprender un poco mejor el fenómeno. No hace tanto, por ejemplo, nos sorprendía la famosa teoría de los seis grados, que Facebook puso tan de moda al demostrarnos que en realidad todos estamos conectados. Y nadie pensaría que eso podía ser algo tan real y que podía adquirir un rostro tan dramático como en el caso del ébola. La preocupación por el mismo ha aumentado de manera directamente proporcional a su aproximación a nuestro “círculo de confianza”. Dicho en otras palabras, y con terminología del invento de Zuckerberg: poco nos importaba el dichoso virus cuando los afectados no aparecían en nuestra lista de amigos, cuando nuestro “muro” se llenaba solo de las usuales críticas al gobierno, los videos curiosos y las noticias desternillantes. Nos cambia la cara, sin embargo, el día que alguien empieza a compartir una noticia. Y llegamos a la fusión total con el otro si el contagio es ya directo: qué cómodo es escribir desde el ordenador aquello de #todossomosteresa. Así funcionamos ahora.
El caso es que el virus se ha extendido, como lo hacen también los virus informáticos. El sistema inmune de nuestro cuerpo no es muy distinto a los filtros antispam: igual que se nos cuelan mensajes no deseados, y llegan incluso a timarnos a través de Internet, terminan camuflándose también estructuras biológicas fundamentales, sencillas, que logran hackear el sistema. Mientras que nos reimos a rabiar con otros fenómenso virales, que aplaudimos sin dudar, éste nos hace bastante menos gracias: es la vida lo que está en juego ahora. Y la infección del sistema nos recuerda precisamente eso: que si no atajamos el problema en su raíz, estaremos poniéndole parches. La teoría de los seis grados se estrecha más que nunca: en breve podrá circular el #todossomosafrica. Porque ahora África sí que interesa: está entre nosotros, en el medio de nuestra existencia, porque eso y no otra cosa es interesar. Es cuando el virus está encima de la mesa cuando volvemos nuestra misericorde y solidaria mirada a África: enviemos millones e invirtamos, logremos parar esta enorme lacra que es el ébola. Lo que haga falta por el pueblo africano: este es el nuevo caballo de Troya, que esconde un virus más letal que el ébola: el egoísmo descarado de quien solo se preocupa por las cosas cuando les afectan, de aquel que no es capaz de mirar más allá de sus narices, mofándose del ébola ajeno mientras duerme sobre la legionela.
Si algo demuestra el ébola, más allá de los juegos conceptuales con las redes sociales es que somos seres auténticamente estúpidos. Que sólo vemos a corto plazo y que somos incapaces de darnos cuenta, con la honestidad y las consecuencias que esto implica, que vivimos en un mismo barco mucho antes de que existiera el email, el twitter o las dichosas redes sociales. Si tan sólo por un día asumiéramos que hay destinos comunes, lograríamos importantes cambios en la humanidad. Será esta estupidez, algo genético. Porque hay que ser imbécil para culpar a quien se ha contagiado ejerciendo su trabajo, para pretender gestionar una crisis en un área en el que no se es experto, para querer transmitir un mensaje que no se sabe cuál es. Igual de imbécil que quien juega con estas informaciones, aprovechando su condición de medio de masas para generar alarma y confusión, y para publicar unas fotos que violan uno de los derechos fundamentales: el de la privacidad, que no en vano está en la declaración que todos dicen defender. No menos imbécil que quien es incapaz de ver más allá de la punta de su nariz, quien desprecia la inmigración o la persigue, pero luego se preocupa por “los negritos”, cuando ve que él puede ser el siguiente. Tan necio como quien no se da cuenta de un dato insoslayable: en estos días han muerto, por causas totalmente ajenas al ébola, algunos de los que se han alarmado bailando al son de los medios. Si a estas alturas de la película no nos hemos dado cuenta de aquello de que somos mortales, tendríamos que hacérnoslo mirar.